Una mirada al centro de la tierra

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El escritor clásico de la ciencia ficción Julio Verne imaginó una vez todo un paisaje subterráneo en lo profundo del planeta, con especies prehistóricas y vida vegetal perdidas, el libro se tituló Viaje al centro de la tierra. Es posible que no encontremos dinosaurios ahí abajo, pero una nueva investigación está revelando que en lo profundo de la Tierra se encuentra un paisaje de “montañas”, posiblemente más áspero y alto que cualquier otro existente en la superficie.

Así lo describieron los geofísicos de Princeton, Jessica Irving y Wenbo Wu, quienes publicaron un estudio la semana pasada en Science en colaboración con Sidao Ni de la Academia de Ciencias de China. Los investigadores utilizaron ondas sísmicas registradas durante un terremoto de magnitud 8,2 que sacudió a Bolivia en 1994, para reconstruir la topografía de una capa límite a 660 kilómetros “hacia abajo”. El temblor boliviano fue uno de los primeros en medirse en una red sísmica moderna, proporcionando a los investigadores un registro de las ondas que rebotan en el interior de nuestro planeta.

Existen maneras indirectas de obtener información sobre la estructura interna del planeta sin necesidad de ir hasta ahí abajo y tocarlo con las manos. ¿Cómo se sabe? Al igual que podemos saber que el vecino esta aprendido a tocar la batería, pese a que la pared nos impide verlo. En resumidas cuentas, podemos “ver” el interior del planeta estudiando cómo se propagan las ondas sísmicas de los temblores más potentes a través de las entrañas de la Tierra, estas rebotan en la corteza terrestre al otro lado del globo y regresan a la zona del epicentro, donde son registradas por decenas de sismógrafos. Si los límites entre las capas terrestres fueran lisos, las señales rebotadas llegarían más o menos al mismo tiempo. Pero lo que se evidencia son importantes irregularidades, permitiéndonos armar una imagen de lo que hay allí abajo.

Nuestro planeta consta de tres capas básicas: su corteza, en la cual vivimos casi 7,7 mil millones de personas y 9 millones de otras especies, su manto, que es en su mayoría roca sólida y constituye el 84% del volumen de nuestro planeta, e impulsa volcanes y terremotos, y el núcleo, que alimenta el campo magnético alrededor de nuestro planeta. Pero entre estas distintas capas, hay una anatomía aún más detallada. El manto rocoso de la Tierra también está dividido en dos capas diferentes: un manto exterior y otro interior más profundo. El estudio realizado por los científicos sobre el límite entre el manto superior e inferior de la Tierra ha encontrado, sorprendentemente, crestas y hendiduras que son potencialmente más rugosas y grandes que cualquier otra cosa sobre la Tierra, como nuestra Cordillera Andina o los Tepuyes.

Esta capa, llamada “zona de transición”, tiene un espesor de aproximadamente 250 kilómetros y revela que el interior de nuestro planeta es mucho más complejo que los modelos que vimos en el aula de clases, donde los límites eran lisos y perfectos como la superficie de una esfera. Hasta ahora, no teníamos idea de cómo era esta zona de transición, dado que el agujero más profundo que hemos cavado es de apenas 12 kilómetros.

De allí la importancia del descubrimiento de Irving, Ni y Wu, donde la parte superior de la zona de transición, a aproximadamente 410 km de profundidad, es suave o lisa en su mayor parte y diferente a la rugosidad existente en su “límite de 660 km”, que es como la llamaron a falta de un mejor término. Y en ese límite, a 660 kilómetros de profundidad, es donde se dice que hay “montañas subterráneas”. Pero, ¡no son montañas! Si imaginamos las dos capas del manto como dos esferas, una embutida dentro de la otra, la superficie de contacto entre las dos no sería suave, sino rugosa, con regiones donde el manto externo desciende varios kilómetros y el interno asciende hacia la superficie en la misma medida. Esas irregularidades que hay entre las dos capas serían las “montañas” de las que hablan.

Pero si todo el manto está hecho de roca, ¿qué diferencia hay entre esas dos capas? En este caso, los minerales de cada capa tienen una estructura cristalina y una composición química diferente, dado que se encuentran sometidas a condiciones de presión y temperatura distintas. Por lo tanto, el manto interno y el externo son simplemente dos capas de roca que están hechas de diferentes minerales.

El centro de la Tierra espera ser descubierto

¿Qué formó estas montañas con las que el profesor Otto Lidenbrock (personaje creado por Verne) se habría maravillado? Nadie sabe exactamente cómo estas enormes estructuras de montaña pueden haber evolucionado, pero es probable que sea el resultado del movimiento de material y mezcla química entre las capas. Al respecto, la Dra. Irving dijo: “Lo que es emocionante de estos resultados es que nos brindan nueva información para comprender el destino de las placas tectónicas antiguas que han descendido al manto y donde aún podría residir el material del manto antiguo”. Es posible que trozos de fondo marino antiguo se derrumbaran hacia el manto y se acumularan en estas montañas. Esto podría significar que las piezas primigenias de la Tierra están esperando ser descubiertas y con ellas, las pistas sobre la evolución planetaria de mundos más allá de la roca en que vivimos.

Comprender más acerca de los remanentes de esas placas tectónicas antiguas y cómo han impactado la composición química del manto ayudará a los sismólogos a comprender cómo se formó la Tierra, cómo cambia con el tiempo y cómo estos cambios afectan la integridad y la longevidad de nuestro planeta. Es como si los geofísicos hicieran real el Viaje al Centro de la Tierra de Julio Verne, 155 años después. Justo el tiempo suficiente para que la ciencia ficción se convierta en ciencia. ¿Alguna vez viajaremos realmente al centro de la Tierra y escalaremos esos picos inmensos? Por ahora, solo un autor de ciencia ficción realmente genial podrá llevarnos hasta allá.

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