La ciencia tras los amuletos: la suerte y los fantasmas

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En la oscuridad de la noche, la playa parecía estar vacía en Bahía de Cata, desde la casa se oía el sonido de las olas. La ventana de madera se abrió de golpe causando ruido. Fue un extraño sonido agudo y desagradable, caminamos deprisa a cerrar la ventana. No habíamos recorrido mucho cuando notamos afuera una presencia fantasmal, que bajo la escasa luz de los bombillos cobró vida en forma de sombras. Unas sombras en las que pudimos distinguir con claridad, la silueta de unas monjas con velas en sus manos. Aterrados corrimos hacia la puerta y, justo cuando íbamos a salir de la casa, no pude evitar detenerme al percibir el aroma inconfundible del incienso. Miramos atrás. Ellas ya estaban dentro de la casa. Al principio, no lo creíamos. ¡Pero los fantasmas existen!

Aunque hemos considerado varias posibles explicaciones para esa noche, nunca lo sabremos con seguridad. Los relatos de lo aparentemente inexplicable (sonidos repentinos, escalofriantes muebles que se mueven y siluetas cegadoras) nos continúan fascinando y atormentando en el siglo XXI.

En la era del conocimiento, de los grandes avances tecnológicos, las creencias en lo sobrenatural son tan populares como siempre. Alrededor de 4 de cada 10 personas creen que existen fantasmas o demonios, según una encuesta de YouGov de 2019, y más de un tercio dicen haber sentido la presencia de un fantasma o espíritu. Tales creencias son igualmente populares en Venezuela, donde somos propensos a creer en “aparecidos” más que en un Gran Arquitecto o Creador divino.

Pero, ¿qué tiene la mente humana que lleva a tantos miembros de nuestra especie, a través de culturas y distancias geográficas, a creer en fantasmas?

Si bien muchos se burlan de los cuentos sobrenaturales, la academia no los ha descartado por completo. Hay especialistas que investigan las experiencias paranormales para encontrar las explicaciones detrás de ellas. Tal como se cree, las experiencias a menudo se malinterpretan erróneamente como paranormales, debido a las tendencias que se nos han inculcado durante miles de años de evolución para ayudarnos a mantenernos vivos. Nuestros cerebros casi parecen precableados para lo que llamaríamos “creencias extrañas”, están programados para encontrar explicaciones sobrenaturales a los misterios de nuestro mundo. Estamos diseñados para organizar la información sensorial, estableciendo causa y efecto. Incluso los bebés de un año pueden hacer esto, lo que implica que es innato en lugar de aprendido.

Este mismo sistema de cableado, sin embargo, nos hace propensos a aceptar teorías menos que científicas para lo inexplicable, ya sea magia, la noción de un sexto sentido o la creencia en la suerte. ¿Cómo puede la ciencia darle sentido a esto? Tomemos, por ejemplo, nuestra preferencia por los alimentos dulces y grasos o nuestro miedo a las alturas y las serpientes o el hecho de que hacemos “cuchi-cuchi-cuu” cada vez que vemos a un bebé. Todos estos comportamientos, según los psicólogos evolutivos, son causados por fuerzas mentales inconscientes que ayudaron a nuestros antepasados a sobrevivir y prosperar en el pasado remoto.

Enredados en estas tendencias están los sesgos cognitivos como ver conexiones falsas en datos no relacionados o sin sentido. Además, vemos patrones u objetos reconocibles en las cosas, como un gato en una nube, por ejemplo. Luego está el sesgo de intencionalidad, un sesgo subyacente de que cuando algo sucede, alguien o algo hizo que sucediera. Los arbustos no se mecen con el viento, deben moverse debido a algo más siniestro. Hay una gran cantidad de prejuicios y predisposición psicológica.

Según la teoría de Daniel Kahneman tenemos dos formas de pensar: un proceso de pensamiento reaccionario que toma decisiones rápidamente y un proceso de razonamiento más preciso pero lento. Aunque podamos vernos a nosotros mismos como seres racionales, el modo reaccionario es nuestra forma de pensar preferida, gracias a la evolución.

Consideremos a nuestros ancestros “primitivos” oyendo un susurro en los arbustos, pudieron asumir inmediatamente que era una amenaza, una especie de depredador y salir corriendo de allí para sobrevivir otro día. O pudieron haber confiado en el sistema dos, el tipo de enfoque más lento, basado en la evidencia y terminar como el almuerzo de algún depredador. Esa forma de pensar habría ayudado a los humanos a escapar de posibles depredadores, pero también significa que los eventos podrían malinterpretarse.

Los eventos supersticiosos repetidos alimentan nuestra creencia en lo sobrenatural. Por ejemplo, los estudios han demostrado que el 90% de las personas creen que pueden detectar cuando alguien los está mirando. Muchos indican haber pensado en una persona justo antes de recibir una llamada telefónica suya, lo que se traduce en un sexto sentido. Incluso la mayoría de la gente se aferra a la noción de magia y a lo sobrenatural. Una encuesta de Gallup en los EEUU mostró que el 93% de los encuestados creían en alguna forma de fenómenos sobrenaturales como la telepatía, el deja vu, la reencarnación o los fantasmas.

Si buscamos un fantasma, probablemente encontraremos un fantasma. Aunque todo el mundo puede compartir estas supersticiones, existe un “perfil psicológico” de los individuos que tienen más probabilidades de informar sobre experiencias paranormales, según las investigaciones del parapsicólogo Ciarán O’Keeffe, las “personas con una combinación de hipersensibilidad, así como la tendencia a atribuir información ambigua a fuerzas sobrenaturales, son más propensas a sentir experiencias paranormales”.

Aunque la ciencia todavía no puede explicar completamente la fascinación humana por lo paranormal, comprender las emociones ofrece algunas respuestas. La creencia en fantasmas y espíritus parece ser tan antigua como los humanos, al igual que la incómoda relación con nuestra propia mortalidad. El uso de amuletos de la suerte o el ritual previo al partido, de un deportista, le da a una persona la percepción de control en situaciones donde de hecho no lo tenemos. En conclusión, creer en lo sobrenatural puede darnos un profundo sentido de conexión con nuestros antepasados y el entorno.

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