El 6 de noviembre de 2017, dos tormentas que se alimentaron de la energía de los mares cálidos azotaron al Caribe simultáneamente. Una de ellas se convirtió en el huracán Irma, de categoría 5 y desencadenó vientos de 298 km/h sobre los habitantes de San Martín, Barbuda y otras islas. Mientras tanto, a 150 millones de kilómetros de distancia, un exceso de energía rompió parte del campo magnético retorcido del Sol, generando una llamarada solar que apuntó directamente a la Tierra, causando una supresión en las señales de radio en diferentes partes del mundo que se encontraban iluminadas por el Sol. Durante ocho horas se desactivaron los GPS, además el personal de emergencia no pudo usar la radio de alta frecuencia para comunicarse. Pero si bien los meteorólogos conocieron el camino de Irma durante algún tiempo, la intensa llamarada solar, la más poderosa de la década, fue en gran medida una sorpresa.
Los investigadores entienden muy bien cómo interactúa la atmósfera de la Tierra con su superficie para hacer que llueva, pero descubrir exactamente cómo nuestra estrella genera el “clima espacial” sigue siendo un gran desafío. Nadie sabe, por ejemplo, cómo se produce el viento solar y, sin embargo, nosotros y todos los demás planetas hasta Plutón, existimos dentro de esta brisa invisible. Tampoco nadie sabe por qué la atmósfera exterior del Sol, la corona, es más caliente que la superficie o cómo las fuerzas magnéticas en esta capa abrasadora producen erupciones que pueden ser lo suficientemente potentes, como para destruir las redes eléctricas en la Tierra y a los satélites en órbita.
Los físicos solares son especialmente curiosos hacia la corona (la atmósfera exterior del Sol) una capa más tenue pero paradójicamente mucho, mucho más caliente que la superficie de la estrella. Las erupciones atraviesan la corona en el camino a la Tierra (donde pueden causar apagones eléctricos días después), por lo que el campo magnético allí es una pieza crucial y aún mal entendida del rompecabezas del clima espacial. Una mejor comprensión permitirá a los gobiernos y las empresas de servicios públicos, prepararse adecuadamente para enfrentar los inevitables eventos futuros del clima espacial.
Ahora bien, el telescopio solar Inouye en Hawái (Daniel K. Inouye Solar Telescope, DKIST) que aún se encuentra en construcción, lanzó el pasado miércoles sus primeras imágenes y películas sin precedentes de la superficie en movimiento del sol, lo cual representa un gran esfuerzo para reducir esa brecha en el conocimiento. Su espejo de 4 metros, tres veces más ancho que cualquier otro telescopio solar, ya detecta características que ningún instrumento terrestre puede hacer. Tiene la visión aguda que se necesita para tomar imágenes del Sol en detalle, que fueron previamente propuestas en simulaciones por computadora. En el futuro cercano, la instalación de 344 millones de dólares, que se encuentra en el volcán Haleakala en Hawái, también medirá los giros de la fuerza invisible pero feroz que impulsa el clima espacial: el magnetismo.
Los datos del telescopio Inouye, dicen los astrónomos, permitirán predecir eventos solares potencialmente peligrosos con dos días de anticipación, mucho antes del estándar actual que es menos de una hora. Sabiendo que los canales de radio se apagan por efecto de las llamaradas solares, los operadores podrían organizar otras formas de comunicación o al menos advertir a otros que no desesperen mientras dura el silencio.
El Sol puede parecer una esfera amarilla invariable desde lejos, pero una vista ampliada revela celdas ámbar compuestas por el plasma abrasador que cubre la superficie del Sol como un panal. ¡Esto no se parece al sol! La vista ampliada se percibe como una prueba cósmica de interpretación de láminas de Rorschach, un análisis de personalidad que emplea “manchas de tinta”, algunos verán por ejemplo cotufas acarameladas en la imagen. El gas caliente se eleva desde los centros más brillantes de las celdas, se enfría y luego se hunde nuevamente en las grietas oscuras a su alrededor. Cada celda fundida es aproximadamente tres veces el tamaño del Estado Bolívar.
Los físicos más o menos entienden cómo el horno de fusión de la estrella calienta las celdas y cómo fluye la tenue atmósfera. Pero, ¿de qué manera ocurre? Es ahí donde entra el telescopio Inouye. Con las primeras imágenes, que los investigadores aún están procesando, el telescopio capturó un campo de celdas burbujeantes que se rompen en la superficie. Nadie sabía exactamente cómo se verían estas, pero a simple vista los teóricos parecen haber acertado en sus modelos. Junto con la sonda solar Parker de la NASA (actualmente en órbita alrededor del sol) y el Solar Orbiter de la Agencia Espacial Europea / NASA que pronto se lanzará, se ampliarán las fronteras de la investigación solar para comprender cómo las estrellas y sus planetas están conectados magnéticamente y mejorarán la capacidad de los científicos para predecir el clima espacial.
Las imágenes del miércoles fueron solo el comienzo. Para cuando esté en pleno funcionamiento el próximo año, el telescopio contará con un total de cinco instrumentos capaces de “ver” colores y señales en el infrarrojo. De manera transcendental, esos instrumentos también podrán resolver las líneas invisibles del campo magnético que atraviesan las diversas capas del sol, porque su influencia magnética orienta y filtra la luz de manera reconocible.
Los astrónomos han logrado alcanzar el universo y captar la luz de las estrellas más distantes, pero nuestra estrella sigue siendo un misterio para todos. Y todavía son válidas las palabras del científico, filósofo y poeta Debasish Mridha: “Cada mañana, el sol naciente nos invita e inspira a comenzar de nuevo”.
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