¿Un estilo paranoico en la sociedad venezolana?

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Este viernes, pero hace 49 años, la nave espacial Apolo 11 llevó a los primeros astronautas a la superficie de la luna. Las huellas que Buzz Aldrin dejó en el suelo lunar todavía están por allí, al igual que la multitud de teóricos de la conspiración que afirman que el aterrizaje fue falso.

Argumentan, la bandera que la tripulación plantó parecía ondear, lo que no debería ocurrir debido a la ausencia de viento en la luna. El “engaño del alunizaje” fue una de las teorías de la conspiración en ganar más adeptos entre el público. En los años transcurridos desde entonces, las teorías se han multiplicado como conejos, pululando por todos los rincones del paisaje cultural. Es así, que después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, algunos activistas insistieron en que el gobierno de los Estados Unidos, en lugar de Al-Qaeda, había planeado los ataques. En la actualidad, las conspiraciones sobre los lazos del presidente Donald Trump con Rusia compiten con todas las noticias oficiales sobre el tema.

Si bien las teorías conspirativas han existido durante milenios, están prosperando en un momento político que recompensa a aquellos que rechazan el conocimiento establecido. Las teorías conspirativas se están convirtiendo en parte de nuestro diálogo nacional. Sin embargo, cuando tales teorías se arraigan en la conciencia pública, erosionan la confianza de las personas en las autoridades y el status quo.

En un círculo vicioso, eso crea un terreno fértil para el surgimiento de teorías de conspiración cada vez más extravagantes. Por ejemplo, sobre la muerte del presidente Hugo Chávez, diversas teorías conspirativas se han desarrollado como una plataforma para aquellos que siempre han creído saber algo más allá de la versión oficial, insinuando que agentes extranjeros le inocularon el cáncer que causó la muerte del mandatario el 5 de marzo de 2013. Las teorías se nutren del mismo Gobierno que nunca presentó la autopsia o un informe sobre el diagnóstico, tratamiento y cirugías a las que fue sometido. Más recientemente, un 27 de junio de 2017 sucedió un evento inusual en Caracas, además del convulsionado ambiente político que ya vivimos.

El inspector Oscar Pérez, del Cicpc, robó un helicóptero y voló sobre el Palacio de Miraflores y la sede del Tribunal Supremo de Justicia. Todo un hecho insólito, pero que llevó a muchos a decir “es una mentira”, “es un plan del Gobierno”, “es un engaño”, llegando las mil y una “explicaciones reales” a través de las redes sociales de lo que pasó. La idea de que creamos en teorías de conspiración no es nuevo ni exclusivo de nosotros los venezolanos, creativos por naturaleza, sino algo muy propio del ser humano.

Es tentador desestimar como maniáticos a los teóricos de la conspiración, imaginándolos como personas sentadas en un sofá con sombreros de papel aluminio.

Pero las teorías deben tomarse en serio por sus efectos en el discurso político y social, y la investigación sugiere que, en las circunstancias adecuadas, muchas personas son susceptibles a su atractivo. Si bien la atracción de la gente hacia las teorías conspirativas puede parecer ilógica, se debe a un deseo muy lógico de dar sentido al entorno.

Asignar significado a lo que sucedió ha ayudado a los humanos a prosperar como especie y las teorías de conspiración son historias cohesivas internas que nos ayudan a comprender lo desconocido cuando ocurren cosas que son aterradoras o inesperadas. Para algunos “creyentes”, la sensación de comodidad y claridad que aportan estas historias puede anular la cuestión de su valor real.

Los teóricos de la conspiración a menudo tienen un alto grado de tolerancia a la contradicción que les permite ignorar la evidencia en contra de sus teorías.

En un estudio en la Universidad de Kent en Inglaterra, las personas que dijeron que Osama Bin Laden había muerto antes de la redada estadounidense en su vivienda, también se inclinaban a decir que todavía estaba vivo, negando el informe de la administración Obama en el que Bin Laden había sido asesinado durante el ataque.

Las teorías de la conspiración también proporcionan un aumento seductor del ego. Los creyentes a menudo se consideran parte de un selecto grupo que, a diferencia de las masas engañadas, han descubierto lo que realmente está sucediendo. En un estudio en la Universidad Johannes Gutenberg en Alemania, la creencia en teorías de conspiración fue más fuerte entre las personas que dijeron que querían destacar entre la multitud. Además hay que considerar que la insatisfacción con lo establecido puede intensificar la necesidad de las personas de creer en una historia que justifique su situación, ya sea que la historia sea cierta o no. Van Prooijen dijo: “Si las personas están satisfechas, es menos probable que persigan este tipo de teoría”.

Estos aspectos sirven para entender por qué surgen las teorías de conspiración, pero la Venezuela actual es un caso particular, dado que la polarización política y la crisis han creado un caldo de cultivo para que, aunado a lo señalado, surjan estas teorías. Debido a la falta de información y desconfianza de la ciudadanía hacia sus líderes y gobernantes. Por un lado, tenemos autoridades que no están acostumbradas a la transparencia ni a la rendición de cuentas, lo que dificulta obtener datos e información fidedigna.

En consecuencia, nuestra sociedad desconfía, ya sea por considerarlas corruptas o porque no comparte su ideología política. No es cuestión de que simplemente aceptemos la versión oficial como verdades absolutas e incuestionables. Como ciudadanos, necesitamos cierto grado de escepticismo y crítica, que nos de la habilidad de verificar y comprobar qué tan razonables o ciertas son las informaciones que recibimos de ellas. Pero la clave está, en que no debemos actuar con paranoia.

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