Colonización de nuevos mundos

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Los presidentes estadounidenses, cuando hablan del programa espacial, a menudo usan frases sobresalientes. Así, John F. Kennedy dijo, “Nos hacemos a la mar en este nuevo océano porque existen nuevos conocimientos que obtener y nuevos derechos que ganar”; por su parte Lyndon Johnson habló sobre ser los “pioneros del espacio” con destino a un “glorioso Nuevo Mundo”. George H. W. Bush comparó las misiones espaciales con el viaje de Cristóbal Colón a través del Atlántico. Mientras, Barack Obama, como en Viaje a las Estrellas, indicó que “el espacio es la próxima gran frontera”.

Donald Trump también ha retomado este tema del expansionismo norteamericano y lo ha impulsado aún más. “… debemos recordar que EEUU siempre ha sido una nación fronteriza. Ahora debemos abrazar a la próxima frontera que es el destino manifiesto de EEUU en las estrellas”, dijo Trump a principios de este año, después de que los primeros astronautas estadounidenses volaran en una cápsula de SpaceX. El Destino Manifiesto es una doctrina que se basa en la creencia de que Estados Unidos de Norteamérica es una nación destinada a expandirse, justificando así las adquisiciones territoriales “por la Autoridad Divina de Dios”.

Al mencionar el Destino Manifiesto, Trump ha resucitado una idea que se encuentra con mayor frecuencia en los libros de historia. Esta fue la filosofía que los estadounidenses usaron para describir su expansión hacia el oeste en el siglo XIX, guiados por su convicción de que fueron ordenados por Dios para difundir su voluntad por todo el continente. La doctrina ignoró la existencia y los derechos de los pueblos indígenas en su camino, quienes fueron masacrados y expulsados ​​de sus hogares. Esta creencia ha apuntalado la exploración espacial de ese país desde sus inicios, los astronautas del Apolo se lanzaron hacia la Luna en nombre de la gloria nacional, no de un descubrimiento científico puro.

En ocasiones, los presidentes estadounidenses han vendido la exploración espacial como un esfuerzo internacional, como una bendición para toda la humanidad, como un impulso para el descubrimiento científico. Pero, para los estadounidenses, rusos, chinos, indios y otras naciones, los viajes espaciales siguen siendo un proyecto nacionalista. Este año, cuando la NASA lanzó astronautas por primera vez en casi una década, señalaron, una y otra vez, que el trabajo fue realizado por “astronautas estadounidenses en cohetes estadounidenses desde suelo estadounidense”. Y las próximas personas en ir a la luna, han enfatizado los funcionarios de la NASA, serán los estadounidenses, al igual que los primeros visitantes a Marte. La gente se siente atraída por la retórica arrolladora, envuelta en el destino y en un propósito superior, porque ofrece formas románticas de pensar sobre los lugares que aún no han visitado. Pero llevar a Dios a la exploración espacial, como lo hace el concepto de destino manifiesto, complica aún más la cuestión.

En los últimos años, ha ido creciendo un movimiento para repensar el vocabulario que describe los sueños de la humanidad para un futuro fuera de la Tierra, específicamente para eliminar el lenguaje estrechamente asociado con el colonialismo. Un argumento popular en contra de este esfuerzo señala que, a diferencia de la Tierra, los otros planetas y lunas del sistema solar están deshabitados. Si existe vida en estos mundos, lo más probable es que sea en forma de microbios diminutos, imperceptibles, quizás adheridos al traje espacial. Entonces, ¿podríamos colonizar un planeta como Marte que se encuentra deshabitado? Seguramente los marcianos no van a protestar por nuestra llegada, pero la colonización espacial presenta un caldo de cultivo para que resurjan las dinámicas de explotación de la era colonial. Por ejemplo, los viajes de la era colonial esparcieron especies invasoras por todo el planeta. Los viajes de la era espacial podrían sembrar microbios terrestres por todo el sistema solar. Tal como ocurrió el año pasado cuando una nave espacial israelí se estrelló en la superficie de la luna y “derramó” varios miles de tardígrados deshidratados, animales microscópicos que pueden sobrevivir a condiciones extremas. Las criaturas habían sido subidas a bordo por un empresario. “Técnicamente, soy el primer pirata espacial”, dijo cuándo se revelaron las noticias de los polizones, para horror de los científicos.

Adicionalmente, los astronautas que actualmente son la élite de los trabajadores espaciales, el sueño de muchos, podrían transformarse en el futuro en una clase menos atractiva, convirtiéndose en un nuevo grupo de trabajadores mucho más vulnerables. Los mineros de asteroides, por ejemplo, dependerían de sus empleadores lejanos para recibir atención médica, condiciones de trabajo seguras y, literalmente, soporte vital. Las condiciones de vida pueden ser mucho más peligrosas estando en el espacio exterior a millones de kilómetros de distancia del único planeta habitado que conocemos.

En conclusión, podemos evidenciar como los viejos paradigmas se encuentran aún vigentes y muy probablemente irán al espacio. Cuando los gobiernos hablan del espíritu de un país y su programa espacial al mismo tiempo, terminan describiendo la nación tal como existe hoy y como la imaginan en el futuro. Tenemos a la vista un caso resaltante, donde al tomar prestada una idea del pasado, Trump nos muestra lo que cree es el futuro, la continua expansión estadounidense ya sea hacia los confines de la Tierra o más allá, hacia el cosmos.

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