¿Bienvenido el crecimiento científico de China?

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Comenzó mal, con órdenes de censura, encubrimientos y rechazo a las ofertas de ayuda por otros países, pero luego el gobierno chino se apoderó de la narrativa. El sentimiento antichino (la sinofobia) se exhibió en Occidente desde que se desató la pandemia, comenzando con los chistes sobre los particulares hábitos alimenticios y las teorías de conspiración sobre el “virus chino”, mostrándonos que la COVID-19 era un problema exclusivamente chino. Eso es lamentable porque evita una visión de cómo está cambiando China y qué problemas enfrenta. Detuvo la progresiva epidemia de COVID-19 en casa y comenzó a exportar al resto del mundo su conocimiento científico de la enfermedad. La ciencia china a menudo ha sido marginada y el mundo ha tenido recelo de ella. Pero, ¿cambiará la pandemia nuestra apreciación?

China ha pasado de estudiante a maestro, tal como lo relata Kate Mason, autora del libro Infectious Change. El síndrome respiratorio agudo severo (SARS) en China transformó la forma en que se gestionaba la salud pública. Después de SARS, los expertos occidentales fueron a China para ayudar a poner en marcha un sistema de salud basado en la Ciencia. Ese sistema existe ahora y su símbolo más visible es el Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades. Ahora son los expertos chinos quienes dan su conocimiento en el extranjero. Recordemos que médicos chinos vinieron en abril a Venezuela para dar recomendaciones sobre el combate al coronavirus.

China ha mantenido durante mucho tiempo el objetivo de liderar la ciencia en el mundo, y ya estaba en camino de lograrlo antes de la pandemia. Antes de la década de los 80, la ciencia era una empresa colectiva controlada por el Estado. Posteriormente, se volvió más individualista y comercial, los científicos se enorgullecían de publicar en revistas de alto impacto y de obtener patentes. Aunque todavía existe una interferencia política en la elección de los temas de investigación y en el proceso de publicación, la ciencia en sí, la recopilación y el análisis de datos, es relativamente libre.

Hace cinco años, China no aparecía en el “top-ten” de los rankings universitarios, este año, es el sexto. Ocupa el segundo lugar en el mundo en producción de publicaciones científicas y de ingeniería, detrás de la Unión Europea pero por delante de los EE. UU. y el impacto de la investigación, medida por la proporción de artículos citados, se duplicó entre 2000 y 2019, creciendo mucho más rápido que el resto del mundo. Este trabajo acelerado refleja una política a largo plazo de reconstrucción de la investigación y la educación en la era posterior a Mao Tse-tung. A partir de la década de 1980, el gobierno chino comenzó a invertir fuertemente en infraestructura, educación y la formación de investigadores especializados en todas las disciplinas de la ciencia e ingeniería. Luego, hace dos décadas, su enfoque se desplazó hacia el exterior, para lograr preeminencia mundial.

Entre las iniciativas que se idearon en esta nueva etapa se encuentran los programas de captación de expertos del exterior, como el Plan de los Mil Talentos, y, a nivel nacional, un sistema de incentivos para que los científicos publiquen en revistas internacionales. Estos dieron sus frutos, como se refleja en los rankings, pero también tuvieron consecuencias negativas. La presión por publicar, con grandes bonificaciones en efectivo pagadas a los científicos por artículos que aparecen en las principales revistas, resultó en un aumento del fraude académico. Mientras tanto, el Plan de los Mil Talentos ha sido criticado como un vehículo para el espionaje y el robo de propiedad intelectual. Estas tensiones reflejan una profunda ambivalencia en el resto del mundo con respecto al surgimiento de China como una superpotencia científica, que la pandemia solo ha acentuado al resaltar que ni los virus ni la ciencia se pueden contener dentro de las fronteras. Por un lado, hay un claro reconocimiento de que se entendería mucho menos sobre la Covid-19 y sobre el SARS-CoV-2, sin la investigación china. En la carrera por una vacuna viable contra el coronavirus, China es uno de los pioneros.

Aun así, existe preocupación por la calidad de las vacunas chinas, dado el historial de escándalos en el pasado. Hace casi una década cuatro niños murieron y otros 74 resultaron afectados en la provincia de Shanxi después de recibir vacunas que habían sido almacenadas incorrectamente. Esta desconfianza en el sistema de vacunas se exacerbó luego de otro escándalo en 2016, cuando se reveló que se habían vendido decenas de millones de dólares en vacunas dañadas durante años. La cadena de frío, un sistema para transportar y almacenar vacunas dentro del rango de temperatura segura de 2 a 8 grados Celsius, fue el mayor desafío para la gestión adecuada de las vacunas en China, junto con otros problemas como la contaminación.

Además, las normas éticas existen en la academia china, aunque su aplicación es a veces laxa, como lo ilustra el caso de He Jiankui, el científico que en 2018 anunció que había editado los genes de bebés humanos por primera vez. También está el hecho del uso de las vacunas experimentales en el personal militar, sin su consentimiento informado. El consentimiento informado se refiere al procedimiento ético en el cual un sujeto expresa su intención voluntaria de participar en una investigación, conociendo los riesgos de la misma. Esto podría considerarse inaceptable para nosotros, pero es más aceptado allá. Los debates sobre lo que es ético con respecto a una vacuna, también se han desatado en el resto del mundo, como en nuestro caso con la vacuna Sputnik V.

La pandemia podría brindar la oportunidad de establecer las reglas básicas de una nueva relación. Muchos chinos se sienten orgullosos de la forma en que su gobierno ha manejado la crisis, especialmente cuando la comparan con las respuestas de los gobiernos en otras naciones. Debemos dar la bienvenida al crecimiento científico de China.

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