Para facilitar el asunto el gobierno adoptó la fórmula del capitalismo chino de las ZEE. Una manera de desregular radicalmente las economías en determinados territorios para el proceso compulsivo de acumulación de capitales: rebaja sustancial de impuestos y aduanas, permisos expeditos, anulación de leyes laborales, eliminación de restricciones ambientales. Todo y más.
Un pueblo cansado del engaño constante y de cargar en sus hombros el peso de malas gestiones y el despilfarro del erario público, el hambre y la explotación. Creyó el pueblo en una propuesta distinta y nuevamente fue engañado.
En la vida cotidiana venezolana, cualquier trabajador por cuenta propia en el área de los servicios, como tendencia dominante, busca estafar al cliente.
El chavismo busca ganar tiempo. Se aferran cada vez más. Están acorralados, pero cuentan con reservas estratégicas importantes, cuyo análisis, parece no ser contemplado por muchos de los factores políticos de la oposición.
El peligro es inminente. La oposición, vista en su conjunto, parece perpleja. Sin rumbo. Sin estrategia a seguir. Mientras, el pueblo sufre las calamidades propias de la crisis más grave que ha vivido el país.
En vez de concentrarse la producción se lleva a la quiebra miles de empresas. Se destruye el campo y se desertifica la planta industrial. El proceso destructivo lleva a la crisis eléctrica. Las empresas básicas son llevadas casi a la ruina.
Suficientes riquezas como para afirmar que la leyenda de El Dorado se quedó corta. Contar con Guayana puede inclinar el fiel de la balanza en favor de una u otra potencia imperialista.
Maduro es el foco. Pero nosotros y ellos, todos, sabemos que el problema lo trasciende. Ha dado lo suyo. Su capacidad histriónica, aunque sin carisma, lo hacen el mensajero.
El chavismo se disfraza de socialista desde un comienzo, pero sobre todo a partir de 2002. Se asumieron como proyecto del socialismo del siglo XXI, aunque fueron fieles a las demandas de la oligarquía financiera.
Este renacer del movimiento de masas, este despertar por el cambio, debe ser atendido de mejor manera. No debe ser negociado. Es más, no es negociable.
De no atenderse la demanda nacional partiendo de nuestras propias fuerzas y capacidades, de no atenderse las demandas del pueblo, es fácil vaticinar una cadena de hechos que abonarán una rápida inestabilidad política y social, colocando a la sociedad en la disyuntiva entre la barbarie y una salida radical.
Así despedimos 2018. El peor año de la historia moderna venezolana, sin parangón en muchas décadas. Labrar una nueva perspectiva el nuevo año, obliga a pensar con sentido nacional y popular.