La ciencia bajo ataque

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Los ataques a la ciencia no son nada nuevo. En el siglo V, una turba enfurecida asesinó a Hipatia, una de las matemáticas, filósofas y astrónomas más talentosas de la antigüedad, supuestamente porque su cálculo del equinoccio vernal generó dudas sobre la precisión del calendario alejandrino. Un milenio después, la Inquisición quemó en la hoguera a Giordano Bruno por su afirmación de que el universo es infinito y contiene otros mundos. Unos años más tarde, Galileo fue juzgado por la Inquisición debido a su apoyo a la teoría heliocéntrica. En 1925, John Scopes fue condenado por quebrantar la ley de Tennessee al enseñar evolución.

A pesar de estos ataques, los resultados han sido siempre los mismos. La turba pudo haber silenciado a Hipatia, pero pocos confían en el calendario alejandrino. La búsqueda de otros mundos es ahora una ocupación a tiempo completo para muchos astrónomos. Aunque Galileo se vio obligado a retractarse de que la tierra gira alrededor del sol, a pesar de ser cierto, la tradición popular dice que murmuró “Eppur si muove” (y, sin embargo, se mueve). Y el tema por el cual Scopes fue condenado, se convirtió en la base de la biología moderna.

Hoy hay muchos frentes activos en el ataque contra la ciencia. Los climatólogos son atacados por su consenso prácticamente unánime de que la Tierra se enfrenta a un período de cambio climático antropogénico. Un movimiento afirma que las vacunas son responsables del autismo, a pesar de la abrumadora evidencia de lo contrario. La teoría de la evolución sigue siendo atacada por los creacionistas. Los organismos genéticamente modificados, incluidos los cultivos resistentes a las plagas que prometen mayores recompensas, están prohibidos en muchos países, a pesar de la abrumadora evidencia de que son seguros para las personas y el medio ambiente. En este sentido, nuestro gobierno no escapa a este menosprecio al valor de la experiencia científica y ha eliminado a los investigadores de los roles asesores del Estado.

Ataques a la ciencia en nuestro país

En trece años ha disminuido el papel de la ciencia en la formulación de políticas nacionales, al tiempo que ha detenido o interrumpido los proyectos de investigación en todo el país, marcando una transformación cuyos efectos podrían repercutir durante años. 

Muchos de los logros del siglo pasado que ayudaron a convertir a Venezuela en una referencia científica en Latinoamérica, en áreas como el aumento en la esperanza de vida y de la productividad agrícola, fueron el resultado de investigaciones nacionales. Lamentablemente, ciertos nombramientos políticos desacertados han promovido el cierre de investigaciones, reducido la influencia de los científicos sobre las decisiones legislativas en materia minera, ambiente, salud, etc., y en algunos casos, presionando a los investigadores para que no “hablen” públicamente. 

Han desestimado particularmente los hallazgos científicos relacionados con el medio ambiente y la salud pública. La más reciente ocurrió cuando el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Capitán Diosdado Cabello, amenazó a la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (ACFIMAN) con enviar a los “servicios de seguridad” por divulgar un informe sobre la incidencia del COVID-19. El Capitán Cabello respondió al documento científico en su programa de televisión, Con el Mazo Dando, acusando a la ACFIMAN de “generar terror en el pueblo” con un documento que “no tiene ningún tipo de sustento”.

Pero la erosión de la ciencia va mucho más allá de las amenazas contra un informe que algunos pueden considerar sensacionalista. Muchos años de estudios en universidades e institutos se han estancado después de que los fondos se cancelaron abruptamente desde 2013, líneas y grupos de investigación se han desarticulado. En algunas instituciones la situación socio-económica ha llevado a un éxodo de científicos y ha retrasado investigaciones valiosas para el país.

El desprecio por el conocimiento está peor que nunca. ¡Es generalizado! Cientos de científicos, muchos de los cuales me han dicho que están consternados al ver su trabajo sin futuro, se han ido. Otros lloran la destrucción de instalaciones, como ocurrió el viernes pasado, donde los galpones de Botánica del área de Fitopatología de la Facultad de Agronomía (UCV) se incendiaron.

Desafortunadamente, el ataque a la ciencia tiene consecuencias. ¿Por qué? Un denominador común es el rechazo de la información que se obtiene de manera experimental y racional a favor de hechos alternativos. Desde hace años hemos visto el resurgimiento de infecciones prevenibles y potencialmente mortales. Se ha impedido la investigación sobre el incremento del paludismo, rechazado por las autoridades a pesar del consenso científico nacional. 

La historia nos ha enseñado repetidamente que la naturaleza es indiferente a si los humanos eligen creer en ideas correctas o incorrectas. La negación de la verdad siempre ha demostrado ser inútil. La Tierra todavía gira alrededor del sol, la vida evoluciona y las epidemias infecciosas continúan amenazando a la humanidad. A los huracanes devastadores, inundaciones y sequías no les importa si creemos o no en el cambio climático antropogénico. Vendrán de todos modos. Pero atacar a la ciencia puede poner a la sociedad en mayor riesgo al no prepararse para los peores escenarios y adoptar estrategias para mitigarlos. 

La ciencia es diferente a la mayoría de los otros esfuerzos humanos porque considera que su conocimiento es provisional. Como dijo Einstein: “A veces siento que tengo razón, no sé si la tengo”. Es hora de que aquellos que nos gobiernan se pregunten, ¿y si me equivoco?

 

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