Una nueva crisis del capital

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A masked protester walks through wafting tear gas during a demonstration in Athens, Tuesday June 28, 2011. Greece's beleaguered government is bracing for a 48-hour general strike as lawmakers debate a new round of austerity reforms designed to win the country additional rescue loans needed avoid bankruptcy. (AP Photo/Petros Karadjias)
A pesar de la dramática situación que genera, la crisis capitalista resulta un tema definitivamente apasionante. A su vez, su análisis es insoslayable desde cualquier perspectiva, lo que lo convierte en un tema de debate que pone a prueba la validez de las distintas teorías al respecto. Sólo que no se trata de un mero ejercicio teórico, sino que, al poner a prueba la fundamentación teórica, desde las distintas corrientes de pensamiento, a su vez cada sujeto evidencia al lado de qué clase social se coloca, qué intereses asume.
De allí que no es de extrañar que quienes vienen asumiendo la defensa de la llamada política neoliberal tengan la desfachatez de defender sus tesis, muy a pesar de que una de las evidencias de la profundización de esta crisis ha sido la laxitud que ha gozado el capital para especular, para hacerse de espacios de la economía y de los fondos sociales para jugar en la ruleta de las bolsas, pero, en esta oportunidad, como cuando se juega a la ruleta, a momentos se pierde, sólo que quienes sufren las consecuencias de la pérdida no son los capitalistas, especuladores o industriales, sino los trabajadores.
Con todo, debemos salir al paso a quienes plantean que la crisis es el resultado de las políticas liberales, propagadas en esta etapa de la modernidad como neoliberales. De igual manera debemos desmentir la tesis según la cual la participación del Estado garantiza la superación de las crisis, en términos positivos, lo que nos llevaría de manera directa a la asunción de las tesis keynesianas. Cualquier política económica capitalista hace valer la “… consigna de que los obreros deben mantenerse siempre en un mínimo de disfrute vital y aliviarles las crisis a los capitalistas. Reducirse a simples máquinas de trabajo y, en lo posible, su propio desgaste y deterioro” Marx, Carlos, elementos fundamentales para la crítica de la economía política, tomo I, Siglo veintiuno editores, 1971, p. 229.
Las políticas liberales —como toda política desde la perspectiva del capital— afianzan las tendencias que apuntalan el proceso de acumulación capitalista en circunstancias concretas. Crean condiciones al capital para incrementar la explotación de los trabajadores, mediante la desregulación en la relación capital/trabajo, eliminando los controles sobre el trabajo. Mediante la eliminación de las barreras en los países más débiles, facilita al capital financiero la expoliación de las riquezas de los países dependientes y semicoloniales, y afianza una división internacional del trabajo a favor del imperialismo. Pero no es causante de la crisis mundial.
Por su parte, el keynesianismo no salva a nadie. Esta política, de igual manera, apuntala las tendencias antes dichas, pero en condiciones diferentes, creando, en el mejor de los casos, circunstancias más favorables para la concentración del capital, limitadas en buena medida por la crisis, y, dado su carácter mundial, para “distribuir” de manera más clara sus consecuencias, descargando su mayor peso en los países dependientes, de manera tal que este proceso puede ser mejor programado. En primera instancia, el keynesianismo garantiza de manera acelerada la socialización del costo de los efectos de la crisis. Al aumentar la carga impositiva en la gente y las empresas (que a su vez la trasladan a los precios), el Estado se hace de ingresos con los que puede, aparte de atender la quiebra del sector financiero, invertir en áreas importantes de la economía: sector bélico, construcción, entre otros, ampliando a su vez la demanda social. Es así como la profundización del belicismo, por ejemplo, se ve facilitada con la aplicación de las orientaciones keynesianas, para ubicar uno de los resultados más destacados de esta disposición general de la acumulación capitalista. El belicismo, en primera instancia, es producto de un hecho objetivo. Ubiquemos que la demanda de este tipo de mercancía se garantiza mediante la socialización de recursos vía presupuesto estatal. De tal manera que se crean condiciones para programar un gran desarrollo de este sector en las naciones imperialistas, aun cuando debemos recordar el resultado final de este proceso de militarización de la economía, siendo la Segunda Guerra Mundial el caso emblemático por antonomasia. Keynes, a su vez, en materia económica dio un espaldarazo a los regímenes totalitarios, cuando afirma que “los sistemas de los Estados totalitarios de la actualidad parecen resolver el problema de la desocupación a expensas de la eficacia y la libertad. En verdad el mundo no tolerará por mucho tiempo más la desocupación…”. Pero el keynesianismo ni evita las crisis ni nos salva de ellas. Sin embargo, dada la magnitud de la crisis Keynes será, seguramente, la alternativa para el imperialismo, de allí que es de esperarse que muchos de quienes abrazaron el liberalismo “reflexionen” para convertirse en voceros del capital.
La crisis capitalista sólo puede ser analizada desde una perspectiva científica, recurriendo a Marx, tal vez ello explique el que su obra se haya recreado en las actuales circunstancias, lo que se expresa, entre otros datos, en el incremento de las ventas de El capital en Alemania. En las actuales condiciones deben ser complementadas sus tesis con los aportes realizados por Lenin en su oportunidad, cuando aborda nuevas tendencias del desarrollo capitalista en condiciones del imperialismo. La validez marxista es tal que basta con ubicar las tendencias de manera abstracta y luego llenar de datos cada una de ellas para que quede evidenciada su validez de manera clara. Por ejemplo, el comportamiento hacia la baja tendencial de la cuota de la ganancia conduce a un desplazamiento de los capitales hacia áreas más lucrativas. Esta ley se ha puesto de manifiesto en los traslados del capital hacia geografías que cuentan con bondades para la inversión productiva, tales como fuerza de trabajo barata, mercados interiores de significación, entre otros. De igual manera queda clara cuando observamos la magnitud del desplazamiento de los capitales al sector especulativo en general, que, a finales de la década de los 90 fueron muchos quienes calcularon que 90 por ciento de los movimientos de capital a escala mundial fueron de este tipo. Asimismo, el carácter cíclico, de una regularidad demostrada a lo largo de siglos, una vez más se pone de manifiesto, recordemos que la última crisis sucedió entre 1999 y 2001.
Las crisis capitalistas tienen su origen en una relación dialéctica entre determinaciones en la esfera de la producción y en la esfera de la circulación, aun cuando podemos ubicar que, en primera instancia, ubicado el afán de lucro como el motor primigenio, ésta se origina en el proceso productivo. En cualquier caso, tiene un carácter orgánico. Es independiente de la fase en la cual se encuentre el capitalismo, esto es, las crisis son el resultado de las relaciones capitalistas de producción, independientemente de que éste se halle en la etapa de libre competencia o imperialista. Por ejemplo, son los más quienes dijeron –¿ya no lo dicen?– que la tal globalización habría de conducir a que las crisis capitalistas serían de una intensidad distinta, dada la incorporación de todo el planeta al sistema de mercado. Seguramente la magnitud de la crisis mundial habrá de hacer reflexionar a quienes levantaban tal teoría.
La competencia capitalista fuerza al incremento de la composición orgánica de los capitales, esto es, a la introducción de cada vez más avanzadas innovaciones científico-tecnológicas, que —aparte de conducir a un volumen de producción sólo limitada por la capacidad creciente de absorción de materias primas en el proceso de producción— determina que cada producto tenga menos valor y, por tanto, menor precio; eso es lo que los hace más competitivos. Con ello los capitalistas más avanzados logran hacerse de crecientes mercados, en lucha a muerte con otros capitalistas. Pero ello no significa que se cree un mercado en correspondencia. Muy grosso modo, esta afirmación nos indica el preámbulo de un proceso cuyo sino no es otro que una sociedad en la que se produce en forma ilimitada pero que no tiene capacidad de crear un mercado capaz de absorber lo que se produce. Asimismo, el incremento de la composición orgánica hace que la cuota de la ganancia —esto es, la relación entre la plusvalía y el capital— tienda a descender en la medida en que se empuja al capital a aumentarla. Cuestión sencilla de apreciar cuando es lógico suponer que las mejores máquinas logran absorber cada vez más materia prima en el mismo tiempo que tarda el proceso de trabajo, por lo que el volumen de la inversión es cada vez mayor y exigente, manteniendo constante la plusvalía y la inversión en capital variable, esto es, en salarios. Por lo que la relación entre plusvalía y la inversión en capital sea decreciente, esto es, la cuota de la ganancia decrece.
Esta contradicción —la producción ilimitada de mercancías y la no correspondiente capacidad de absorción de lo producido—, cuyo carácter absoluto se ve reflejado en la crisis actual, se articula con la tendencia a la caída de la cuota de la ganancia, para conducir al capital al desarrollo de contratendencias que buscan atemperar su comportamiento, pero que se convierten en contradictorias, en general, para el desarrollo de la acumulación. Circunstancia que profundiza las contradicciones políticas y sociales del capitalismo, así como las que se producen con los países que son expoliados para extraer materias primas baratas. Con esto no queremos decir que la crisis capitalista en desarrollo, ni la del 29, ni ninguna de las que se han sucedido, tengan un carácter terminal. El derrumbe capitalista, como se desprende de la teoría marxista y de la experiencia histórica, es el resultado de la combinación de condiciones objetivas y subjetivas. Aparte de que las crisis permiten que el capital cree nuevas condiciones, esté más centralizado, para emprender un nuevo ciclo, claro, luego de haber destruido una masa de capitales, entre los que se encuentra parte del capital variable, esto es, trabajadores desempleados, hambrientos, que hacen más barata la mercancía “fuerza de trabajo”, fundamental para el inicio del nuevo ciclo.
Dentro de las contratendencias que buscan frenar la caída de la cuota de ganancia, sobre todo en condiciones de crisis y recuperación, podemos observar cómo se va produciendo una caída vertiginosa de los precios de las materias primas, saliendo de un breve lapso en el cual se dispararon los precios de varios rubros como producto de la especulación financiera. Es de esperar que en tendencia el precio de muchos de los rubros alimenticios y de materias primas se coloque por debajo de su valor. En fin, son procesos inexorables que se repiten una y otra vez por lo que no pueden ser frenados por política económica burguesa alguna.
Las contradicciones entre las naciones imperialistas
De igual manera, parejo a lo anterior, las contradicciones entre los imperialismos habrán de agudizarse. La negociación y el convenimiento, dominantes durante esta larga etapa, dará paso a la conflictividad. El hegemonismo del imperialismo estadounidense —si bien lograba concertar al imperialismo en torno de una ofensiva mundial contra los trabajadores, negociándose los espacios de influencia de cada imperialismo— dará paso a una mayor rivalidad. Ubiquemos que esta crisis es de una magnitud importante, por lo que cada potencia buscará preservar a muerte sus intereses. La negociación, por otra parte, estará cruzada por el chantaje. Por ejemplo, EEUU es vulnerable frente a Japón y China, que entre ambas, ya en 2005, se habían hecho de alrededor de 1,5 millones de millones de dólares en papeles de la Reserva Federal, según fuente que presentara el periodista y escritor chileno Ernesto Carmona: “Japón y China poseen solos más de un millón de millones de dólares en títulos del Tesoro de EEUU como reserva de divisas extranjeras…”. Más claro resulta aún lo señalado en el artículo, “Economía mundial y la eventual séptima crisis cíclica”, escrito por Orlando Caputo: “En 2008 EEUU debe sólo a China ya la suma de 1,6 billones de dólares, a los países petroleros árabes otro 1.5 billones, a Japón más de un billón de dólares y a Rusia más de medio billón. La primera potencia del mundo debe, en otras palabras, básicamente a sus principales contrincantes económicos y políticos”. Esta circunstancia motivará pugnas y alineamientos con base en los intereses particulares de cada potencia, en momentos en los cuales las luchas y rivalidades por mercados y fuentes de materias primas se agudizan. Esto explica cómo voceros estadounidenses anuncian la profundización de tensiones que conducirían a un conflicto internacional, prueba de esta afirmación la expresa Mike McConnell, principal funcionario de la inteligencia estadounidense, quien dijo en una conferencia de inteligencia en Nashville, Tennessee, Tennessee, realizada el 30 de octubre de 2008 y citado por Joanne Allen el 31 de octubre del mismo año en la agencia Reuters, que “el riesgo de un conflicto internacional aumentará en las próximas dos décadas al tiempo que China, la India y Rusia se conviertan en grandes potencias y que la competencia por los recursos crezca. Los próximos veinte años de transición hacia un nuevo sistema internacional estarán plagados de riesgos y desafíos con el ascenso de potencias emergentes y una transferencia histórica de riqueza y poder económico desde Occidente a Oriente”.
A pesar de la dimensión de la economía china, la segunda del planeta, dejando a un lado la economía india que como es de suponer guarda potencialidades en la misma dirección, que muchos ubicaron como un factor fundamental para evitar una crisis mayor, la crisis parece ser tan o más profunda que la del 29. Desconocer las leyes de funcionamiento del capitalismo ha conducido a este tipo de fantasías que buscan negar la naturaleza del capitalismo, mientras se adelantan políticas económicas fundamentadas en apologías naturalistas respecto a un régimen de producción que, al fundamentarse en la explotación del obrero, en la obtención de plusvalía, conduce a crisis como la presente que favorece a los capitales más competitivos mientras lleva a la ruina las grandes mayorías planetarias de la cual no escapan siquiera un grupo importante de capitalistas.
La crisis y las perspectivas políticas revolucionarias
Una vez más la validez del marxismo para explicar la crisis es clara, así como es clara la formulación teórica para superar este régimen de producción. Esta es la teoría general, claramente demostrada una y otra vez. Ciclo tras ciclo. De manera terca. Sostenida. A pesar de lo cual el capitalismo no puede encontrar manera de evitarlas. Siempre se impone la lógica que configura el afán de lucro. Sólo que en esta oportunidad la crisis parece marcar época como la marcó la de 1929, cuyas consecuencias están claramente plasmadas en los procesos de destrucción de capitales que dejaron terribles improntas en la historia de la humanidad.
Entretanto, quienes asumen los intereses del capital, por cierto, muchas veces sin tener mucho de esto, o sea capital, deben hacer malabares discursivos para explicar las cosas. Claro, apenas son ideólogos y su jefe, el capital, les demanda la mayor coherencia para explicar cosas, desde esa perspectiva, imposibles de ser explicadas, por lo que se convierten en apologías para apuntalar tendencias que facilitan la acumulación capitalista de manera concreta, esto es de acuerdo con las determinaciones de cada etapa de su desarrollo.
Esta crisis ya viene teniendo consecuencias terribles. Según cálculo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), a nuestro juicio prematuro y conservador, es de esperarse unos veinte millones de desempleados. Pero esto es apenas una de sus manifestaciones. Es de esperarse que las tendencias del capitalismo alcancen niveles drásticos. Por ejemplo, el proceso de destrucción de capitales y los mecanismos que permiten la recuperación de la cuota de la ganancia pueden alcanzar niveles que los economistas habían declarado superados por siempre. Para tener una idea, algunos autores lograron determinar que la destrucción de capital entre la crisis del 29 y la Segunda Guerra Mundial, articulada a esta crisis, alcanzó un tercio del capital previamente existente. En primer lugar, la explotación de la clase obrera y la reducción del salario serán llevados a límites extremos. Esto es, aquello de que el salario —recordemos a Smith y Ricardo— debe colocarse por debajo de las condiciones mínimas de reproducción, nuevamente, se expresará en escala planetaria, en el mejor de los casos, con el aumento nominal del salario acompañado de expansión monetaria. Será afectada la clase obrera a escala mundial, principalmente en los países dependientes y semicoloniales, pero de ello no escapará la clase obrera europea o estadounidense, con lo cual la lucha de clases puede alcanzar niveles no vistos en las últimas décadas.
Para Venezuela esta crisis colocará en evidencia la naturaleza del régimen chavista. Somos de la idea de que el gobierno aplicará políticas que irán a favor del capital y no de los trabajadores. Peor aún, estarán en correspondencia con las nuevas demandas de la oligarquía financiera. Hasta ahora ha sido relativamente poco conflictivo mantener las demandas de la oligarquía. Con elevados precios le fue fácil al chavismo drenar masas de capitales a los principales bancos. Ello explica el crecimiento de la deuda interna. Pero de igual manera satisfizo la voracidad de los importadores cuyas pingües ganancias fueron el resultado de la imbricación del proceso de destrucción del aparato productivo nativo y la complacencia ante el capital de colocar a Venezuela a jugar —mejor dicho: a continuar jugando— un papel en la división internacional del trabajo de brindar materia energética mientras importa bienes finales. Pero, con la crisis, las cosas darán paso a la confrontación, tanto entre los mismos dueños del capital, como de los trabajadores frente al capital y el Estado. La clase obrera y los trabajadores venezolanos habrán de levantar sus voces para hacer cumplir la consigna: ¡que la crisis la paguen los ricos!
Salir de la crisis, atender sus efectos en Venezuela, desde una perspectiva nacional y popular supone una política de inversiones productivas, acompañada por la protección y estímulo del Estado, mientras se respetan de los derechos sociales y se propende a su realización. Así, al lado de la inversión Venezuela de manera soberana debe realizarse una nueva política internacional que defina importaciones que contribuyan con el desarrollo nacional. Se cierran las importaciones de bienes que bien pueden producirse en nuestro país. Ello implica una nueva política bancaria basada en la ampliación de la cartera crediticia hacia la producción con créditos baratos, lo cual implica ganancia para los bancos con base en niveles adecuados, lo que favorece la solidez del sistema bancario. Pero no hay que perder de vista que los salarios deben atender mejoras en las condiciones de reproducción de los trabajadores, por lo que los aumentos salariales no deben ir acompañados de aumento en la oferta monetaria. A su vez se trata de un proyecto de desarrollo basado en una nueva democracia donde la toma de decisiones sea recogida de manera directa y que sean vinculantes. Donde la representatividad esté sujeta al cumplimiento de los compromisos con las grandes mayorías y el interés nacional, por lo que la revocación debe ser un principio de cumplimiento democrático.
En Venezuela, con la crisis, se abre un período donde el problema del poder político y la alternativa revolucionaria serán colocadas en el tapete, con un pueblo que clama por verdaderos cambios. Ya no será suficiente el engaño y la demagogia para, en el mejor de los casos, atemperar las demandas de las grandes mayorías, así como las de un país que ha visto, nuevamente, cómo se pierde una nueva oportunidad para sacar al país del atraso y llevarlo por la senda del desarrollo independiente y el bienestar para sus habitantes.
La crisis capitalista, sus efectos en la clase trabajadora y las tendencias en el sindicalismo
Cuando afirmamos que la crisis supone un proceso de recomposición de la forma valor, no solamente debemos ubicar su carácter orgánico, esto es, la manera como se reconfiguran los componentes de valor. Debemos también apreciar sus efectos políticos y sociales.
En el primer aspecto, lo atinente a la reconfiguración de los componentes del valor hay que establecer el aspecto específico y el general, o sea la tendencia que se da en términos de sus componentes en los sectores industriales de mayor composición de capital, como los que se dan en la riqueza nacional e internacional. Pero para ello debemos ubicar qué es la reconfiguración. Como sabemos los componentes de valor son: capital constante, capital variable y plusvalía. Esto es, el valor de cualquier mercancía se descompone en estos tres elementos. Así, W=Capital constante + capital variable + plusvalía. Esta igualdad, producto de la crisis, se va reconfigurar en términos de la participación de cada uno de los elementos. De tal manera que si W = Capital constante + capital variable + plusvalía, en términos de una participación similar, sería, W = 33,33 + 33,33 + 33,33. Ahora bien, dado que en condiciones de crisis capitalista, la caída de la cuota de la ganancia ha descendido y que una de las contratendencias que frenan su caída es el aumento de la masa de plusvalía, manteniendo constante la composición del capital, esto es, lo que se utiliza en maquinaria y equipo, así como en materia prima, la variable a modificar sería el capital variable, esto es, lo que se invierte en fuerza de trabajo. Cuestión que se alcanza con base en la reducción del salario de los trabajadores, siendo la inflación uno de los mecanismos más expeditos para alcanzar ese propósito. Así, en caso de que disminuyéramos CV, en un 5%, debemos sumar ese porcentaje a P, de tal manera que se modifican los componentes de valor conservándose la igualdad, esto es, W = 33,33 + 28,33 + 38,33. De tal manera que esta tendencia objetiva, que se cumple a escala internacional, se convierte en un componente tanto de la reconfiguración de la forma valor como de la aspiración capitalista por ver crecer, más bien frenar, dadas las condiciones de crisis, la caída de la cuota de la ganancia.
De tal manera que esta condición expresada en una sencilla fórmula matemática se da en la fábrica y en toda la sociedad. Eso explica variaciones de precios, caída de los salarios, procesos inflacionarios, entre otros. La redistribución de la riqueza es su expresión más general. Explica también el elemento orgánico de donde surge esa fabulosa riqueza que se le entrega a la banca y a las grandes empresas que en estos momentos se encuentran en serios problemas como el sector bancario en Estados Unidos y Europa o el sector automotor.
Queremos significar que el problema de la caída del salario, sobre todo en condiciones de crisis es un asunto orgánico, objetivo. Es una tendencia absoluta del sistema capitalista. Determinación que profundiza la contradicción capital trabajo.
Ahora bien, esta tendencia internacional, la desvalorización de la fuerza de trabajo, la inversión por parte del dueño de los medios de producción en un capital variable que debe abaratarse, observa un desarrollo desigual. Así, la desvalorización del salario de los trabajadores si bien es cierto alcanza una dimensión a escala planetaria, también lo es el hecho de que su desarrollo se hace más pronunciado en aquellos países débiles frente al capital. Más específicamente, la caída del salario se hace más pronunciada en los países dependientes y semicoloniales así como aquellos países y naciones que encuentran en la baratura de la fuerza de trabajo una ventaja comparativa de significación para atraer capitales como es el caso de China, India, México, Brasil, entre otros.
Debemos recordar que la fuerza de trabajo es una mercancía. Específica, como la definiera Marx. Específica en tanto que posee dos características. En primer lugar es una mercancía que agrega nuevo valor en el proceso de trabajo. De allí tanto el salario del trabajador como la plusvalía de la que se apropia el capitalista. Por tanto la fuerza de trabajo, en conjunto es capital variable que debe reproducirse como cualquier mercancía. Pero en condiciones concretas. La crisis supone una situación concreta. La tendencia a la desvalorización de esta mercancía es permanente. De allí una segunda característica, la fuerza de trabajo es la única mercancía cuyo precio tiende a estar por debajo de su valor. En condiciones de crisis esta tendencia se hace dominante por no decir absoluta. Cuestión que se ve apuntalada por el incremento de la oferta de esta mercancía. Si en condiciones normales, la oferta de esta mercancía es mayor que la demanda, en condiciones de crisis esta relación es todavía más desproporcionada. Por lo que esta tendencia se convierte en otra determinación para que el precio de la fuerza de trabajo en condiciones de crisis se profundice todavía más.
La relación capital trabajo, contradicción fundamental a escala mundial, en condiciones de crisis capitalista como la que se vive se hace aún más aguda. Los sindicatos, instrumento fundamental en esta relación encuentran el reto de frenar la ofensiva del capital que de manera desesperada busca desvalorizar la fuerza de trabajo para así frenar la caída de la cuota de la ganancia. Así como es un hecho objetivo que el capital busque desvalorizar la mercancía fuerza de trabajo, también es un hecho objetivo que los sindicatos se vean empujados a ponerse al frente de las luchas obreras.
Esta tendencia se hace dominante tanto en el sector productivo como en el improductivo. Tanto en la fábrica como en el sector gubernamental. De allí que las luchas se desarrollan en todos los sectores de la sociedad, aun cuando es en la fábrica donde estas luchas alcanzan mayor importancia dado que es allí donde se produce la riqueza y donde el capitalista busca conseguir obreros más baratos. Además, es la producción de bienes y servicios lo que a fin de cuentas permite aumentar la riqueza capaz de producir, tanto salario para los obreros, ganancia capitalista, así como recursos para crear las mismas condiciones de reproducción tanto del régimen de producción burgués como del capital variable, esto es, de la reproducción de los trabajadores en forma de capital variable. En definitiva, produce la riqueza para montar el aparato de Estado, una de cuyas funciones es precisamente edificar todo el sistema capaz de crear todas estas condiciones. Edificación que absorbe una fuerza laboral significativa. Esto es lo que denominamos el sector improductivo en términos de que no produce plusvalía. De allí que el movimiento sindical encontrará en todos los sectores condiciones y demandas para enfrentar a la patronal. La presión de las bases obreras y de los trabajadores en general presionarán a una conducta firme para adelantar la pelea por el aumento de los salarios
La democratización del movimiento sindical y de los trabajadores resulta un aspecto fundamental en la línea de trabajo que venimos desarrollando. Democratización que supone tanto la creación como la elevación de la conciencia en la clase, así como de su participación en la toma de decisiones y en las formas de lucha que deberá adelantar el movimiento.
Hemos indicado algunos aspectos objetivos que fuerzan a la patronal a reducir el salario obrero, así como a los trabajadores y sindicatos a la defensa de sus derechos y reivindicaciones. De igual manera un hecho objetivo del lado del capital es que esta ofensiva, aun en medio del desarrollo desigual antes señalado, alcance una escala mundial. La unidad del capital en la materia es sólida. Está afianzada por el interés de la clase capitalista. De igual manera la lucha de los trabajadores debe alcanzar esta dimensión. La lucha por el salario se convierte así en un asunto que debe ser atendido a escala internacional. Más específicamente, la lucha sindical debe alcanzar una dimensión mundial, pero que en nuestro caso debe privilegiar la coordinación a escala latinoamericana. Ello obliga a la coordinación de las luchas, al intercambio de experiencias y, sobre todo, a levantar una plataforma común para todos los trabajadores latinoamericanos. De lo contrario el capital encontrará mejores condiciones para alcanzar su objetivo.
Vivimos tiempos de combate obrero. Eso debe ser asumido por el movimiento sindical de manera positiva, esto es, ubicando su papel histórico en medio de la crisis más profunda que ha vivido el orden capitalista mundial en las últimas décadas. La destrucción de capitales, sobre todo de capital variable, principalmente expresado en el desempleo y sus secuelas, es una de sus determinaciones de mayor significación. Asumir el reto de evitar que el capital alcance su objetivo, puede colocar al movimiento sindical de cara a la posibilidad de soñar y luchar por un mundo mejor. De manera objetiva se avecinan luchas trascendentales, condición favorable para que la conciencia de la clase obrera se convierta en fuerza material para que esos sueños se hagan realidad. He allí el reto más importante para el movimiento sindical.
Carlos Hermoso Conde*
Caracas, 25 de mayo de 2009
* Economista. Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV.

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