Los días 12 y 13 de julio dos sismos de magnitud 5,2 y 4,3, respectivamente, sacudieron a varios estados del país, con epicentro al sureste de Biscucuy, la información la dio a conocer la Fundación Venezolana de Investigaciones Sismológicas (Funvisis). “Estaba parada en el balcón y sentí el temblor, las lámparas se movieron”, fueron las palabras de Ana Zambrano, residente de Maracaibo. Estos han sido los sismos más fuertes que se han percibido en el año sin que se registraran víctimas o daños, fuera de un deslizamiento de tierra y la caída del arco de Biscucuy.
Las fallas geológicas son estructuras muy comunes en la corteza terrestre, en Venezuela existen muchas de ellas formando complejos sistemas, sobresaliendo en importancia las fallas que constituyen el contacto entre la placa de sudamericana y la placa del Caribe. Esta frontera está definida por los sistemas de fallas de Oca – Ancón – Boconó – San Sebastián – El Pilar, que son las causantes de los sismos más fuertes que han ocurrido en nuestro país. El modelo actual sugiere que este sistema de fallas se origina por el desplazamiento de la placa caribeña por debajo de la placa continental (subducción).
El que ocurrieran estos temblores, me hizo reflexionar sobre el momento en que se dan. Llevamos más de cuatro meses en casa, cortesía del coronavirus, lo que ha hecho que nos enfrentemos a nuevos retos. Entonces, me surgió la inquietud de que las cosas podrían “enredarse” aún más, si aconteciera un desastre natural en medio de la crisis actual. Aunque la sismicidad en Venezuela está caracterizada por una alta tasa de microsismicidad, es decir, eventos de magnitudes menores a 3 o intermedia, entre 3 y 5, existe un posible escenario profundamente incómodo: durante la pandemia Venezuela se pudiera ver sacudida por un desastre geológico o meteorológico extremo a gran escala, uno que causara pérdidas humanas significativas y una devastación en la infraestructura. No deseo sonar como un alarmista, de hecho no lo soy, pero debemos preguntarnos si estamos preparados para la confluencia de eventos.
A falta de un anhelado milagro médico, el flagelo del coronavirus persistirá en Venezuela en el futuro próximo. Y las probabilidades de que ocurra un desastre natural durante ese tiempo parecen ser bajas. De ocurrir, ¿cómo manejaría el país, cuya atención sigue enfocada en la pandemia, los actos fortuitos naturales de destrucción? Justo cuando estábamos volviendo a esquemas radicales de cuarentena, ocurre un primer sismo de magnitud 5,2 que llegó a sentirse también en Caracas. Muchos se preguntaron, ¿desalojamos o nos quedamos en casa? Algunos relatos señalaron que unas pocas personas salieron fuera de sus hogares, sin observar las reglas de distanciamiento social y sin portar el tapabocas. Es comprensible porque cuando nos asustamos por un desastre, es difícil recordar las reglas para otro desastre.
Pero los geocientíficos y los meteorólogos no tienen esa opción. Tienen que reflexionar sobre lo impensable, porque esa es la única forma en que pueden prepararse, y a la población, para navegar en una confluencia de calamidades. ¿Qué pasa si ocurriera un terremoto antes de que termine la pandemia? ¿Qué ocurrirá si otra tormenta tropical como Bret nos golpeara? En todo el mundo, se pueden hacer preguntas de este tipo una y otra vez. Las preguntas son muchas, las respuestas son pocas. Evacuar la ciudad de Barquisimeto u otra gran ciudad, es complejo, más aún cuando todos deben mantener su distanciamiento social. Hasta los primeros socorristas deberían estar preparados para asistir a las personas que intentan rescatar. No podríamos refugiarnos en el Estadio Antonio Herrera Gutiérrez y mantener la distancia social. Estos pensamientos siguen y siguen. Este es siempre un atolladero logístico, pero es importante considerar que la pandemia puede crear una situación en la que las personas que se protejan en refugios de evacuación, pueden causar picos significativos en los casos de COVID-19.
Aunque los organismos de gestión de emergencias han estudiado y planeado cómo lidiar con múltiples desastres a la vez, la idea de que uno se superponga con un brote de enfermedad importante, particularmente en la escala de la pandemia actual, es algo pocas veces considerado. Cuesta dinero mantener los sistemas de prevención contra terremotos, inundaciones, deslizamientos de tierra y otros programas, en una época de déficit presupuestaria creciente y necesidades económicas apremiantes, algunos argumentarán que realmente no necesitamos instrumentos sísmicos, un sistema de alerta de tsunami o estaciones climatológicas. Pero las decisiones de vida o muerte deben tomarse rápidamente en cualquier respuesta a un desastre natural, esto significa que requerimos personal capacitado y datos basados en la ciencia para tomar las decisiones correctas.
Dadas las escalas temporales de los espasmos naturales en la Tierra y el curso de la pandemia, solo por suerte evitaremos una intersección. En algún lugar podría ocurrir un terremoto o una tormenta importante y el virus podría “aprovechar la oportunidad” para salir de control. Entonces el desastre se desarrollaría como siempre, pero de manera amplificada. Las personas vulnerables y marginadas están, después de todo, sufriendo desproporcionadamente en este momento. Un incidente de víctimas en masa solo empeoraría las cosas para estas comunidades, mientras los sistema de atención médica que ya se doblan bajo el peso del coronavirus, estarían bajo más tensión.
Sin embargo, los riesgos geológicos son al azar. Es muy posible que Venezuela supere la pandemia sin que otra pesadilla caiga del cielo o surja desde el suelo. Pero no considerar la alternativa sería imprudente y evadir los peores resultados requerirá la participación activa de todos. Si alguna vez hubo un momento para que las personas tomaran en serio la preparación para actuar adecuadamente en caso de sismos, es este.