El camino descrito por la disposición de la dictadura de seguir en el poder a toda costa, con el fracaso de la farsa electoral y la eventual muestra de la gente en la consulta, allana el camino de la rebelión como alternativa.
La crisis venezolana ha sido pensada desde distintos puntos de vista. Apenas hay coincidencia en que su magnitud no encuentra parangón en ninguna etapa anterior de su historia.
Recientemente fue promulgada en Venezuela una ley que generó el temor en todas aquellas voluntades que se resisten a la pérdida de la democracia en el país, Esta iniciativa legal conocida coloquialmente como ley antibloqueo, se presenta como un paso importante para el gobierno “revolucionario” en su tránsito hacia un régimen totalitario de nuevo cuño, considerando los enfoques teóricos que nos permiten calificarlo como tal.
En maniobras como la montada, los rusos tienen una gran experiencia. En Siria se realizaron, bajo sus auspicios, en 2014, unas elecciones en las cuales arrolló Bashar Al Assad con cerca de un 80% de los votos, en medio de la guerra civil.
La carencia fundamental de la oposición durante más de un lustro ha sido precisamente esa, no contar con una estrategia perspicua. De cara a una endeble unidad, labrada a partir del criterio común de salir de Maduro, no se ha avanzado más allá.
La reconstrucción puede ser acelerada y alcanzada en un tiempo determinado por la fuerza que representa una sociedad dispuesta a construir un nuevo país.
Maduro es el foco. Pero nosotros y ellos, todos, sabemos que el problema lo trasciende. Ha dado lo suyo. Su capacidad histriónica, aunque sin carisma, lo hacen el mensajero.
La culminación de esta jornada en torno de la ayuda humanitaria, cuya eficacia política fue evidente, parece abrir hoy una nueva etapa en la lucha contra el régimen.
A los y las adolescentes que pasaron y aún pasan por esto, si algún día leen estas líneas, sepan que no se equivocaron, que su lucha es justa y necesaria, que tienen derecho a defender sus derechos.
La eficacia política parece centrada en la presión internacional. Lo que da pie a dejar subalterna la participación popular que apenas sirve como telón de fondo de un camino estratégico centrado en lo anterior.