Debemos ir más allá de las ideas de los enciclopedistas franceses acerca del derecho a la rebelión. Eran tiempos en los cuales la burguesía buscaba desalojar del poder a la aristocracia feudal cuya realización alcanzó su máxima expresión con la revolución francesa de 1789.
Ese derecho se convierte en la misma base filosófico-política en la aspiración popular para alcanzar formas superiores de relaciones sociales de producción, hasta encontrar su base científica en la idea según la cual cuando determinadas formas de relacionarse los hombres se convierten en un freno para el desarrollo de las fuerzas productivas, se abre un período de revolución social. Debemos ubicar que las causas que la motivan siempre las vamos a encontrar, en última instancia, en las condiciones objetivas de reproducción de la sociedad.
En el caso que nos ocupa, en nuestra historia en desarrollo, son claras las manifestaciones de que las fuerzas productivas vienen sufriendo un freno brutal en su desarrollo. La destrucción del aparato productivo ha llevado a que la caída del PIB en los últimos tres años esté por encima del 30%. Esto es, una caída superior a cien mil millones de dólares. Vivencialmente, más del 80% de los venezolanos hemos caído en el peso unos 8.5 kilogramos en promedio. Qué decir de la desnutrición infantil. Eso es freno del desarrollo de las fuerzas productivas. Es su destrucción. Sobre todo a la fundamental, el hombre trabajador.
Así, en lo fundamental, la confrontación no es el resultado de una política que exprofeso se aventura al desarrollo de la violencia basada en un ideario político, sea revolucionario o no. Es cierto que a las determinaciones objetivas se les puede unir una expresión de la subjetividad que se le coaliga, y que puede convertirse en catalizador de un proceso político, lleno de confrontaciones, hasta agudizar al extremo una crisis general en un país. Pero eso que llamamos movimiento espontáneo siempre está presente en las luchas sociales.
¿Cómo se origina el movimiento espontáneo? De una parte, su fundamento se halla en las condiciones objetivas de reproducción social. En Venezuela el hambre, el deterioro del salario a escalas sin precedentes, la parálisis del aparato productivo que encuentra como contraparte la ostentación de riquezas malhabidas o frutos de negociados para favorecer sectores usufructuarios del régimen, y el beneficio que se brinda a economías foráneas, van alimentando el descontento. Sumemos el descalabro superestructural, cuya base es ese revisionismo vulgar del llamado socialismo del siglo XXI, que a estas alturas resulta cínico en boca de los capitostes del régimen.
Así, además del discurso, pierden legitimidad todas las instituciones creadas por la farsa. Se va motivando una respuesta. A la violencia que supone el proceso destructivo de fuerzas productivas materiales y humanas, se comienza a levantar una fuerza material indócil.
Era de esperarse que algo iba a pasar en Venezuela. Era inevitable. Era vox populi. Hubo la intención de parar la cosa. Recordemos la respuesta popular el 1 de setiembre de 2016. Parece haber alertado al Gobierno y a la propia dirección de la oposición de la capacidad de respuesta de la gente frente al estado de cosas.
Desde entonces se exploraron caminos de un diálogo unilateral. El régimen montó un tinglado bendecido y demás. Sin embargo, nada se hizo para variar un rumbo que profundiza la crisis general. Dejada atrás la patraña se aventuran al golpe mediante acción del Tribunal Supremo de Justicia. De allí la coincidencia de determinaciones que conducen a una rebelión democrática y desarmada. Pero encauzada hacia una perspectiva de cambio.
Polémica del día después
Surgen varias polémicas que subyacen o se desarrollan en el marco de la rebelión en curso. Una de ellas es fundamental. ¿Qué haremos al día siguiente? ¿Qué futuro nos figuramos? Poco se habla al respecto. Se ventila, eso sí, ese sentido común de “crear confianza”. Para lo cual, obviamente, se riega la especie de que debemos apretarle aún más el cinturón a las mayorías empobrecidas del país, derogar cuestiones que alejan los capitales, como la Ley del Trabajo, y facilitar aún más la inversión a quienes generan empleos. Esto es más de lo mismo. Lógica que para nada contempla que la rebelión la encabezan, la desarrollan y realizan las mayorías nacionales por un mundo mejor. Por lo que más de lo mismo obtendría una respuesta todavía más dura que la que da el pueblo en la calle en esta convulsión que cada día adquiere más perfil popular.
El día después debe apuntar hacia la Reconstrucción Nacional con un sentido popular y nacional. El espíritu de trabajo de los venezolanos debe ser recompensado con salarios cada vez más elevados aun cuando para ello la tasa de ganancia de los inversionistas no suponga una tasa de ganancia que esté por encima de la que obtienen grandes empresas como General Motors o Volkswagen que no superan el 10%. La rebelión debe ser para mejorar las deterioradas condiciones de vida de las grandes mayorías que hoy ganan la calle a punta de coraje.
Hay quienes observan, la rebelión en desarrollo, como el resultado de una subjetividad abstracta de lado y lado, en la que se niegan a reconocer al otro. Esas categorías, propias del subjetivismo, para nada sirven que no sea para invertir las cosas. La rebelión es el resultado de condiciones objetivas. La subjetividad, primitiva si se quiere, es respuesta al deterioro nacional. Ese subjetivismo nos lleva a la perversa conclusión de que todos somos culpables. Tanto el Gobierno represivo, que mata para mantenerse en el poder, como quienes reaccionan frente a un estado de cosas que lleva a la muerte a muchos venezolanos, si no por hambre por la violencia represiva o fruto de la inseguridad. Pero no. Pide este subjetivismo que apenas reconozcamos al otro y busquemos un diálogo. Que nos reconozcamos uno al otro, como si el reconocimiento no se está dando en una confrontación inevitable creada por la política de hambre, de entrega de las riquezas al capital financiero, de destrucción de la economía para satisfacer la voracidad de los inversionistas en importaciones, en petróleo y minería. Esas cosas parecen no detenerse con el diálogo y ese reconocimiento. Si muchos procesos se hubiesen embarcado en eso del reconocimiento del otro la formación de las naciones latinoamericanas hubiese costado un tanto más.
Este proceso marcha en una dirección cada vez más clara. La rebelión se gestó como resultado del hambre y la entrega del país a la voracidad de la oligarquía financiera. La lucha de hoy, el sacrificio de decenas de jóvenes no será en vano. Su memoria adquirirá el perfil que le brinde un futuro mejor. Hacia allá va esta rebelión.