Omega-3: ¿Clave para una vida saludable?

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Cuando se trata de suplementos naturales, nada supera al aceite de pescado. Estas pequeñas cápsulas de Omega-3, que están hechas con atún, salmón, sardinas, anchoas, krill y algas cultivadas, son más populares que la glucosamina y los probióticos combinados. Cuando buscamos en Google nuestros padecimientos de salud, dolor en las articulaciones, presión arterial alta o pérdida de la memoria, lo que surge una y otra vez son los suplementos de Omega-3. Pero, basado en todo el despliegue publicitario, se nos debe perdonar por creer que los aceites de pescado son la solución a cada problema.

La enfermedad cardíaca, la demencia, la depresión e incluso la obesidad: la lista de padecimientos que los expertos afirman que una dosis diaria de Omega-3 puede ayudar a prevenir parece interminable. Y con más del 3% de los venezolanos que toman diariamente una cápsula de aceite de pescado, los Omega-3 también son uno de los suplementos más rentables del mundo.

El problema es que el aceite de pescado no parece hacer lo que pensamos que hacía. Todo comenzó como una serie de descubrimientos nutricionales innovadores a fines de la década de 1990, que se ha convertido en un desconcertante goteo de hallazgos contradictorios. Entonces, ¿son los Omega-3 realmente la clave para una vida saludable?

Los cardiólogos, nutricionistas y médicos prestaron mucha atención a las sesiones científicas de la American Heart Association, celebradas la semana pasada en Chicago, donde se presentaron los resultados de dos importantes estudios sobre el aceite de pescado. La doctora Jo Ann Manson presentó los resultados del primer estudio. Los suplementos de aceite de pescado, según sus hallazgos, hacen poco para prevenir las enfermedades del corazón. Quince minutos después, de pie en el mismo podio, el investigador Deepak Bhatt, afirmó lo contrario. En su estudio, el aceite de pescado purificado redujo el riesgo de eventos coronarios en un sorprendente 25%.

Estos desarrollos en la historia del aceite de pescado son intrigantes, confusos y emocionantes a la vez. Muestran, sobre todo, que el progreso de la ciencia no siempre es tan lineal como pensamos. A medida que los métodos de investigación han mejorado, el poder estadístico ha crecido y los científicos han probado hipótesis cada vez más precisas, la verdad sobre el aceite de pescado sigue siendo, como el pescado, resbaladizo.

El secreto del éxito de los Omega-3 radicó en su estructura química, que los hace más flexibles y dinámicos que otros ácidos grasos. Eso significa que aparecen en cualquier lugar que necesite moverse o transmitir señales rápidamente: alas de colibrí, esperma y, especialmente, el cerebro humano. Los experimentos en la década de 1930 mostraron que los ácidos grasos, incluidos los Omega-3, parecían esenciales para la vida. El aumento de los suplementos de Omega-3 comenzó cuando un equipo de científicos daneses, intrigados por los informes de bajas tasas de muerte cardíaca entre las poblaciones indígenas Inuit, se embarcaron en una expedición a Groenlandia. Tomaron muestras de sangre de personas Inuit locales y encontraron muchos más Omega-3 en su sangre que en los del grupo de control danés.

La hipótesis obvia fue: el Omega-3 es bueno para nuestro corazón. Esta humilde hipótesis debería haber sido estudiada más extensamente antes de ser vendida como un nuevo producto para la salud, sin evaluar si era simplemente una correlación o si realmente había alguna relación causal. ¿Fue el aceite en el pescado lo que causó que las personas tuvieran menos enfermedades del corazón? Quizás. El consumo de pescado es un marcador de menos enfermedades cardíacas pero no la causa. O podría ser algo aún más simple: cuando las personas comen pescado, tienen menos espacio en su dieta para Big-Macs o pollo frito.

Desde entonces se han publicado cerca de 34.000 artículos que examinan sus beneficios para la salud, pero, según Manson, epidemióloga en Harvard, muchos de esos estudios tuvieron fallas. Manson es la investigadora principal en el primer ensayo clínico aleatorizado a gran escala de la eficacia del Omega-3 para prevenir el cáncer, las enfermedades cardíacas y los accidentes cerebrovasculares en las personas. Su estudio se inició en 2010 y recientemente publicó sus primeros resultados, catalogando una letanía de afecciones cardíacas para las cuales el Omega-3 parece tener “poco o ningún efecto”, desafiando el beneficio más antiguo e importante del suplemento: que tomarlo promueve la salud del corazón.

Los costos ambientales del Omega-3

En su libro más reciente, The Omega Principle, el periodista Paul Greenberg describe una industria que surgió en base a una serie de suposiciones “incorrectas” sobre la salud humana. No es solo que la píldora no haga nada positivo, también es posible que transportar millones de toneladas de peces del océano pueda tener serias consecuencias ambientales. ¡Estas píldoras están hechas de animales! El aceite no es un subproducto del pescado que se está procesando para el consumo humano. El aceite que llena la cápsula diaria se extrae de los bancos de peces forrajeros arrastrados fuera del océano sin ningún otro propósito. Los peces forrajeros son los “héroes anónimos” de la red alimentaria acuática, son responsables de pasar la energía solar almacenada en el plancton fotosintético a todos los depredadores. Eliminemos el pescado forrajero ¿y qué ocurrirá? Las pesquerías afirman que la práctica es sostenible, pero tengo mis dudas.

Salvo futuras revelaciones que aparezcan sobre las maravillas médicas del Omega-3, probablemente no vuelva a comprar otra caja de suplementos de pescado. Estoy suficientemente convencido de que los costos ambientales superan con creces cualquier beneficio secundario para la salud. ¿Pero qué hacer con esa caja de cartón medio vacía? Tal vez sean más útiles si permanecen allí, encima de la nevera, y me recuerdan que muchas de las decisiones aparentemente pequeñas y en su mayoría irreflexivas que hago pueden tener consecuencias de largo alcance.

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