La apocalíptica urgencia de la innovación

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Los síntomas aparecen de manera repentina. Dolor en la cuenca de los ojos y fiebre. Una sensación de letargo que no permite levantar la cabeza de la cama. En unos pocos días o una semana se puede estar bien, pero en su lugar puede ser uno de los desafortunados. Diminutas manchas violáceas empiezan a salir. Vomita sangre. Tose sangre. En cuestión de horas o días, se pierde toda esperanza. Tal fue la pandemia de gripe de 1918. El primer registro de la “gripe española” en Venezuela se presentó el 16 de octubre en el puerto de La Guaira. Al día siguiente, se contaban más de 500 casos. Así, la cifra de víctimas ese año fue de unos 20.000 en los tres meses que duró la pandemia.

En 2009, el mundo contuvo la respiración mientras la misma cepa que había matado alrededor de 70 millones de personas en 1918, había resurgido. Imagínese ahora, en este momento eso equivaldría a 2,2 millardos de personas enfermas y la muerte para 220 millones, un número de muertos igual a 7 veces la población de Venezuela.

Un siglo y medio antes, dos genios innovadores, Robert Koch y Louis Pasteur, revolucionaron la ciencia al descubrir que enfermedades específicas son causadas por «gérmenes» individuales. Con la creación inspirada de una vacuna para la rabia, Pasteur dio a la humanidad la oportunidad de luchar contra las enfermedades infecciosas. Desde ese entonces, la primera y mejor esperanza para contener una epidemia viral como el H1N1 ha sido el desarrollo de una vacuna. Pero a pesar de que todo el genoma de la gripe de 1918 fue publicado en el 2005, el proceso de fabricación arcaica para una nueva vacuna (su cultivo en huevos de gallina) no ha cambiado. El H1N1 fue libre de estar por todas partes, en todo el mundo, durante 39 semanas a la espera de una vacuna. Afortunadamente, el flagelo fue más benévolo de lo que nadie se había atrevido a esperar. Pero ¿tendremos tanta suerte la próxima vez?

Para que el mundo esté a salvo del siguiente brote de influenza se requiere innovación. Imagínese que se pueda escanear el genoma de la nueva cepa en un día, volver a montar un par de bases del genoma viral atenuado en una semana, y crecer miles de millones de clones en un mes. La ciencia está trabajando en soluciones inventivas, pero ¿estaremos listos antes de las próxima pandemia?

La innovación, definida como la creatividad con un propósito, es ampliamente considerado como el motor del progreso científico. La innovación es la base del bienestar humano y la prosperidad. Es así que en 1900, la esperanza de vida era de 30 años y en 2011, la mayoría de los venezolanos podían llegar a la edad de 76 años. Hemos prolongado la vida y fomentado invenciones, tales como internet, teléfonos celulares, implantes cocleares, la Estación Espacial Internacional, la secuencia del ADN, la cirugía láser, etc. ¡Qué maravilla es la innovación!

Sin embargo, nuevos peligros se ciernen. Y estos no serán resueltos con las viejas soluciones. De hecho, hay una creciente preocupación porque las amenazas a la salud humana sean más rápidas que la capacidad para abordar creativamente las soluciones. Muchos peligros de hoy en día han eludido a la ciencia. Por ejemplo, llevamos 40 años en «La guerra contra el cáncer”, pero la mortalidad entre los adultos siguen siendo alta. No hay un solo tratamiento altamente efectivo disponible para la enfermedad de Alzheimer, que se traga a 53 mil mentes cada año en Venezuela. Existen cerca de 1,9 millones de pacientes diabéticos en el país. Además, los frágiles ecosistemas de la Tierra están siendo afectados por la escasez de agua y el calentamiento global. La contaminación, derivada principalmente del uso intensivo de los combustibles fósiles, que ha acompañado a nuestro crecimiento demográfico, económico y tecnológico, ha agravado el problema.

¿Podría ser que nuestros hijos vivan en un mundo donde la diabetes haga que su expectativa de vida sea más corta? ¿Donde las economías colapsen bajo el peso económico de cuidar a adultos mayores con discapacidad por demencia? ¿Donde la escasez de agua potable y el calentamiento global provoquen guerras por alimento y agua? ¿Podría todo esto ocurrir por falta de imaginación?

En agosto de 2010 la revista Newsweek declaró que el mundo se enfrenta a una crisis de creatividad. Comentarios recientes en Business Week y National Review han criticado una desaceleración de la innovación. El influyente libro de Tyler Cowen “El Gran Estancamiento” (2010), aunque aplaude los avances en la tecnología de la información, llama la atención sobre la lentitud en la innovación en muchos otros sectores técnicos y científicos. A los conocidos motivos de la crisis económica, subyace una mayor aún: hay menos innovaciones que creen nuevos sectores, mercados y, sobre todo, empleo. Menos invenciones suponen menos riqueza y menos trabajo.

Las principales deficiencias en el trabajo científico con respecto a la innovación son: el capital humano y un entorno creativo. Las propuestas para fortalecer la innovación científica incluyen más financiación para las universidades e Institutos de investigación y más rigor en la enseñanza de las ciencias en la educación secundaria. La primera actividad debería ser el respaldo con becas para los estudiantes de maestrías y doctorados, jóvenes investigadores y científicos. Lo segundo, crear un programa serio que busque promover la ciencia entre los alumnos de las escuelas secundarias. En particular, el programa debe financiar la capacitación de los profesores en enfoques pedagógicos basados en el desarrollo de proyectos de investigación científica para nuestros jóvenes. Y por último, crear programas destinados a promover la innovación en las empresas venezolanas, mediante financiación y créditos para respaldar el desarrollo de proyectos específicos de innovación.

En fin, la solución a la falta de innovación está en elevar el estatus de los científicos, es decir, que la sociedad los vea como lo que son, fuente de crecimiento y de bienestar. En Venezuela nos urge.

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