Progresismo: qué es y para qué es bueno

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Acerca del progresismo en la circunstancia venezolana 

 

Como buena parte de las categorías en el campo de la política, el progresismo, o el progresista, cuenta con distintas interpretaciones y acepciones. Desde aquellas que apenas la identifican como la mera asunción de la idea de desarrollo en el ámbito de las relaciones capitalistas de producción, hasta ubicarlas como inmutables ―lo cual niega la idea de progreso―, hasta quienes desde una interpretación marxista la ubicamos como la asunción del progreso en términos del salto hacia una sociedad más avanzada, esto es, de nuevas relaciones sociales de producción y de cambio en general; en condiciones del capitalismo, de superación positiva de las relaciones burguesas hacia el socialismo. A su vez, esta categoría ha contado, desde la perspectiva burguesa, con un tenor en todo caso interesado, para adocenarla y convertirla en parte de los contenidos de la apologética burguesa.

 

Ahora bien, las circunstancias venezolanas fuerzan a darle una connotación precisa, sobre todo porque el progresismo, más que como categoría con un contenido consciente en los diversos factores políticos que dicen representarlo, se encuentra en la gente misma. En los factores políticos existe mucha confusión y vacilación, sumadas a ignorancia, en el manejo de esta categoría. Además, habría que ver si en realidad representan los intereses de los sectores que analizamos, de cara a sus ideas programáticas. Esto no obsta a la hora de analizar y realizar una política en torno de esta cuestión, toda vez que puede contribuir con aspectos fundamentales de nuestra táctica, así como con la elevación de conciencia en torno de un sector político de la sociedad cuya importancia hemos establecido claramente a los largo de este período y cuya complejidad es clara. Así, es en las masas donde ella se desarrolla; de manera intuitiva pero allí se encuentra.

Algunos dirán que es necesaria una encuesta para medir esta propensión, sobre todo en tiempos en los cuales la encuesta se ha convertido en el instrumento “científico” para medir cualquier cosa. Resultado, claro está, de la influencia de las técnicas burguesas para medir de manera estática y cerrada las propensiones que se desprenden del mercado, prestadas a la política. Sin embargo, reivindicamos el criterio según el cual la tendencia, más que desprenderla de un “estudio” instrumental determinado, hay que ubicarla en su desarrollo como resultado del estado de ánimo de las masas, de las perspectivas que se plantean, a partir de condiciones históricas concretas, cuyas determinaciones podemos establecer a partir de las ciencias del proletariado.

Por ejemplo, cuando determinamos la situación revolucionaria, hace ya bastante tiempo, partimos del análisis de las determinaciones objetivas y subjetivas que se presentaron en la sociedad venezolana, de su economía, la situación internacional, las circunstancias de la política económica, entre muchos factores, para llegar a la conclusión de que se convertirían en aceleradores que empujarían a las masas a la lucha, sobre todo a que en ellas prendieran las ideas de cambio. Asimismo, ubicamos que la estructura económica ―cambiando con base en la ofensiva de la oligarquía financiera y el papel de Venezuela en la división internacional del trabajo― conduciría a una fractura del bloque de la dominación. Así sucedió. Lo que completó el cuadro revolucionario. “Los de abajo no quieren, los de arriba no pueden”, reiteramos en su oportunidad. La crisis estalló, sólo que la vanguardia revolucionaria no estaba en condiciones de asumir la dirección del movimiento.
Actualmente, marchamos a una circunstancia definitivamente revolucionaria. Se vienen madurando las condiciones. Se suman día a día determinaciones objetivas que empujarán en esa dirección. Por lo que afianzar la rigurosidad en el análisis es un imperativo. Una de las cuestiones de mayor significación, en medio de estas circunstancias, lo constituye el asunto que nos ocupa en esta oportunidad por tratarse en buena medida de un aspecto de primera importancia en el desarrollo de nuestra política. Ubiquemos que son los sectores progresistas en quienes más se afianza la idea de cambio dentro de una perspectiva revolucionaria. Es el sector que de mejor manera puede asumir el programa mínimo del partido, fundamental a la hora del quiebre de la actual forma de dominación burguesa, que pretende ser sustituida por otra mediante un cambio gatopardiano.
Es menester hacer un poco de historia. Recordemos, para comenzar, que el desgaste del régimen bipartidista cuenta como determinación fundamental con la idea de cambio. Esta idea ha sido sustituida de manera más avanzada y tiende a ser dominante la perspectiva de cambio pero sin volver al pasado. Salir del presente sin volver al pasado bipartidista. Eso es lógico que suceda toda vez que éste fue un período que negó la aspiración libertaria y de defensa de la soberanía nacional, mucho menos del interés popular.
El significado de la palabra «progresismo», su semántica, obedece a razones históricas y es concreta, como el de muchas categorías en el campo de la política o cuando se toma en préstamo de un campo a otro del conocimiento, o bien, simplemente, por la fuerza del uso que de ella se hace en una u otra dirección. Es distinto cuando nos referimos a las categorías propias de las ciencias, originales de ellas, o bien a acepciones referidas a cuestiones que terminan siendo incontrovertibles. En el caso que nos ocupa, para ubicar su origen histórico debemos remontarnos a la Revolución Francesa, por cierto, escenario en el cual también se incuba el contenido, en esas condiciones, de otras dos categorías controversiales: izquierda y derecha. Progresismo estuvo asociado, en esta oportunidad, a la identificación con el nuevo régimen, a la Revolución y el rechazo al antiguo régimen.
El progresismo, sin embargo, adquiere una gran relevancia muy precisa y tiene un contenido claramente de avanzada en el período de preparación de la II Guerra Mundial y aun durante su desarrollo. El enfrentamiento al fascismo internacional motivó a la III Internacional la definición de una táctica de impulso de los frentes populares, cuyos resultados más claros fueron en España y en Francia, donde triunfan en la elecciones el mismo año 1936, que convocaba de manera clara a la conciencia progresista mundial frente al fascismo. Se trataba de la realización de una política de unidad y alianzas con sectores democráticos y progresistas que para ese entonces enfrentaban el fascismo que había tomado cuerpo en Italia y Alemania y se propagaba por toda Europa. El progresismo adquiere ribetes conmovedores de solidaridad con los republicanos españoles que resistían la ofensiva fascio, nutrida de manera rotunda por los hitlerianos y los fascisti italianos. En Valencia y Madrid en 1937, en medio de un bombardeo generalizado por toda España por parte de la aviación nazi, se realiza el Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas; al que contribuyeron hombres y mujeres de diversas tendencias, tanto de Europa y América, como de España: todo lo más granado de las generaciones intelectualmente activas en ese momento hicieron una llamada de alarma ante el irresistible avance del fascismo en España y en toda Europa…

 

Así, el progresismo, adquiere una connotación claramente antifascista, democrática, en favor de la independencia y autodeterminación de los pueblos. En el arte, la literatura, la pintura, el cine y demás manifestaciones artísticas, el progresismo plasma ideas innovadoras, siempre identificadas con la paz, el progreso y la autonomía.
El macartismo es otro episodio que incentivó al progresismo. Es conocido el atropello que sufren los guionistas de izquierda, por cierto los mejores de Hollywood, vinculados al Partido Comunista estadounidense, o bien a causas nobles, que se ven envueltos en este drama que cuenta entre sus víctimas más notables a Dalton Trumbo, cuya obra «Johnny cogió su fusil» es un canto a la paz. Por cierto, Trumbo gana dos premios Óscar mediante la utilización de seudónimos para evadir la férrea censura macartista en la llamada Meca del cine.

 

En definitiva, el progresismo es un espíritu que supone una acogida y estímulo a las causas nobles, nacionales y populares. El progresismo es contrario a todo lo reaccionario. Propende a una interpretación dialéctica de la sociedad, en el avance hacia estadios de mayor humanismo; de ruptura con atavismos que frenan el desarrollo; la defensa de la paz, de la soberanía y el interés popular resumen ese espíritu en el terreno de lo político. Por ello, el llamamiento al progresismo en Venezuela es una cuestión vital en medio de una circunstancia en la cual el espíritu retrógrado pareciera estar del lado de la oposición, pues hay factores que terminan por afianzar esa percepción. Es más, no hay manera de ocultar que en varios factores de la oposición rezuman humores claramente conservadores, sobre todo en relación con las aspiraciones nacionales y populares que hacen a mucha gente dudar de esa perspectiva. Otros, simplemente, prefieren esperar, estar a la expectativa pero no dan su voto de confianza a muchos de quienes se presentan como alternativa frente al chavismo, o a la oposición política como colectivo.
Antónimo al progresismo es lo conservador, lo reaccionario. Sin embargo: «Cosas tenedes, el Cid, que farán fablar las piedras». En cualquier circunstancia de esta etapa de la modernidad, así como busca pasar por revolucionario, marxista, incluso marxista-leninista, el revisionismo moderno en todas sus expresiones ―incluyendo el rampante chavismo―, también sucede en el caso que atendemos. Las categorías izquierda y derecha, por su parte, parecen vivir su crisis existencial. Razón tuvo Saramago cuando señaló: “Antes nos gustaba decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda”, refiriéndose a la europea, claro está. Con el derrumbe del llamado “socialismo real”, que no era otra cosa que el imperio del revisionismo en el poder ―esto es, capitalismo con ropaje socialista, con discurso en favor del proletariado―, el término progresista fue trastocado por el imperialismo de manera grosera, al identificar con el término a quienes asumían en estos países el liberalismo como paradigma para orientar el desarrollo luego de la restauración plena de la superestructura burguesa en los países del Este. En definitiva, el progresismo se vio duramente afectado en su contenido y percepción, tanto como el pensamiento marxista frente a una ofensiva que buscaba legitimar de manera feroz las relaciones capitalistas afianzando, sobre todo, la idea de la inmutabilidad del orden dominante.
Vistas estas cuestiones históricas, ubiquemos el problema en términos marxistas. La idea de progreso proviene de la dialéctica hegeliana. Progreso es el tránsito ininterrumpido de formas de organización de la materia de etapas inferiores a superiores. Esta idea de desarrollo es la idea de progreso. Ello explica que Marx estableciera el carácter, por ejemplo, progresivo o progresista del capitalismo en relación con las formas precedentes de producción. Suena dura aquella expresión de Engels según la cual el esclavismo es un régimen de producción progresivo en relación con la comunidad primitiva, toda vez que los hombres dejan de comerse unos a otros para comenzar a explotarse, lo que no supone apoyo alguno a ninguna forma de esclavización.
En las condiciones actuales, progresismo no puede ser otra cosa que el conjunto de ideas y planteamientos que propugnan la autodeterminación de los pueblos, la convivencia pacífica entre regímenes diversos, que defiende la paz. Asimismo, el progresismo debe reivindicar el desarrollo de las fuerzas productivas, y por ende, la creación ilimitada de la riqueza mundial para satisfacer las demandas de la población; que rechaza la hambruna que sufren millones de seres humanos mientras se destinan billones de dólares en la industria bélica; que defiende el espíritu democrático en todos los rincones del planeta; que se identifica con las manifestaciones artísticas y culturales de sentido nacional y universal; que propende al cultivo del espíritu con base en la solidaridad, la honestidad y la cultura del trabajo; que rechaza las distintas formas de corrupción en cualquier parte del mundo.
Teniendo claro lo que es y debe ser el progresismo, en nuestro país, en las actuales circunstancias, debemos comenzar por reivindicar ese espíritu que lo identifica con causas nobles, nacionales y populares, así como con lo positivo del desarrollo de la humanidad. Si queremos desenmascarar el revisionismo chavista que ha colocado a la oposición, con su ayuda propia, al lado de lo reaccionario, del conservadurismo, de las causas antipopulares, entre otras, necesario es ubicarse sin ambages en una perspectiva de cambio, mientras nos colocamos al lado del pueblo en la defensa de sus derechos.
De cara a una estrategia política capaz de derrotar al chavismo, la importancia de esto es clara, sobre todo si tomamos en cuenta que la encuesta mayor, la que se desprende de los últimos procesos electorales, divide al electorado en tres porciones relativamente equivalentes. Por lo que ganar a Chávez supone atraer un porcentaje de quienes no se identifican ni con Chávez ni con quienes se le oponen, así como de alguna gente chavista descontenta por sobradas razones. Atraerla plantea crear una perspectiva, un enlace, o como quiera llamarse el instrumento para llegarle, para sembrar confianza y sembrar futuro. Confianza en que salir de Chávez no supone volver a ese pasado. Futuro para sembrar una perspectiva de cambio progresista, esto es, de cambio para implantar una democracia de nuevo tipo, que haga bueno el principio de la democracia directa establecido en la Constitución, de desarrollo traducido en industria diversificada capaz de producir los bienes que demanda la sociedad, lo que supone una revolución industrial; de soberanía agroalimentaria, producir lo que comemos y más para buscar ventajas en la exportación de rubros que alcanzan excedentes en su producción como resultado de una atención eficaz al agro; niveles de producción y desarrollo que permitirán realizar las demandas de los venezolanos en empleo, seguridad social, salud, educación y vivienda. Eso es progresismo. Eso es lo que puede entusiasmar a las grandes mayorías.
Así, sin ambages, debemos adelantar una política que permita estimular el progresismo. No ese “progresismo” adocenado que nada dice de tanto parecerse al continuismo, recordando a Saramago. Sino el progresismo que, mientras enfrenta la farsa chavista en todas sus expresiones, condena los ataques a Libia, condena la agresión imperialista cuyo objetivo es repartirse el botín aprovechando la circunstancia que vive el pueblo árabe, y lo hace sin descuidar el combate en el terreno de las ideas y de la iniciativa política a quienes buscan la restauración. Estimular el progresismo es actuar de manera audaz y consecuente con los intereses populares y sus luchas, sin esperar que aquellos que se presentan como dueños de la oposición, realicen una estrategia que ‘no quiere dar malos ejemplos’ ante quienes los apadrinan.

 

Carlos Hermoso 
Caracas, 24 de julio de 20

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