La carencia fundamental de la oposición durante más de un lustro ha sido precisamente esa, no contar con una estrategia perspicua. De cara a una endeble unidad, labrada a partir del criterio común de salir de Maduro, no se ha avanzado más allá.
El chavismo busca ganar tiempo. Se aferran cada vez más. Están acorralados, pero cuentan con reservas estratégicas importantes, cuyo análisis, parece no ser contemplado por muchos de los factores políticos de la oposición.
El peligro es inminente. La oposición, vista en su conjunto, parece perpleja. Sin rumbo. Sin estrategia a seguir. Mientras, el pueblo sufre las calamidades propias de la crisis más grave que ha vivido el país.
El chavismo se disfraza de socialista desde un comienzo, pero sobre todo a partir de 2002. Se asumieron como proyecto del socialismo del siglo XXI, aunque fueron fieles a las demandas de la oligarquía financiera.
Este renacer del movimiento de masas, este despertar por el cambio, debe ser atendido de mejor manera. No debe ser negociado. Es más, no es negociable.
De no atenderse la demanda nacional partiendo de nuestras propias fuerzas y capacidades, de no atenderse las demandas del pueblo, es fácil vaticinar una cadena de hechos que abonarán una rápida inestabilidad política y social, colocando a la sociedad en la disyuntiva entre la barbarie y una salida radical.
Todos los factores políticos y sociales interesados en salir de Maduro debemos integrarnos en un gran frente cuyo sustento no puede ser otro que un programa político que resuma y concilie intereses históricamente contrarios.
China parece convertirse en el hegemón mundial y se presenta ante el mundo como un país socialista, guiado por un partido comunista. Pero son hoy los más interesados en preservar el liberalismo moderno. Parece una contradicción. Pero no, es la naturaleza del revisionismo.
Esta dictadura, tras el disfraz socialista, para mantenerse en el poder incurre en las más aberrantes y antinacionales políticas. A la entrega a chinos y rusos se suma la displicencia en relación con el Esequibo.
El nivel alcanzado por el despojo del bolsillo de los trabajadores es de tal grado, que el Gobierno se ve obligado a producir sucesivos ajustes salariales para atemperar la brusca caída de la demanda social.