La ética de la justicia en el debate sobre la captura de Rodríguez Torres

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El pasado martes, 13 de marzo, fue detenido Miguel Rodríguez Torres, como era esperado. El año pasado había aparecido con la oposición en un evento en la Universidad Católica Andrés Bello. Se presentaba como un “disidente”. Líder del Movimiento Amplio Desafío de Todos (Madt), apareció en medios y redes sociales dando a conocer sus observaciones críticas hacia el régimen y manifestando abiertamente su iniciativa de unirse a cualquier alternativa que propenda una salida de la crisis social, económica y política que afecta a Venezuela. Lo que evidencia su distanciamiento de la dictadura de Maduro.

Para el chavismo mandante, es un traidor, y la cárcel o muerte es su destino. Pero cosa compleja es el sentimiento en la oposición. No tardó en vislumbrarse en medios digitales y redes sociales. Desde “Verdugo no pide Clemencia”, hasta el famoso “trapo rojo” que siempre sale a luz cuando pasa algo que genera ruido. Ya tuvimos experiencia con el lamentable asesinato de Óscar Pérez, cuando muchos hablaban de “show” y “pote de humo”. También le toca el rechazo y paredón a quienes plantean que es una violación a los DDHH y se pronuncian en este sentido, mostrando su solidaridad. Lo cierto es que resulta difícil, muy difícil, ser ecuánime y sensato en una situación como esta.

Recordemos que Rodríguez Torres fue responsable de la dirección de inteligencia militar y la policía política de Chávez por más de 10 años. Fue el responsable del Ministerio de Interior, Justicia y Paz en 2014, año en el que con más de 700 efectivos militares y policiales, levantaron 4 campamentos ubicados en Caracas y detuvieron 243 personas, jóvenes en su mayoría, en un mismo día. Sin contar los miles de heridos y 41 asesinados (oficialmente) en el marco de las protestas.

Con un panorama así, donde él es uno de los responsables directos de tantos jóvenes muertos, heridos, encarcelados y torturados injustamente, es sumamente compleja la situación. Sin embargo, en un país sumido en la crisis y en la polarización, con un Gobierno que ha establecido por dos décadas, su poder y apoyo con base en el resentimiento social, el odio y desprestigio de lo diferente, toca una dosis de sensatez; analizar la situación sin prejuicios, hacerlo con coherencia, a partir de lo que exigimos para nosotros. En definitiva, desde una postura ética.

Quienes desde la oposición al régimen hemos denunciado cómo a cuenta gotas han desdibujado la democracia, la posibilidad de disentir y violentado como les da la gana los derechos humanos, utilizando la cárcel para silenciar y neutralizar, debemos ser coherentes ante cualquier hecho que suponga la violación de derechos y la injusticia.

Los derechos humanos son iguales para todos, sin distinción de ningún tipo. Existen para la protección de la dignidad humana ante los excesos de los gobiernos en el uso de la fuerza y el poder, por tanto su exigencia y su defensa no son contradictorias con la justicia en sí misma.

Somos conscientes quienes nos oponemos al régimen -también quienes están a su favor-, que la detención de Rodríguez Torres tiene que ver con su disidencia y su participación política en la oposición. Ellos -el régimen- como siempre, harán su planteamiento distinto “apegado a la ley”, ley creada por ellos convenientemente.

Como vimos en el comunicado oficial, establecen que la detención se debe a “estar incurso en acciones contra la paz y la tranquilidad pública, y en conjuras y complots que perseguían la intención aviesa de atentar contra la unidad monolítica de nuestra Fuerza Armada Nacional Bolivariana” para justificar la acción. Pero en definitiva este hecho, se constituye en una violación a los derechos civiles y políticos, que en este caso se agrava con la inhabilitación que recibió Rodriguez Torres en febrero de este año.

La solidaridad, en estas situaciones, debe ser casi que automática, o por lo menos es así para quienes enarbolan una ética verdaderamente revolucionaria y de justicia. A los chavistas se les olvida que «ser capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo es la cualidad más linda del revolucionario”, decía el Che Guevara. La injusticia se combate con firmeza, siempre, allí no debemos dudar. Lo que no significa olvidar que en algún momento, quien hoy es víctima de la dictadura, fue -a su lado y protegido por ella- el actor directo de la violación de derechos humanos de miles de venezolanos, porque en su momento, cuando haya el espacio para la justicia, exigiremos que se haga justicia. Pero hoy, la prioridad es otra, lo principal y fundamental es la salida de la dictadura, y las denuncias sobre su actuación.

Para quienes militamos en la izquierda no es nueva esta situación. Ya nuestros compañeros han sido apresados, torturados y muertos por gobiernos distintos al chavismo. Pero en el marco de la política de unidad y alianzas que deriva de la búsqueda de una Venezuela de progreso y democracia, hemos tenido que participar en espacios unitarios por un objetivo superior. Desde hace algunos años alzamos el llamado a la Unidad Superior y hoy la reafirmamos. Nuestra ética política nos impulsa a generar los espacios necesarios para la reconstrucción nacional. En una unidad así, realmente superior, cabe todo el que pueda aportar para el objetivo principal que es la salida de la dictadura, y en esa unidad, como hemos dicho, entran quienes -aunque un poco tarde- se separan del Régimen y se enfrentan a él.

A la lucha por la libertad de los presos políticos, por la libertad en general y la democracia, debemos unir nuestro pronunciamiento ante todas las violaciones de Derechos Humanos. Todas deben abonar para que la lucha sea más intensa, constante e incansable. Más que una discusión estéril sobre si ser solidarios o no, debemos evaluar con lucidez para comprender que mientras más tiempo pasa, la dictadura se hace más cruenta, más violenta, más descarada, porque su objetivo es mantenerse más tiempo en el poder. Cualquier acción que les afecte será atacada con furia, debemos prepararnos para eso, para más represión y en consecuencia para brindar más solidaridad con las víctimas, con todas las víctimas. Y tener claro que la lucha no es por una revancha burda. Somos distintos, por eso actuamos distinto. La justicia no se obtiene con el “ojo por ojo”, la justicia se obtiene cuando existan las instancias para exigirla y para aplicarla, cuando una nueva democracia las cree. Mientras, nos toca construir las bases para la reconstrucción nacional. Luchar e indignarnos ante cualquier injusticia, esta conducta basada en la Ética de la Justicia nos hace sólidos y confiables políticamente, sobre todo de cara al futuro.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.

 

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