Eso es lo que perciben los trabajadores venezolanos. La indignidad se afianza con el otorgamiento de bonos que buscan apenas compensar en algo la caída del poder adquisitivo del salario mediante un carnet de la Patria, impuesto por el régimen. Salario que, ni con los bonos, alcanza para la reproducción de la familia del trabajador, siquiera en condiciones mínimas. No. Muy por debajo de las condiciones mínimas se reproduce la familia del trabajador.
El salario, decía David Ricardo, debiera ajustarse a su precio natural, lo que permitiría que el trabajador y su familia puedan subsistir y perpetuar su raza. Ubicaba este economista inglés, uno de los padres de la ciencia económica moderna, que las presiones de oferta y demanda en una dirección u otra conducían a variaciones en el precio. Tendencia que, si bien se ajusta a la verdad general, no es tan exacta dado que la oferta de fuerza de trabajo siempre va a ser mayor a la demanda, su precio se va a colocar por debajo de su valor casi de manera absoluta. Ubiquemos que el desempleo es algo ingénito al régimen de producción capitalista. De allí que no es en una dirección u otra. Es una sola dirección.
Como cualquier mercancía, la fuerza de trabajo tiene un valor de cambio cuyo precio oscila de acuerdo a la fuerza de la oferta y de la demanda. Su valor de cambio lo establece el conjunto de medios de subsistencia del trabajador y su familia. Pero su precio tiende a colocarse por debajo de su valor. Esto es, por debajo del valor del conjunto de bienes y servicios para reproducirse.
Así, el salario va a ajustarse a las demandas del capital, no de la familia. Son las luchas de los trabajadores, lo que permite que se produzca una elevación de sus salarios.
En el caso venezolano, el salario real, el salario promedio de los trabajadores, está muy por debajo del que permite las condiciones mínimas de reproducción, para subsistir y «perpetuar su raza», para seguir las palabras de Ricardo.
El salario mínimo a estas alturas es una ofensa. Apenas alcanza para medio cartón de huevos y medio kilo de queso del de menor calidad.
La crisis y la perspectiva salarial
Toda crisis conduce a la destrucción de fuerzas productivas. La crisis creada por el chavismo es la más emblemática al respecto. Difícil explicar cómo un país fue llevado a la destrucción. Parece una fuerza sobrenatural. Así como los humanos para explicarse los fenómenos naturales recurrieron a los mitos y fetiches, alguna gente hace lo propio en estos tiempos de tragedia nacional. Pero no, las ciencias sociales nos permiten aclarar bien las cosas. También nos permiten definir qué hacer.
Las crisis cíclicas del capitalismo destruyen fuerzas productivas. Llevada a un punto, este proceso erosivo renueva las condiciones de reproducción del capital y, como el Ave Fénix, comienza un proceso de reanimación, dejando una secuela que bien puede ser aprovechada por fuerzas que la preservación de las relaciones sociales basadas en la apropiación privada del producto social. En el ínterin, se presentan condiciones que agudizan la lucha social y política que las más de las veces conduce acá o allá a crisis revolucionarias. Sin embargo, esta recuperación conduce a nuevos bríos a partir de los cuales el capitalismo parece rejuvenecerse.
Son muchos quienes avizoran que la actual crisis conducirá a un proceso destructivo mucho mayor que el propiciado en la crisis de 2008. Cada cierto tiempo aparece de manera inexorable. Son crisis de sobreproducción.
Pero las crisis como la venezolana no se ajustan a ese proceso natural de la sociedad basada en la propiedad privada sobre los medios de producción del mundo moderno. La crisis venezolana es el resultado de una política que fue erosionando el aparato productivo. Se inicia el freno desde siempre. Esta limitación no solamente obedece a las condiciones propias del poco desarrollo alcanzado por el país a pesar de la riqueza petrolera. Los nexos de dependencia con potencias extranjeras, principalmente de EEUU, frenan aún más nuestras perspectivas. Pero encuentra un envión histórico, con la aplicación de políticas liberales a partir de 1989. Chávez las eleva a su máxima expresión.
Por tanto, la crisis venezolana, contrario a las cíclicas, fue labrada desde adentro. Desde el Gobierno. Si bien, la raíz se encuentra en las postrimerías de la época bipartidista, el cuño chavista le brinda particularidades, como la de colocarnos a merced de otro bloque imperialista, aún más voraz y menos interesado en nuestro desarrollo. Para qué si ellos producen todo o casi todo.
Así, en situaciones críticas, este asunto del salario, adquiere mayor encono. Es en estos tiempos cuando hay más presión a la caída del salario. Hay todavía mayor oferta de fuerza de trabajo. A su vez, los dueños de los medios, buscan obtener más plusvalía para atemperar los efectos sobre la oferta de bienes. Caída de la oferta de todas las mercancías. Caída de la capacidad de demanda social. Caída del salario. Ganan los más competitivos. Los que han centralizado más capitales. Absorben a los perdedores. El caso venezolano alcanza una expresión superlativa.
Diferencias entre los salarios
Cabe aclarar que el trabajo productivo, término que acuña Adam Smith, el mismo que los liberales ven su parte vulgar y no sus aportes científicos, se refiere a aquellos trabajadores que aportan trabajo a la producción de bienes y, por ende, crean beneficios.
Por su parte, el llamado trabajo improductivo, es tal en tanto que no produce plusvalía. Lo que no supone que no sea importante. El trabajo improductivo es el de los educadores que forman millones de niños, jóvenes y adultos. Que les brindan conocimientos, valores, y formación para el trabajo. Trabajo improductivo es el que destina en mantener en funciones esa inmensa máquina que es el Estado y, por ende, todos los servicios públicos e instituciones oficiales. Lo que incluye la Fuerza Armada y los distintos cuerpos represivos y de defensa y custodia y salvaguarda de la República. No es poca cosa.
Ahora bien, con todo y que el grado de explotación es muy elevado, se viene desarrollando una tendencia que permite que los trabajadores productivos perciban sueldos y salarios muy por encima de lo que perciben los trabajadores de la administración pública. El salario mínimo establecido en 40 mil bolívares no es referencia en la empresa privada.
La tendencia a la dolarización se ha afianzado tanto que, llegando a la empresa, permite que los productos sean vendidos en torno a su valor. El bolívar dejó de ser referencia. Ha perdido condiciones fundamentales del dinero. De una parte, no permite atesorar. Lo más grave, no expresa el valor real de las mercancías. Por efectos de la inflación y la especulación, su campo de acción se reduce a la transacción inmediata. Quienes perciben bolívares buscan salir de él de la manera más rápida posible. Algunos servicios son cancelados en bolívares. Otros no. De allí que el dólar ha terminado copando la relación de intercambio de bienes y servicios.
Luego, al ajustarse el precio al valor de la mercancía, al tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, el dueño de los medios está en mejores condiciones para cancelar algo que se aproxima al tiempo de trabajo necesario. Esto es, el tiempo de trabajo que le permite al trabajador reproducirse junto a su familia en condiciones mínimas, claro está. Pero no por debajo de ellas.
Además, para incrementar la productividad del trabajo, el empresario eleva el salario de sus trabajadores contando con que puede vender a precios que expresan el valor de sus productos. Circunstancia que viene garantizando una escala de la demanda efectiva que atempera su caída, dados los salarios de hambre de los trabajadores públicos. Junto a las remesas, se configura la poca capacidad de demanda que hay en la economía venezolana.
Es así como la ofensiva se ha focalizado de manera brutal en el trabajador improductivo. De allí que los empleados públicos perciben sueldos y salarios cuyo parámetro mínimo son 40 mil bolívares. Incumple el Gobierno la oferta de pagar medio petro. Al cambio está en cerca de un millón de bolívares soberanos. Debía de estar pagando el Gobierno Bs. 500 mil de salario mínimo.
Y es que el Gobierno madurista garantiza a toda costa el pago de la deuda pública mientras condena al hambre y al exilio social a todos aquellos que dependen del salario que debe garantizar el Estado. Claro, muchos chavistas gozan de privilegios. No solamente por los sueldos y emolumentos diversos que se brindan sino por los diversos mecanismos de la corrupción que ha conducido a la articulación de los nuevos ricos con la oligarquía financiera.
Lamentable, de lo más lamentable, que el sector profesoral en todos los niveles educativos perciba salarios que no superan los 20 dólares. Un profesor universitario del mayor escalafón, titular pues, con al menos un doctorado, por supuesto, percibe actualmente muy por debajo de 20 dólares de sueldo. Los redondea a duras penas contando con los bonos que ha impuesto el Gobierno mediante convenimientos con los gremios bajo su mando y así, alanza los 20 dólares.
Este régimen se ha convertido en el enemigo acérrimo de la educación pública, hambreando al docente y a los estudiantes hijos de trabajadores. Parece no importarle al Gobierno la educación en general y la universitaria en particular. Algo de razón hay por cuanto se destruye día a día lo que queda en pie del menguado aparato productivo. Luego, ¿para qué profesionales?
Pues bien, tanto el trabajador productivo, como el improductivo han sido condenados por este régimen. Más en condiciones en las que asumió Maduro la conducción del gobierno chavista, sobrevenida la crisis creada por ellos mismos. No hubo sanciones estadounidenses durante más de una década. Período en el cual se fue destruyendo el aparato productivo mientras aumentaban las importaciones. Sustitución de producción nacional por producto importado. Lo esencial del liberalismo, pues.
El salario del hambre puede derivar en el salario del miedo. Del que sentirá la tiranía. Esta expresión se usa para titular la célebre cinta, El salario del miedo, dirigida por Henri Clouzot, basada en la novela homónima de George Arnaud. Narra la aventura de tres trabajadores para que trasladen nitroglicerina por una carretera escarpada con la muerte de acompañante. Claro está, a cambio de un salario de cierto privilegio. Podía estallar en cualquier momento alguno uno de los envases de la aceitosa sustancia fulminante. En nuestro caso, puede estallar el estado de cosas imperante por el hambre al que lleva a la inmensa mayoría de los venezolanos. Le causará miedo a la dictadura el salario que percibe el trabajador. Anuncia el estallido y con él, y la eventualidad de una nueva democracia.
El orden imperante destruye las fuentes de la riqueza: la naturaleza y el hombre trabajador. En nuestro caso es patente esta sentencia. La destrucción de la naturaleza, vale el caso de Guayana, acentuada en el Arco Minero, se ha afianzado con este régimen. La destrucción del hombre trabajador es un emblema. Los salarios de hambre destruyen al hombre trabajador.
Vivimos tiempos en los cuales, además de la lucha política para salir de la tiranía, hay sobradas condiciones para organizar la lucha por las reivindicaciones de los trabajadores.
Son demandas ¡No al pago de la deuda pública! ¡Sí al aumento de salarios!, acompañado de una política de elevación de la producción nacional. Creación de demanda y de oferta.
Son las mejores condiciones para la unidad de las luchas sociales. De todos los trabajadores por la lucha de reivindicaciones elementales como salarios dignos. Condiciones muy favorables para la reivindicación de un movimiento sindical al servicio de los trabajadores, el pueblo y el interés nacional. Es un reto para quienes buscan salir del chavismo y echar las bases por un mundo mejor.
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