2017 muere con un pueblo en penurias

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Un amigo siciliano nos preguntó si era cierto que nos habían cambiado la vida. Esta es nuestra respuesta.

Ciertamente nos han cambiado la vida. Al menos a un gran porcentaje de la población. A otros no: los sectores extremos. La oligarquía financiera no ha salido perjudicada. No le cambió la vida. Los sectores más pobres de la sociedad son más pobres, pero en esencia siguen igual. Muchos ahora reciben bolsas clap, carné de la patria mediante. En el restante pueblo sí se han producido cambios. Todos los asalariados han sufrido serios cambios pero los sectores medios son los más afectados. Quienes viven del trabajo, y por ende de un salario, han sido afectados como nunca en nuestra historia moderna. De un siglo acá, esta es la crisis más despiadada. Los trabajadores, los sectores medios y hasta empresarios esperanzados como emprendedores han sido afectados en su cotidianidad y parece que no hay intención alguna en el Gobierno de cambiar este estado de cosas sino de darle continuidad. Se confían en la eficacia que ha tenido el socialismo de palabra, su fraseología, y abusan de la eficacia de la trampa.

Los cambios son el resultado de algo mayor: la destrucción del país. De su economía. Así, las esperanzas que depositara el pueblo en su oportunidad en las promesas del mesías de marras terminaron en el mayor desastre. A estas alturas, quien crea en este pillaje realmente necesita tratamiento de otras disciplinas fuera de la política, o forma parte de quienes despojan, o se acostumbró a ser cómplice.

El episodio más dramático de la tragedia nacional es la muerte de niños por hambre. La muerte por falta de alimentos de pequeños ya es algo cotidiano. Por más que el Gobierno lo esconda, siempre se fuga la información. En general, la hambruna es cada vez más virulenta. Drama frente al cual otros aspectos de la crisis nos resultan un tanto frívolos. Son miles de niños los que han muerto por esta circunstancia. El porcentaje crece. El hambre llega a hogares otrora solventes. Mientras, el Gobierno lo ubica a modo de «mentiras que se propagan» como parte de la «guerra en contra» de su naturaleza.

El fenómeno de la migración ya es cotidiano en la familia venezolana. Millones han salido del país. Otros más se alistan para ello. Es de tal tenor el asunto que ya la diáspora venezolana se hace sentir en muchos países. Recreamos nuestra idiosincrasia en otras latitudes. Nos hacemos sentir. No escondemos lo que somos. Pronto estaremos en competencia con emigrantes del mundo árabe que, a raíz de las guerras de rapiña interimperialistas, huyen a otros partes. Los destinos son diversos. América Latina alberga una buena cantidad; Estados Unidos, Europa y Australia reciben lo suyo. Las aventuras llevan a profesionales a trabajar hasta catorce horas al día en países como Perú, donde la explotación del trabajo está fuertemente influenciada por las escalas asiáticas. Así, ingenieros, administradores, economistas, profesionales diversos cumplen la iniciación de subsistencia lavando platos, de cocineros, enlatadores, cargadores de pesos, entre otros eventuales oficios de emergencia para adquirir la legalidad que les permita, con suerte, conseguir un empleo en correspondencia con su formación.

Una de las nuevas vivencias en Venezuela es que son muchos quienes no pueden salir de sus casas por esa conjugación de limitaciones entre las averías eventuales del carro de uso familiar y la no consecución de repuestos o su elevado precio, inalcanzables con los sueldos y salarios cada más menguados en su poder adquisitivo; su mantenimiento y los problemas de transporte colectivo. Un litro de aceite multígrado ronda entre los 500 y 700 mil bolívares. Un docente universitario de máximo escalafón percibe menos de dos millones de bolívares al mes. Cambiar el aceite del carro sale en más de tres millones. Un caucho nuevo cuesta en promedio 5 millones de bolívares. Mientras más grande el rin, mayor su precio hasta rondar fácilmente los 9 millones. Por su parte, el transporte colectivo está cada vez más calamitoso. Menos unidades por lo mismo que se señala líneas atrás. Sumemos el maltrato que reciben los usuarios por parte de muchos de los transportistas. Así, más usuarios tratando de hacer uso del transporte colectivo, menos unidades, conducen a la posibilidad del colapso del servicio.

La inseguridad nos lleva a andar temerosos con las cosas que portamos encima. Muchos prefieren dejar el celular en sus casas cuidando que no les sea despojado ante el menor descuido. O bien, el asalto en la camioneta de transporte, por citar algo cotidiano. Pero puede aparecer lo más lamentable, la muerte en la calle al cruzarse alguien en un enfrentamiento entre bandas, o al intento de despojo del vehículo o alguna pertenencia. La inseguridad también, como muchas de las calamidades, alcanza escalas récord.

De la inseguridad unida a la descomposición nace el pranato. No son leyendas urbanas las que se propagan de Tocorón, entre otras cárceles, donde las discotecas de los pranes compiten con las más exclusivas de las grandes ciudades. Dueños de las cárceles también tienen otros negocios. Su vinculación con capitostes del Gobierno la inicia públicamente el presidente Chávez. Muchos males han venido por los reyes que se ausentan… Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras.

En definitiva, nos han cambiado la vida. Estos pasajes son de perogrullo para quienes vivimos en Venezuela. Para mucha gente del exterior les resultará increíble. Un país tan rico, con tanto tesoro, cómo pudo ser destruido a tal grado. En eso el chavismo es creativo, sin duda alguna.

Venezuela parece haber vivido una guerra. No la que se inventó el Gobierno. Esa de la «guerra económica». La de verdad, la lanzada con tranquilidad contra la economía y la gente. Una guerra cuya punta de vanguardia fue la importación de bienes y la destrucción del aparato productivo. Liberalismo en su expresión más clásica, hacia afuera. Sin embargo, la corrupción ha buscado competir con la importación. Parece envidiarle la primacía. Hizo méritos, ciertamente. Fue relativamente democrática. No se centra solamente en los grandes corruptos. Va hasta la raíz de la sociedad. Llega al fiscal de tránsito, al policía, al fiscal del Ministerio Público, al juez, entre otros. Creó al bachaquero. Se generalizó, pues. Es justo señalar que esos fenómenos no son nuevos, solo que ahora alcanzaron su máxima expresión.

Es la experiencia histórica más sui géneris. Sin parangón en el mundo. Ningún país fue destruido de manera tan clara sin conflicto bélico mediante. Venezuela, país semicolonial y dependiente, empobrecido de manera crónica por las políticas en favor del imperialismo, frenado su progreso de modo exprofeso, había logrado escalas de desarrollo como resultado del comercio de las riquezas petroleras. A pesar del freno al avance de las fuerzas productivas, habíamos alcanzado un desarrollo que permitió la masificación de la salud y la educación. La pobreza siempre estuvo presente. Condenaba a un porcentaje de la población bastante elevado. Si lo contrastamos con las riquezas nacionales, ciertamente siempre fue grosero. Pero el chavismo logró niveles muy superiores a los alcanzados por los Gobiernos bipartidistas. En eso también se distinguen. Hicieron mucho mérito y le quitaron el estandarte a adecos y copeyanos.

Así, ¿cómo terminamos el año? Se resume en lo anterior. ¿Cómo comenzamos el nuevo año?, igual y hacia peor.

En lo político, el Gobierno despide el año más fortalecido en su estructura fraudulenta pero eficaz. Represiva, de chantaje, sectaria, armada, muy armada. Pero muy débil en el apoyo que recibe de la gente. Casi todas las gobernaciones y alcaldías en manos genuflexas, cómplices, de la juerga, pues. El chantaje funcionó. Si no votas por el Gobierno pierdes la bolsa de alimentos. O, bien, al estilo Jalisco si eso no opera.

Otra cosa en favor del chavismo es el apoyo de chinos y rusos, sin el cual seguramente no hubiesen llegado tan lejos. El país cuenta con riquezas que en medio de la disputa por la hegemonía deben ser despojados sin más. De allí los negocios leoninos y las “ayudas”.

Lo poco que queda de chavismo no es despreciable. Fuera de quienes son chantajeados queda un sector que, además de recibir bondades, buenas migajas a momentos, es capaz de buscar en lo absurdo argumentos para defender el gobierno. Ejercicio nada fácil que termina en afirmaciones manidas acerca del imperialismo. Argumentos que nos hacen recordar el bello poema en prosa de Aquiles Nazoa, cuando el tal general se lleva el caballo a una guerra: “… diciéndole: mira caballo, déjate de jardines y maricadas de esas y ponte al servicio de tal y cual, que yo voy a defender los principios y tal, y las instituciones y tal, y el legado de yo no sé quién, y bueno, caballo, todas esas lavativas que tú sabes que uno defiende”.

No es de extrañar, sin embargo, que haya uno que otro chavista relativamente culto, egresado universitario, por ejemplo, que sostenga argumentos absurdos que justifiquen esta catástrofe. Y es que la irracionalidad juega un papel que va de lo sublime a lo grotesco. Entre las cosas aprendidas por el chavismo de los nazis está la sentencia de Goebbels según la cual: “Puede ser bueno tener poder basado en las armas. Pero es mejor y más duradero, sin embargo, ganar y conservar el corazón de un pueblo”.

Así, despedimos el año, Navidad mediante, en medio del sopor que causa la angustia de la escasez, la carestía, la delincuencia… Recibimos el nuevo año en medio del avance del vaho depresivo que parece querer conquistar el alma de todos los venezolanos. No vemos posibilidad de hacernos de un proyecto. Ni personal ni colectivo…

Pero a luchar nos fuerzan las circunstancias. ¿Qué más proyecto en estos tiempos que la lucha por el cambio que demanda Venezuela? Las fechas dan para la reunión familiar. Dan para la unión entre familias. Buenos tiempos para apurar el paso. Para acordarnos en el qué hacer. Soñar y luchar por un mundo mejor. Además, todo indica que el desenlace es inminente. Podemos delinear la manera como se hará. Echar un hombro desde cualquier espacio, incluso de quienes se hallan fuera de nuestras fronteras y preparar el toque certero. Con organización y disposición alcanzaremos la victoria. Algo lo confirma: esto no es soportable. En fin, ¡si el pueblo no se arrecha, lo matarán de hambre!

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