La politiquería no es política, es violencia

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Corre la ambición sin respiración.
Pesa su oro sucio y luminoso
Cuelga la traición, su desolación
Porque está llegando el día de los pobres poderosos.

Tabaré Cardozo. Pobres Poderosos

Puede sonar romántico y anacrónico. También puede parecer utópico y poco verosímil, pero la política, si no va dirigida a lograr el bien común, no es política. Venezuela es un país en el que la acción política se ha convertido, para un grupo importante, en una vía para adquirir status social, enriquecimiento personal y estabilidad económica asociada a prácticas de engaño, manipulación y trampa. Este grupo suele ser el que llega al poder. Luego, hace lo imposible por mantenerse en él. Entonces, esa forma de hacer política se convierte en su forma de vida.

El poder político es el espacio en el que se piensa, planifica y ejecuta la acción política para el bien común. Ese es el deber ser. Allí debería discutirse cómo hacer posible que el país progrese y el pueblo pueda vivir en las mejores condiciones. Sin embargo, esa discusión o no se da, o si se da no se materializa para la gente.

El descrédito a la clase política que se dio a finales de la década de los 90 fue el preámbulo para que el pueblo venezolano rompiera el Pacto de Punto Fijo. Un pueblo cansado del engaño constante y de cargar en sus hombros el peso de malas gestiones y el despilfarro del erario público, el hambre y la explotación. Creyó el pueblo en una propuesta distinta y nuevamente fue engañado.

En los últimos 22 años no hemos tenido algo distinto. En realidad fue más de lo mismo, con un poco más de «gas del bueno» que antes, nóveles prácticas de tortura y la corrupción llevada a su máxima expresión. Pero, a fin de cuentas, ha sido la misma práctica cortoplacista, oportunista y con una carga -para mí- desagradable de histrionismo que nos coloca en una especie de ficción permanente. Parece que viviéramos una película y que todos los que están en la política fuesen actores y actrices. Y aunque lo son, sus decisiones afectan nuestras vidas. Ya no es ficción. Es la vida cruda y dura. Y llevamos varios años tratando de encontrar la salida al nuevo pacto que mantiene en el poder a un Gobierno de dictadores.

Resulta contradictorio que cuando la clase política se muestra más incapaz para atender los asuntos vitales, en el pueblo existe un mayor nivel de expectativa. Quizás es la buena fe o la esperanza, pero la expectativa va unida a la idea de que cambien sus formas y favorezcan a la gente. Siempre atentos a ver qué dicen, cómo lo dicen, ver sus caras para descifrar sus intenciones; dudamos, siempre dudamos de lo que dicen y casi siempre la mala sospecha es verdad. Lo que dicen no es lo que hacen, quizás eso lo hemos aprendido.

También es posible que sea la costumbre de delegar el poder en otros y no asumir que es una responsabilidad colectiva. Apropiarnos de la idea de la democracia real en la que todos somos parte, y en su lugar preferir que sean otros los que asuman, esperando que nos lleven por donde queremos. Pero ya han demostrado su ineficiencia una y otra vez. Y va llegando el momento de entender que debe ser de otra manera. Porque los que están en el poder no están haciendo política sino un espectáculo.

No es política. La muestra de esta afirmación es que la mayoría lo estamos pasando muy mal. Hemos sido agredidos a diario y si la política es para el bien común, entonces si hace daño, no es política. Lo que hacen es politiquería, que según la RAE es la “acción y efecto de politiquear”. Politiquear es “intervenir en política o hablar de política de forma superficial y poco acertada”, porque lo que está de fondo no les importa, y no les importa porque no les afecta. No quiere decir que nunca les haya afectado, no les afecta ahora que están en el poder, con los beneficios que este tipo de poder ofrece, el poder que hoy existe, el poder del sistema capitalista, más vigente que jamás.

Dentro de este sistema hay unos códigos que, si no los asumes, el sistema te rechaza porque te conviertes en un bicho raro que daña al sistema. Hay una especie de engranaje inconsciente que funciona armónicamente, sincronizado. Si alguno se afloja, el sistema de afecta. Por eso es tan importante para los politiqueros educar y formar para esa práctica. Es decir, para engañar, manipular, mentir y aprovecharse de cualquier oportunidad para un beneficio particular. Entonces, comienzan a funcionar las lógicas para permanecer en el poder, adaptarse a él y vivir en él. La única salida posible de la trampa y el ciclo perverso de la politiquería, es la destrucción del sistema en su totalidad. La construcción de uno nuevo.

Un obrero jubilado de la Universidad Central de Venezuela me contaba recién sobre la organización comunitaria, la de la «cuarta». Me decía que había experiencias muy exitosas de trabajo comunitario, pero las mafias y prebendas siempre se imponían, porque la posibilidad de lograr que una alcaldía o gobernación atendiera una petición de una comunidad, dependía de que la gestionara o liderara algún amigo de los que estaban en el poder. Era ese amigo el que lograba el desarrollo de ciertos proyectos, convenientes, y como ayudaba a la comunidad se ayudaba así mismo. Aparecía con un carrito, luego con un carro de agencia y después con la camioneta. También había acuerdos sobre quién ejecutaba el proyecto, acuerdos con las empresas, mafia y corrupción. El dinero llegaba, los proyectos se iniciaban, no se hacían como se debía, el dinero se acababa y el proyecto no se terminaba o quedaba mal. Y le dije jocosamente: “¿cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia?”. No. No es coincidencia. Es la naturaleza de este tipo de poder, de este sistema y de la politiquería, que no cambió.

Lamentablemente, los que no se suman a esta forma de ejercicio del poder, quedan relegados y el cansancio de enfrentarse con la mafia les agota, los lleva a buscar alternativas. Solo pocos con convicción sobre lo correcto se mantienen, aunque relegados, dispuestos a enfrentar al poder, al poder real, al que impone el sistema, identificando a los que personifican las distintas opciones que el mismo sistema crea. Como en Venezuela los del Chavismo y de cierta oposición.

Debemos apostar a la política. Todos como seres sociales somos seres políticos, aunque nunca asumamos un cargo de elección popular ni en el condominio de nuestra residencia. Nuestras decisiones afectan a otros. Por eso lo que somos y lo que hacemos no es solo nuestro problema, porque incide en la vida de los demás. Lo político es lo que nos concierne a todos para la convivencia humana. De manera tal que hacer conciencia de la existencia de la politiquería y que nuestro objetivo es que se afiance la política, nos va a permitir direccionar nuestra vida junto a quienes tienen las mejores intenciones para salir de la dictadura y superar la crisis que sufrimos. Transformar el estado actual en un sistema en el que el objetivo sea una vida digna para la gente.

La realidad venezolana urge de una política seria y humana. La pandemia, la emergencia humanitaria compleja, la niñez muriendo en el hueso, la decadencia humana que saca lo peor de cada quien, la corrupción, la escasez, son muestras del individualismo de los que tienen el poder, la profundización de estos males y los años de lucha popular sin alcanzar el objetivo, sometiendo a miles a prisión y a tratos crueles e inhumanos, debe movernos a exigir y construir una nueva forma de hacer política, con base en la transparencia y la democracia real y teniendo como objetivo el bien común. Para esto el individualismo debe aplacarse. Hay alternativas para reconstruir a Venezuela, pero supone un cambio radical en la forma en la que se labra el camino.

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