2018: Año de romper con las imposturas

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Recientemente un amigo, ante mi saludo de fin de año, respondió: “Aquí, en este moridero de pobres”, expresión que le asignara El Gabo al doctor Juvenal Urbino, personaje de El amor en los tiempos del cólera, y que refleja la tragedia de la Cartagena de Indias de finales de siglo XIX y que hoy grafica de lleno a Venezuela. En eso se convirtieron las esperanzas que depositó una buena parte de la gente en Chávez y el chavismo: ¡Venezuela es hoy un moridero de pobres, una tragedia!

Pero el mismo amigo no tardó nada en responder la interrogante que deja el Gabo en la historia escrita que me hizo recordar una amiga, en estos mismos días. Así, se observa en la conversación que hiciera García Márquez con el para entonces recién electo presidente Chávez en el viaje que los llevaría de La Habana a Caracas, días antes de la toma de posesión. El Gabo dejó la cosa en interrogación en dos oportunidades en la misma entrevista. En medio de ella comenta: «Fue una buena experiencia de reportero en reposo. A medida que me contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad que no correspondía para nada con la imagen de déspota que teníamos formada a través de los medios. Era otro Chávez. ¿Cuál de los dos era el real?». Y al final del diálogo establecido García Márquez salva su responsabilidad histórica de manera muy clara: «Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más».

Al igual que el Gabo —y guardando las distancias— fuimos cautos. Las reservas sobraban. Sobre todo por aquello de presentar un “proyecto” que poco decía en favor de la gente y el desarrollo. Había sido botado al cesto el sueño de J.R. Núñez Tenorio, plasmado en un Programa Mínimo de su autoría, bastante progresista, y se había presentado un bodrio que parecía dejar resquicios para maniobrar, que reflejaba continuismo por todos los costados. Sin embargo, desde un principio las cosas quedaron claras, para nosotros al menos. Respondimos a García Márquez de manera contundente: ¡Se trata de un déspota más! Solo que carismático. Se fue armando de fraseología mientras comenzó el proceso de destrucción de la economía con decretos-leyes de carácter liberal como la eliminación del doble tributo y la de protección y promoción de inversiones extranjeras. Se profundizó el desmantelamiento agrícola e industrial iniciado una década atrás, valga decir CAP-1989. Los resultados son contundentes. Y el chavismo mantiene el legado, en la persona de Maduro. Chávez supera a los anteriores y Maduro parece superarlo en ese afán de retroceder. Y, así como el comandante eterno da continuidad a los precedentes, igual hace Maduro en relación con él. Lo mismo sucede en corrupción. No tuerce el rumbo a pesar de las penurias de la gente. Hacen gala, los herederos, del bárbaro despotismo en todos los aspectos. El carné de la patria y la bolsa clap —entre otras perlas discriminatorias y chantajistas— resumen la escala más elevada de semejante proyecto. Así parecen querer llevarnos a ese final emblemático de El coronel no tiene quien le escriba, cuando, luego de una larga diatriba del coronel con su mujer, producto del exceso de esperanzas que depositaba en su gallo, la mujer le espeta: “«Y mientras tanto qué comemos», preguntó, y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía. «Dime, qué comemos» (…) Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: mierda».

Inflación de mierda

No podemos prescindir de ese riguroso lenguaje de la economía, para algunos farragoso, para explicar la esperada noticia de las primeras horas del año. Lo comenzamos con la primacía mundial en inflación. La de diciembre, con creces, se ubicó en alrededor de 100 puntos. Si sumamos la especulación, que se hace desenfrenada, se ubica el incremento de precios en alrededor de 150 puntos. Así, se produce la reseña con una compensación salarial de apenas 40%.

Nueva bofetada a los economistas que se molestan por ese tipo de medidas, no porque resultan insuficientes, sino porque señalan que en inflación, menos en hiperinflación, deben producirse “incrementos” salariales. Teóricamente eso fue saldado hace un tiempo por Marx en su trabajo Salario, precio y ganancia.

Esta consideración de los economistas es el resultado del análisis del problema con base en el axioma o dogma de marras: “Los aumentos de salario generan inflación”, credo que obedece a los intereses que representan. Si a ello le agregamos la descripción de lo dantesco de la situación económica, hecha por el mismo economista, la conclusión sería sencilla: “No debemos pedir aumentos”. Se deben detener las compensaciones y que la gente pase más hambre a ver si en algún momento se despega la economía. Y es que cuando nos guían los dogmas las cosas se ven sencillitas y esas creencias se hacen “válidas” —incluso académicamente válidas—, cuando observamos las cosas bajo análisis basados en una mera fotografía.

Ciertamente, cuando se han producido las compensaciones, que no son incrementos salariales, continúa elevándose la inflación. Luego, quedarse en el fenómeno como se nos presenta, sin ir a la esencia de las cosas, nos lleva a esa conclusión y se llega a esa sentencia criminal: no más aumentos. Vaya contradicción. Que la gente termine de morirse de hambre.

Si vemos las cosas más de cerca. Si escarbamos en el fenómeno, vamos a descubrir cuestiones que no nos dicen los economistas. Claro, no pueden verlas, ¿o será más bien que no quieren? La inflación es un fenómeno creado de manera exclusiva por el Gobierno y, más específicamente, por el Banco Central de Venezuela (BCV). El organismo emisor, pues. Ahora bien, la inflación es solo una parte de los aumentos de precios. Podemos reducir a tres las determinaciones de estas elevaciones.

Primero, la inflación es producida por el aumento de la masa de papel moneda por encima de las necesidades del mercado. Lo que se hace en función de mostrar de manera nominal un cierto equilibrio fiscal muy alejado de la realidad. Se emite papel moneda sin respaldo. Sin crecimiento del producto interno bruto (PIB), ni de las reservas en manos del BCV. Ciertamente la inflación es inducida. La induce el Gobierno. De allí la primera determinación del incremento de precios.

En segundo lugar, la inflación presiona la demanda. La gente, de manera natural, al ver que su dinero pierde poder adquisitivo día a día, trata de salir de él. Unido a la escasez, se crean condiciones favorables para el vendedor. Esas que demanda permanentemente para vender más caro, hasta cierto punto, más allá del cual se revierte en su contra ya que no tiene a quien vender. Bajo la premisa de que se compra para vender más caro, al haber presión de demanda lo hace al máximo. Claro, al reducirse el número de compradores la cosa se le hace difícil. A lo que hay que agregar que el vendedor tiende a vender no con base en el precio de hoy, menos en el de ayer. Trata de vender al precio de mañana, considerando el costo esperado de reposición para los días venideros. Busca especular, estafar al máximo.

En tercer lugar, todo lo que se produce en Venezuela cuenta con elementos importados. Buena parte de los insumos, toda la maquinaria y equipos, repuestos y patentes, entre otros componentes del proceso de producción, son importados. Al encarecerse el dólar, tanto por presión de demanda como por inflación, todo lo que se produce se incrementa en su precio.

Estos tres aspectos son los que más inciden en el incremento de precios en nuestro caso. Dejamos a un lado el comportamiento del tiempo de trabajo socialmente necesario, que es inversamente proporcional al incremento de la composición de capitales, ceteris paribus. Lo que explica la caída de los precios, que no deflación, en buena parte del mundo capitalista.

Credo de controles…

Estas cosas parecen no ser observadas por los economistas a la hora de analizar el incremento de precios. Reducen incremento de precios con inflación. Solamente ven la superficie. A eso le sumamos que los economistas ven en el control de cambio el problema. Desmantelados los controles —particularmente el de cambio—, todo el problema se acaba, obviando lo complejas que son las determinaciones de esta crisis. Sus antecedentes se remontan en buena medida al “paquetazo” de 1989, el mismo que reclaman muchos del gremio en cuestión. Para nada ven el problema de las importaciones, ni la dependencia del imperialismo. Estados Unidos, China y Rusia, principalmente, han declarado el reparto y crucifixión de Venezuela, y fue Chávez quien echó esas bases. Son ellos los que condicionan al Gobierno de Maduro a abrir los puertos venezolanos a sus mercaderías, más competitivas. Imponen políticas para que afiance su condición petrolera, y ahora petrolera – minera, remachando nuestras cadenas en el rol que nos corresponde en la división internacional del trabajo. El liberalismo, contemplado en la Constitución, conduce a competir de manera muy desigual: un peso pluma contra un peso pesado. Sencillo. Eso no se ve. De allí que la solución está en desmantelar el control de cambio y abrir la economía al capital extranjero, como si el capital extranjero no estuviese ya instalado. Claro, en lo que ellos quieren. No en las ramas y sectores que demanda el desarrollo nacional. No logra ubicar el economista que el control de cambio se levantó para garantizar la importación. Para hacerla mucho más competitiva. Para desmantelar el aparato productivo nativo. Para hacernos más dependientes.

Desmantelar el control de cambio de manera abrupta sería otro acicate al hambre del venezolano. Debe hacerse, ciertamente, pero hay que crear las condiciones. Levantarlo de buenas a primeras se une a la otra demanda del economista de que no se produzcan compensaciones salariales. Sería un crimen mayor. Levantar el control supone cambiar toda la política económica. Crear las condiciones para la concentración de capitales. Esto es, crear condiciones para la inversión productiva. Abaratar el crédito. Cerrar la importación a lo estrictamente necesario y proteger el mercado interno para la producción nacional. Importar medios y medicinas para la atención de enfermedades delicadas. Crear las mejores condiciones para que los obreros y trabajadores venezolanos se dispongan al esfuerzo productivo que demanda la nación. Salarios decentes, salud, educación, vivienda y más bienestar serían el acicate. En la medida en que se produce más, se fortalece el signo monetario y se van creando condiciones para el desmantelamiento en cuestión. Así, hasta unificar el tipo de cambio.

Ya basta de que algunos «estudiosos» anuncien que vendrán “medidas desagradables” —cuando no lo dicen abiertamente como “medidas draconianas”— que deberá tomar el Gobierno que suceda a Maduro. Piensan que se debe seguir recargando en las espaldas del pueblo trabajador todo el peso de la crisis. De lo que se trata es de implantar una nueva política económica con carácter profundamente nacional y popular. El cambio de Gobierno supone un cambio radical de la política que nos condujo a este desastre. La salida es cambiar el Gobierno y cambiar la política -suya principalmente- liberal. Hasta Trump busca esto ante la pérdida de la hegemonía estadounidense tras décadas de liberalismo que llevó a los imperialistas yanquis a rezagarse frente a quienes parecen haberle arrebatado la hegemonía mundial. En EEUU, al igual que en Venezuela, hay que implantar una política que fabrique fabricantes.

Entretanto, entramos al año más difícil para los venezolanos. Pero puede ser también esperanzador si nos disponemos a salir del Gobierno y levantar una alternativa de esperanza real, verdadera, contando con nuestras potencialidades humanas y materiales. Bien podemos convertir a 2018 en el año del triunfo sobre la oscurana. ¡Arriba la esperanza, abajo la tristeza! Es tiempo de rebelión y de cambio. No basta con expresar la rabia. Más que eso, luchemos contra la barbarie chavista y por un mundo mejor.

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