La ciencia y la tecnología mueven a la humanidad. Pasamos de velas a bombillas; de caballos a trenes, carros, aviones; cartas manuscritas a correos electrónicos. Sin embargo, la sociedad, sus valores, prejuicios y relaciones sociales se mantienen como intocados, tal como muestra la serie de Netflix Anne con E (Anne whith an E), una adaptación del libro Ana de los tejados verdes (Anne of Green Gables) publicado en 1908 y escrito por Lucy Maud Montgomery.
En su versión escrita a inicios del siglo XX, tiene ocho entregas que narran desde la situación de orfandad de la protagonista hasta su adultez y la vida de sus hijos frente a la primera guerra mundial, que aparece en el último libro titulado Rille, la de Ingleside, publicado en 1921, tres años después de finalizada la gran guerra. Esta obra ha sido adaptada a serie, mini serie, dibujos animados y recientemente Netflix la ha presentado en su plataforma en tres temporadas con 27 episodios. Esta última adaptación es de la que pretendo escribir (y hago algo de spoiler) por la variedad de temas de interés social tan actuales, una especie de deja vu ilógico luego de un siglo en el que la sociedad aún reproduce patrones, estereotipos y modos de ser y actuar tan barbáricamente arcaicos.
La creatividad, la libertad y la educación
Anne con E es la historia de una adolescente de 13 años víctima de malos tratos en el orfanato en el que fue dejada tras la muerte de sus padres. Víctima no solo de sus compañeras sino de sus cuidadoras, que reprochaban su imaginación y creatividad y que no soportaban que una niña hablara “tanto”. Para ella, su fabulación fue la estrategia de superación de su situación y la lectura de todo lo que tenía a su alcance fue la clave para nutrir esa imaginación, que finalmente le permitió avanzar y lograr salir del lugar que tantos miedos y agresiones le generó, y procurarse luego una vida digna.
Para algunos es aún insoportable que un niño o niña sea conversador. Para los adultos resulta, como hace un siglo, cosa extraña, porque la idea que rodea a la infancia es la de la obediencia y sumisión, la incompetencia y necesidad de completación desde el mundo adulto para lograr la adultez. En uno de los capítulos la protagonista dice a modo de crítica, que socialmente “los niños son para verse y no para oírse”.
En la serie, la sociedad juzga y señala a la protagonista como diferente y extraña, una apreciación negativa ya que era una huérfana, era pobre, pero además era conversadora y preguntona, dudaba de lo establecido y lo decía, todas características negadas en una sociedad en la que la iglesia ordenaba y establecía cómo debían ser las cosas y en la que la idea dominante era la uniformidad y la reproducción cultural para no salirse del carril.
Anne es considerada por sus pares como un “adefesio”. Es inusual que una niña sea atrevida, dispuesta, inquisidora. Características necesarias para avanzar científica y socialmente la convirtieron en un ser extraño, absurdo y peligroso. La crítica adulta, impuesta a los niños y niñas contemporáneos desde la crianza y la cultura, demuestra aquello de que el ser social determina la conciencia.
Los niños y niñas son calco de la gente adulta y de la cultura y condiciones que le rodean. Pero, por suerte, en la serie, esas características de Anne la convierten en la salvadora del pueblo y de algunos de sus miembros y, unido a la convivencia, termina poco a poco superando la idea impuesta. A partir de esto, Anne difunde entre sus pares la idea de la libertad, algo que estimula la creatividad, lo lúdico y les hace feliz en contraposición a los límites y abstenciones que culturalmente se establecen como correcto y adecuado.
Es realmente liberador un capítulo en el que una adolescente acepta casarse para sentirse grande, mujer, y cumplir lo socialmente establecido. En el último minuto se decanta por su sueño de estudiar en la Universidad, que de antemano era negado a la condición de mujer, obligada en existencia para el hogar y la atención exclusiva a su esposo. Termina la escena con la novia fugada de la iglesia y jugando en la nieve con sus amigas, tan niñas como ella. La risa, la libertad de la infancia y la adolescencia se plasman hermosamente en la escena y la idea de la transformación radical de lo establecido, también.
Para algunos es aún insoportable que un niño o niña sea conversador. Para los adultos resulta, como hace un siglo, cosa extraña, porque la idea que rodea a la infancia es la de la obediencia y sumisión, la incompetencia y necesidad de completación desde el mundo adulto para lograr la adultez
Una parlanchina, en una escuela de esa época, era una contravención social. Opinar, decir lo que pensaba, no era bien visto si no era solicitado. Esto hacía que Anne se viera limitada y coartada. Por momentos, la reflexión expectante era que, por imposición, la sociedad la transformaría en lo que cultural y socialmente era adecuado. Pero la protagonista logra desarrollar sus inquietudes, expresar sus intereses y desmontar las ideas que contenían el ímpetu y la avalancha de conocimientos y experiencias que los niños y niñas tienen y pueden vivir a partir de su creatividad, logrando convertir su actitud en una experiencia colectiva.
La aparición de una nueva docente, tan parecida a Anne, es otro elemento crucial en materia educativa. Una mujer que debió pasar por una evaluación de la sociedad educativa, liderada por el representante de la iglesia; los maestros eran hombres generalmente; una mujer que usa pantalón y se moviliza en motocicleta; una mujer que repara cosas y no usa corsé, contravenía radicalmente la educación que el pueblo aspiraba para sus descendientes. Esta maestra, viuda además y que no aspira volver a casarse, llega a cambiar la forma de impartir la educación, rompe con la estructura del aula de clase, con el maltrato naturalizado, y educa desde la experiencia y la invitación a preguntarse, dudar e imaginar. Plantea que la educación no puede ser para “crear una mejor fuerza laboral, con énfasis en el buen comportamiento y la habilidad para seguir instrucciones y utilizar la memorización, no hay lugar para juegos sin sentido ni para el ocio…”, como dijo el cura. Es decir, formar a la mano de obra para el trabajo sumiso y obediente. En una escena, ella les pregunta:
“¿Qué debe tener más importancia con respecto a la educación de sus niños, celos mezquinos, prejuicios, miedo? Lo más importante que deben preguntarse es ¿Sus hijos aprenden? Yo creo que la respuesta es sí. Los cambios son incómodos porque el futuro es incierto, pero el futuro corre muy rápido, como un tren, y haciendo mi mejor esfuerzo, estoy aquí para llevar a sus hijos hacia el futuro. Comprendo muy bien que mis métodos son inusuales, la práctica y el compromiso en el aprendizaje han demostrado ser más efectivos que la sola memorización. Por qué no alentarlos a pensar por sí mismos, por qué enseñarles solo lo que ha ocurrido… los soñadores cambian al mundo, las mentes curiosas nos impulsan hacia adelante”.
Anne, en secuencia, les dice: “Hábleme y lo olvidaré. Enséñeme y lo recordaré. Involúcreme y lo aprenderé. Diferente no es malo, solo no es lo mismo”. Dan ambas una lección de lo que es y lo que debe ser la educación para los niños y niñas hoy, y en el futuro. Y pensar que este diálogo fue escrito en 1908 da hoy qué pensar.
Las diferencias sociales, el racismo y el patriarcado
La idea de escribir sobre esta serie nace de la necesidad de reproducir, propagar e invitar a todos los que lean estas líneas a ver una serie que, aunque dice que es para mayores de 13 años, vista en familia sirve para reflexionar sobre todo lo que está mal en esta sociedad. Partiendo por demostrar que las ideas dominantes en la sociedad son las ideas de los que dominan; los que tienen mejores condiciones económicas y de poder, también plasman el papel de la iglesia en la imposición de ideas que adormecen y limitan a las personas, que contrarrestan la libertad y los sentimientos, pero con un gran poder cultural en la sociedad, se convierten en el opio de los pueblos, como dijo Marx.
La serie también permite reflexionar sobre las ideas patriarcales, el rol de la mujer en la sociedad, los estereotipos de géneros. Anne quiere ser heroína de su historia y de a poco lo va logrando. Pero no espera por un príncipe azul. Lucha en su mente entre lo romántico del amor y el desarrollo de su vida a plenitud con base en sus aspiraciones. Aprende a amarse a sí misma y decide enamorarse de la aventura. Respeta la decisión de sus pares de ser madres, casarse o estudiar, ser artista, amar, desmontando la lógica binaria.
Nos muestra Anne que la maldad y el oportunismo está en las distintas clases sociales, porque forma parte de una cultura enraizada por el modo de producción que en ese momento era incipiente pero ya hegemónico, y que hoy se ha desarrollado y abarca todos los ámbitos de la vida. Pero también plasma que en los grupos humanos también hay quienes buscamos hacer del mundo un espacio más humano y justo, que rompemos con el statu quo, que hacemos empatía y que ofrecemos oportunidades para la transformación. Tal como los padres adoptivos de la protagonista, que en cada capítulo luchan por lograr un proceso de deconstrucción que le haga más amable y posible la felicidad y libertad para Anne y, sin planificarlo, terminan haciéndolo para ellos mismos.
Quizás esta cuarentena y el tiempo que nos ofrece de ocio nos permita hacernos de momentos para repensar la existencia, analizar la vida y la sociedad, con lo que la misma sociedad nos ofrece. En este caso, una serie de Netflix, plataforma producto del propio sistema capitalista, nos ofrece oportunidades para caer en cuenta y hacer conciencia de nuestra realidad, tomar partido por la transformación y, tal como acertó un viejo pensador de Tréveris, este sistema “lleva en sí el germen de su propia destrucción”, porque son las iniquidades, la explotación, las desigualdades, las que van a llevar al mundo a buscar una forma distinta de relacionarse, que propenderán a una vida más humana, lo que supone sí o sí cambiar el sistema capitalista, tarde o temprano, por otro.
El libro es extraordinario y el analis que realiza muy acordé con la realidad