¿Los científicos deben involucrarse en temas políticos? Esta pregunta ha sido durante los últimos meses la base de un debate que ha ocupado charlas, conferencias y columnas en varios periódicos. En este sentido, el sábado 22 de abril se realizó la Marcha por la Ciencia en diferentes países del mundo, como respuesta a las decisiones políticas tomadas por los diferentes gobiernos en temas sensibles a la humanidad, como es el cambio climático. Sobre este tema los legisladores desconocen intencionadamente los resultados de la investigación y suprimen a la ciencia.
Es así, que después del resultado del Brexit y la victoria de Donald Trump, el concepto de las “fake news” y lo que hemos llamado la “posverdad” (o mentira emotiva) han sido una bofetada para todos los que creemos en el conocimiento basado en evidencias, que debe ser la base sobre la que debe avanzar cualquier sociedad.
¿Deben los que se encargan de producir el conocimiento levantar su voz y denunciar estos disparates? Pues sí. Los científicos sabemos desde hace tiempo lo que significa el conflicto de intereses, es decir que el interés principal y la posición tomada están influenciadas por aspectos económicos o personales. Una discusión semejante puede darse en otros sectores como son los medios o redes sociales y, sobre todo, en los políticos. Pero a nadie se le pregunta por sus tendencias ideológicas ni por sus creencias filosóficas o religiosas que sin duda pueden pesar a la hora de formular una opinión.
Muchos años después de que el primer sitio web se puso en línea, quedó claro que estamos viviendo un período de transición acelerada. Desde Gutenberg, la forma dominante de información era la página impresa: el conocimiento se entregaba primordialmente en un formato fijo, que alentaba a los lectores a creer en verdades “fundamentadas”. Ahora estamos atrapados en una serie de confusas batallas entre fuerzas opuestas: entre la verdad y la mentira, el hecho y el rumor, la bondad y la crueldad. Lo que es común a estas batallas, es que implican la disminución del discernimiento de la verdad. Esto no significa que no haya verdades. Simplemente significa, como en estas semanas nos ha quedado muy claro, que no logramos ponernos de acuerdo sobre cuáles son esas verdades, y cuando no hay consenso sobre la verdad pronto se promueve el caos.
Cada vez más, lo que cuenta como un hecho es simplemente una opinión que alguien percibe como verdadera y la tecnología ha hecho muy fácil que estos “hechos” circulen con una velocidad y alcance que era inimaginable en la época de Gutenberg, o incluso hace una década. Una historia dudosa acerca de reflectores en Miraflores aparece una noche y al amanecer, se había diseminado alrededor del mundo a través de las redes sociales y apareció en fuentes acreditadas de noticias en todas partes.
A veces, rumores como éstos se extienden por el pánico, a veces por malicia y otras por manipulación deliberada, en la que una agrupación o un régimen pagan a la gente para transmitir su mensaje. Por lo general hay varias verdades contradictorias sobre cualquier tema, pero en la época de la imprenta, las palabras de una página se mantenían, aun siendo verdaderas o no. La información se sentía como cierta, al menos hasta el día siguiente cuando otra actualización o una corrección aparecían.
Lo que es significativo hoy en día, es que los rumores, verdades a medias y las mentiras se leen a menudo más ampliamente, porque son más interesantes que la realidad y más emocionantes de compartir. El cinismo de este enfoque fue expresado en 2014 de manera cruda por Neetzan Zimmerman: “Hoy en día no es importante si una historia es real”, “…lo único que realmente importa es si la gente hace clic en él”. Él mismo Zimmerman agregó: «Si una persona no comparte una noticia, en esencia no es una noticia».
La creciente relevancia de este enfoque sugiere que estamos en medio de un cambio fundamental en los valores de la opinión de los individuos, un cambio consumista de la información. En lugar de fortalecer los lazos sociales y crear un público informado, o la idea de la noticia como un bien ciudadano que representa una necesidad democrática, se crean colectivos que difunden falsedades instantáneas que se ajustan a sus puntos de vista, manipulando las creencias de los demás, sustentando opiniones en lugar de hechos establecidos.