Las respuestas que demos a ambas preguntas, en una dirección u otra, deberían guardar coherencia entre sí. La interpretación de la primera —del desastre que vive Venezuela— nos ubicará en el camino que propicia quien responde.
No es gratuito ni casual que el Gobierno busque salir del atolladero con las mismas políticas. Solo que ahora —mermados los ingresos por concepto de la venta del crudo— será a través de la venta de otras riquezas que se hallan en el suelo y subsuelo venezolanos. Para el Gobierno, el problema es la caída de los dólares para importar. Por eso subasta al país para conseguir más dólares. Es fiel a los fundadores de la ciencia económica con aquella máxima de la división internacional del trabajo que fuerza a cada país a especializarse en aquello en lo cual obtiene más ventajas, mientras importa de lo que no alcanza lo propio. Fieles al librecambio, pues. Nos hacemos de dólares para comprar lo demás. No requerimos producir bienes en lo que no somos competitivos. Por lo que quebramos la producción interna de bienes que podemos importar.
Para el “economista” —defensor por antonomasia del capital— el problema son los controles, la falta de libertad. Luego, el conflicto se resuelve con su levantamiento. El asunto obedece a la “inseguridad jurídica”, con todo y los artículos constitucionales que legalizan y amparan el liberalismo, como el artículo 301 de la constitución que establece el trato igual de los capitales —nacionales y foráneos— y el espíritu que establecen los artículos 311 y 312 para ajustar el presupuesto con base en el endeudamiento público, así como los decretos leyes de doble tributación que en la práctica eliminan el pago de impuestos de los capitales extranjeros que invierten en Venezuela.
El asunto para la dogmática del economista es atraer la inversión extranjera con base en la confianza y la seguridad jurídica. Se hacen la vista gorda o simplemente no ven para nada que sí hay inversión extranjera, pero solo en las áreas que a las potencias mundiales les interesan y propician, pero también propaga, el sabio economista, la dogmática religiosa del capital que orienta y recomienda dejar a las fuerzas del mercado aquella fórmula trinitaria de la mano invisible para que asigne la distribución de los factores de la producción, flexibilización laboral mediante, el libre juego de la oferta y la demanda, la inversión extranjera y la confianza. Señala esta fe del capital que la política económica no debe ser otra que la “libertad”, esto es, ninguna orientación desde el Estado. Además de la consideración de que, para salir de la crisis, hay que recurrir al endeudamiento externo y aplicar un paquete de medidas para garantizar la capacidad de crédito frente a los acreedores.
Pese a las crisis, estos fieles siguen empeñados en lo que indica el culto. En realidad, lo que buscan es que la crisis la paguen los trabajadores, que los grandes no mermen en sus ganancias esperadas. A eso se reduce la confianza. Entretanto, la confianza de los trabajadores es que habrá mayor pobreza y explotación a menos que la lucha los reivindique.
A nuestro juicio la cosa es más concreta. Sus determinaciones deben ser evidenciadas. El problema es de producción, de soberanía nacional, del freno al desarrollo de las fuerzas productivas en que se han convertido las relaciones de producción y de cambio imperantes y de la dependencia del país de la oligarquía financiera y del imperialismo de viejo o nuevo cuño. Luego, la salida supone una respuesta que permita la liberación de las fuerzas productivas para echar las bases que permitan diversificar el aparato productivo e impulsar la revolución industrial. Lo que supone la ruptura de la tendencia a la especialización y una política económica que no descargue en la gente, en su bolsillo, el costo que supone salir de la tragedia.
El camino hacia la revolución industrial parece una quimera para el economista ortodoxo. Ese que hace genuflexiones ante la sentencia liberal, sin parar mientes en la experiencia histórica. Solo los países que se han protegido han alcanzado elevados niveles de desarrollo. Venezuela cuenta con los recursos materiales y humanos para alcanzar esa meta. Comenzando por sustituir el producto importado por producción nacional, al inicio con aquellos rubros que son fáciles de ser sustituidos. Por canalizar el ahorro social hacia la inversión productiva. Esto es, creando condiciones para la concentración de capitales con sentido nacional. Todo lo cual supone afectar a los grandes bancos y a los importadores.
Nacimiento del desastre
El origen de la crisis actual es más remoto de lo que muchos suponen. Se trata de un asunto sencillo y rebatible solo desde la perspectiva de la religiosidad del economista que parte de la dogmática naturalista. Esa que establece que una fuerza invisible regula el funcionamiento del hecho económico y, al ser violentado su curso, nos dirigimos inexorablemente a este estado crítico. Pero la evidencia empírica es tan contundente que el argumento del místico, es ineficaz. La crisis obedece a que precisamente Venezuela ha cumplido fielmente con los principios del liberalismo, especialmente el de abrir sus puertos a la producción de países más competitivos sin dejar protección alguna para el producto nativo, el de cumplir fielmente con el pago de la deuda pública y el de garantizar la creciente riqueza de la oligarquía financiera, a saber, grandes productores de bienes como el grupo Polar, los grandes importadores y bancos y los sectores vinculados al negocio petrolero.
Adam Smith descubrió y desarrolló teóricamente la tendencia a la división internacional del trabajo. Esa que impera de manera objetiva como una fuerza que se impone y termina por moldear el papel de cada país en cada etapa del desarrollo del capitalismo mundial. Sujeta al rendimiento del capital, de la cuota de ganancia a escala planetaria y su desarrollo desigual y la dimensión de sus mercados interiores, los países se van ajustando a los dictados del capital. La única manera como se puede sortear esta tendencia es con voluntad nacional y con base en algunas ventajas fundamentales para la acumulación. No es gratuito que China hoy día sea la primera potencia mundial en manufacturas y además locomotora de la economía planetaria. Así, podemos observar que varios países logran superar y enfrentar la tendencia. Si no hay una conciencia al respecto, los países se convierten en piezas de un engranaje que favorece a los grandes. Eso describe lo esencial de la historia económica de Venezuela.
Este proceso parece ser desconocido por el Gobierno y los “economistas”. La soberanía es lo contrario a lo que se ha hecho. Propagan una y otra vez que somos un país soberano y enfrentado al imperialismo estadounidense, pero nada se hace para el desarrollo soberano. Nos enfrentamos a los gringos pero nos abrimos a los chinos y rusos. Enfrentamos al Alca pero propiciamos nuestra incorporación al bloque Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), previa incorporación a Mercosur.
Hoy día en el mercado internacional latinoamericano parecen ir de la mano el librecambismo y una ofensiva liberal a lo interno de los países para abaratar la fuerza de trabajo y flexibilizar la relación laboral. Ello pudiese explicar las situaciones argentina y brasileña, lo que no supone la exoneración de culpas de nadie, mucho menos de Cristina Kirchner. Pero, a todas luces, sobre todo en el golpe de Estado parlamentario de Brasil, como se le conoce, se expresa esta ofensiva así como la clara intención estadounidense de rescatar espacios en disputa que otrora le eran propios, al punto de llamarlos su “patio trasero”. Brasil, parte importante del bloque Brics, de seguro sufrirá un freno en este proceso de integración, una de cuyas metas en ciernes es la consolidación de un banco propio, el Nuevo Banco de Desarrollo del Brics (NBD), que se perfila como competidor de instancias internacionales como el Fondo Monetario Internacional.
En el contexto de la crisis mundial, las disputas entre imperialismos fuerzan al capital a profundizar la ofensiva contra los trabajadores y a abaratar aún más el precio de las materias primas, todo esto presagia serios conflictos sociales y políticos en la región, que pudiesen apuntar a crisis revolucionarias en varios puntos de la geografía latinoamericana. Este es el resultado de esa articulación entre el librecambio en el mercado mundial y las políticas liberales, garantes del aumento de la capacidad de crédito de los países y de freno a la caída de la cuota media de la ganancia.
Vale recordar la célebre expresión de Marx acerca del libre cambio cuando afirma que: “… el sistema del libre cambio es destructor. Corroe las viejas nacionalidades y lleva al extremo el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. Y solo en este sentido revolucionario, yo voto, señores, a favor del libre cambio”.
La catástrofe llegó
En Venezuela, ante la caída de la capacidad crediticia, la espiral inflacionaria que se crea como resultado del déficit fiscal y su cobertura con base en la emisión de papel moneda sin respaldo, colma el vaso y la crisis alcanza escalas insospechadas. El signo monetario pierde poder adquisitivo al punto de que el dólar es el equivalente de curso real. A su vez, la caída del ingreso se hace proporcional a la sustitución del producto nativo por la importación. Cae el ingreso de dólares al país mientras la merma de la producción nativa no alcanza para satisfacer ni de lejos la demanda interna. En eso se centra la catástrofe que vivimos.
La crisis ha alcanzado tal grado que hace inaguantable la situación. La desesperación de la gente es explosiva. Crece la angustia ante la falta de comida. No alcanza el salario. Las colas hacen perder mucho tiempo y cada vez se obtiene menos. Los bachaqueros —en connivencia con guardias nacionales, policías, colectivos armados, autoridades en general, gerentes, cajeros, todos inscritos en la cadena de intermediarios— se llevan buena parte de la comida que debía ser distribuida entre la gente, a un precio en correspondencia con el dólar preferencial. De allí parte la rabia de mucha gente que en cualquier momento traerá una desgracia. Por eso el bachaquero se ha convertido en personaje detestado por la población, solo que son tantos quienes se dedican a tal oficio que sin lugar a dudas es reflejo de la descomposición que vive la sociedad bajo el amparo chavista, bajo el espíritu que sembró “el eterno”, bajo la égida de su legado.
Pero la crisis no se reduce a la cuestión económica. Las instituciones hacen agua. La ingobernabilidad hace su aparición, y de manera cada vez más clara aparecen diversos instrumentos que sustituyen las instancias legales. Lo que explica, por ejemplo, el control relativo de la banda de “El Picure” de buena parte del estado Guárico. O bien, el que ejerce un tal “Lucifer” en buena parte de las barriadas del sureste caraqueño. Los pranes, por su parte, ejercen el control de las cárceles. Para solo citar ejemplos emblemáticos.
La inseguridad —que ha desbordado los cuerpos de seguridad, más que eso: se ha articulado con ellos— ha alcanzado escalas que hacen historia. No se percata el Gobierno de que se trata de una cultura que ellos mismos sembraron. Que el propio Presidente de la República, en su oportunidad, estimuló la delincuencia y junto con ella la impunidad. Lo que contribuye en buena medida a la crisis general.
Las cuestiones objetivas vienen determinando las perspectivas del Gobierno. Son claras las debilidades de la política de la oposición: la división y la poca eficacia para atender los problemas más sentidos por el pueblo, sus demandas y aspiraciones, conducen a mucha gente a perder la fe en la alternativa que representan frente a las penurias. Algunos prominentes factores de la oposición, apostando a una salida más a largo plazo, se han convertido en un freno de la protesta popular. Todo lo cual conduce a que sea la espontaneidad de la gente la respuesta contra el gobierno, ante el deterioro de sus condiciones de vida. Se siembra la especie de que la salida será desde adentro, como resultado del hecho objetivo. Una salida propiciada por el propio chavismo, claro, de no lograrse crear una fuerza consciente capaz de dirigir el descontento.
Hay quienes afirman que resulta extraño que no haya pasado nada. Ciertamente es así. El grado de deterioro de la economía y las consecuencias sociales hacen previsible un ascenso del movimiento espontáneo. Ya son muchos los episodios en tal sentido. Los últimos reflejan rabia y desesperación. La respuesta del Gobierno es un decreto de excepción y de emergencia cuya eficacia para resolver algún problema de la gente es nulo. Pero seguramente sí resuelve problemas de los importadores, de los grandes bancos, de los acreedores del Estado, nacionales y extranjeros.
Por su parte, desde la oposición democrática se debe levantar una propuesta alternativa que despierte esperanzas. Que estimule la participación popular por un cambio que no suponga más de lo mismo en esencia. Que conduzca a más democracia y más bienestar. Meterse en la pelea enfrentando este estado de cosas, pero entronizando en la gente una propuesta que brinde confianza, pero no la confianza a los poderosos, sino confianza a los trabajadores. Esto es, un cambio para mejorar el salario y las condiciones de vida de los excluidos, de los hombres y mujeres honestos y de buena voluntad, de todos quienes han sufrido en este engaño histórico de más de tres lustros.
Vale la pena enviar una disculpa al lector por haber expresado asuntos escabrosos de la economía, la ciencia menos conocida, aunque aborde el objeto más vivido por la especie humana. Sin producción no hay siquiera pensamiento, pero a la hora de atender las cuestiones de la producción y el cambio parecemos llenos de difíciles incomprensiones que deben ser superadas. Pero no queda de otra que hincar el diente en ese ejercicio de ir a la esencia de las cosas y no quedarnos en la superficie fácilmente percibida.
Parafraseando a Marx: como la cosa no se presenta como es, hace falta la ciencia que desentraña la esencia. Muy a pesar de este frío análisis de la ciencia económica, son momentos en los que aparecerá la pasión, se encresparán los espíritus en la lucha por un mundo mejor. Tiempos de confrontación que nos traerán poesía y cantos en correspondencia con las ansias de redención de un pueblo engañado y de donde brotarán fuerzas de las debilidades del presente expectante hasta convertirse en oleada de cambios. Quienes le temen a eso, es porque sus propuestas se inscriben en el transitar del camino ya andado.