Nuevamente Bandera Roja sufre una fractura debido a la reproducción y desarrollo de una tendencia fraccionalista. Muchos camaradas buscan una explicación más allá de lo establecido formalmente en los veredictos oficiales e históricos al respecto. Muchos se interrogan sobre las razones del surgimiento de estas agrupaciones en el partido. Buena parte del debate se centra en las medidas que debían haberse tomado, los problemas creados, el método y estilo para atacar la agrupación en cuestión, constituida luego de un desarrollo que muchos lograron avizorar en su oportunidad. Asimismo, surgen reflexiones sobre lo que debe hacer el partido para protegerse de este tipo de problemas recurrentes casi desde el mismo momento en que nace. Ubiquemos que Bandera Roja ha sufrido varias rupturas. En 1975, apenas a 5 años de nacida la organización, surge la fracción encabezada por Carlos Betancourt y Pablo Hernández Parra (autodenominada BR-ML). Luego, surge la ruptura de Ernesto Virla en 1977 (“la prefiguración del comunismo dentro del partido”). En 1992 se separa el grupo liderado por Daniel Hernández. En la primera década del siglo xxi se desprendieron dos grupos de compañeros que iniciaron nuevas organizaciones. Por último, previo al V Congreso, con un comportamiento un tanto sui generis, un grupo fraccional —liderado por miembros del Comité Político Nacional y del Comité Central— ha buscado por distintos medios hacerse de la dirección y de las siglas del partido, hasta devenir en posturas antes imposibles de ser consideradas desde cualquier óptica revolucionaria.
Son varios los grupos que se han separado del partido, pero no podemos establecer una identificación ideológica de todos estos grupos. En unos casos —para referirnos a la fracción llamada marxista-leninista (BR-ML)— se trató de un movimiento en el seno del partido que configura una tendencia y que toma características de fracción (del Pleno Nacional de Cuadros solo contaban con 5 de un universo de 22 miembros); las circunstancias los fuerzan a separarse del partido, llevándose consigo la mayor parte del Frente Guerrillero Antonio José de Sucre. Aparecen ideas respecto de la política o de asuntos acerca de las cuestiones tácticas o propias del centralismo democrático, o bien haciendo lecturas particulares acerca de la táctica o de los asuntos generales de los lineamientos estratégicos, donde destacaba la relación entre la vanguardia y las masas, entre la lucha guerrillera y las luchas políticas, económicas y sociales del pueblo.
Refiriéndonos a casos como los de la fracción de Betancourt o el debate con Virla[1], e incluso las posiciones del grupo liderado por Daniel Hernández, se trató de debates amplios que abarcaron cuestiones de la teoría revolucionaria, la transición al socialismo, hasta tocar aspectos de la filosofía marxista. Ello no supone que se haya tratado de posiciones a ser reivindicadas, sobre todo cuando —como el caso que hoy atendemos— buscaron en cada oportunidad atentar contra la vida del partido y de su esencia ideológica.
En el caso que nos ocupa podemos apreciar la inexistencia de ideas o planteamientos en torno de asuntos de envergadura en el terreno de la política, de asuntos estratégicos, mucho menos en cuestiones más generales de los principios, la filosofía o la doctrina marxista-leninista. Últimamente se han unificado en torno de ideas “centristas”, algunas de las cuales se inscriben en corrientes trotskistas, como las expresadas a propósito de la marcha del Primero de Mayo. Recientemente ya lo propagan de manera más abierta uno que otro de estos señores, buscando reconocimiento como fracción.
En este sentido encuentran una relativa identidad con las fracciones formadas antes del IV Congreso ya que, como aquéllas, no logran hilvanar una idea o planteamiento acerca de ningún aspecto de importancia de la política, la táctica, o asuntos concernientes con los principios revolucionarios que justificaran su ruptura con el partido y se convirtieran sus acciones en atentados contra la vida de Bandera Roja. Eso sí, no hay comparación en términos de la descomposición moral del grupo que hoy busca golpear arteramente al partido y las fracciones pre IV Congreso.
Un hecho cierto: es natural que la lucha de clases dentro del partido conduzca a que se formen fracciones o tendencias ajenas al marxismo y a las posiciones revolucionarias en general. De eso se encarga la ideología burguesa en sus múltiples expresiones como un trabajo permanente. En el seno del partido existe la lucha de clases en el terreno de las ideas, de la política, de los criterios de organización, de métodos y estilos de dirección y trabajo, de allí los criterios acerca de la democracia, del centralismo democrático, y acerca de la ética y la estética. Esta lucha, a momentos, se hace enconada, abierta. Cuando algunos de quienes la adelantan no se sustentan en principios revolucionarios, tienden a romper con las normas de convivencia, más que con los métodos y estilos que deben imperar en el seno de la organización partidista.
De igual manera, en el trascurrir de la vida partidista surgen cuestiones de manera natural que deben ser atendidas de manera específica y que —aunque pudieran tener relación con los aspectos antes indicados— conducen también a la formación de fracciones. El desarrollo desigual de los cuadros, de sus capacidades teóricas y políticas, por ejemplo, conduce a rivalidades que cuando son orientadas de manera equivocada terminan convirtiéndose en asuntos insalvables. La rivalidad orientada por bajas pasiones o sentimientos negativos termina por configurar un cuadro explosivo. En esas condiciones, la ideología burguesa encuentra el mejor asidero y afianza procedimientos ajenos a la honestidad revolucionaria.
Sin embargo, este hecho natural, por demás inevitable —el del surgimiento de fracciones—, debe ser enfrentado de manera firme, con base en los principios y la teoría revolucionaria. El partido está obligado a crear mecanismos de defensa que le permitan protegerse, mientras, a su vez, se afianza en su condición de clase. Somos de la idea de que la elevación de la conciencia comunista, el afianzamiento en el manejo de la doctrina marxista-leninista, resume el principal antídoto contra este mal. Esto es, la creación de la racionalidad dialéctica marxista unida a la práctica revolucionaria es el factor esencial para enfrentar estas corrientes cuyos alcances no se avizoran en las primeras de cambio, pero que su realización política se inscribe en la negación del marxismo y la revolución, aun cuando sigan diciendo que les son fieles. Ello tampoco será una panacea. Al contrario, la lucha de clases es inevitable y el desarrollo de corrientes en esencia burguesas reproducidas de manera natural —expresadas como ideas erróneas en el seno del partido— debe ser enfrentado con métodos y estilos adecuados.
Acerca de la complejidad del momento político
La circunstancia venezolana resume una complejidad nada fácil de ser abordada. Aun desde la perspectiva científica, se demanda de un gran rigor para atender de manera esencial la compleja realidad venezolana. Requiere el momento actual de mucha profundidad en el análisis, mayor exigencia aún en las definiciones políticas ajustadas a la perspectivas revolucionarias, de la táctica, de las maniobras y de los acuerdos y compromisos. Tal complejidad —sin contar con claridad teórica y fortaleza ideológica— puede conducir a desmoralización, escepticismo y al quiebre de espíritus antes indoblegables en circunstancias diferentes.
Una de las pruebas de lo antes dicho es la posición de muchos partidos que se inscriben en corrientes marxista-leninistas, de izquierda o progresistas, que se dejaron confundir por la fraseología de marras. Estos sectores se sintieron subyugados por la mera palabra, muchas veces altisonante y vulgar, pero que despierta —¿o adormece?— conciencias soñadoras. Que entusiasma. Lo que expresa tremendas limitaciones teóricas, políticas e ideológicas. Poca madurez en cualquier caso, como para impedir ser presa de la palabrería chavista. Si bien no es exactamente el caso que nos ocupa, forma parte del escenario que se crea a escala internacional, lo que en buena medida ha aislado al partido del movimiento comunista internacional, tanto el vetusto como el de nuevos aires, y del campo de la izquierda y el progresismo. Eso debilita las reservas estratégicas del partido y la revolución venezolana y alimenta la complejidad actual y la adversidad ante las que muchos se doblegan.
La complejidad encuentra en los altos precios del petróleo a escala mundial un elemento que permite que el régimen cuente con los recursos suficientes como para afianzarse y siembra aún más la derrota en los espíritus débiles que en circunstancias determinadas no pueden actuar de manera ética desde la perspectiva de los comunistas. Esto es, no pueden ubicar los intereses generales por encima de los fines particulares, subalternos y personales, y prefieren buscar el peculio para el sustento, sin despreciar un eventual uso de una “cuota de poder”.
En definitiva, la complejidad de la circunstancia venezolana en general conduce a que mucha gente caiga en el escepticismo, y a que se quiebren espíritus débiles, algunos incluso terminan por postrarse frente a la perspectiva que brinda el régimen. Además, mientras los revolucionarios perseveramos y mantenemos firmes las ideas y la perspectiva de cambio de las relaciones sociales de producción, en fin de la revolución —aun cuando en el tránsito debamos asumir tácticas controversiales—, otros buscan una salida deshonrosa a una vida política signada por la derrota, lo que no anula la perspectiva de victoria revolucionaria. Más cuando el partido ha sido protagonista de episodios que nos han colocado cerca del poder político. Nos hemos negado a disfrutar de las mieles del poder burgués en cualquiera de sus expresiones, mucho más durante este régimen que en nombre del socialismo apuntala como nunca la circunstancia dependiente venezolana del imperialismo mundial y de la oligarquía financiera, mientras afianza el papel del país en la división internacional del trabajo, condenando nuestra economía y su futuro al triste papel de proveedor de las materias primas que demanda el gran capital y de importador de todo lo demás. Si hemos formado parte de la estructura del poder burgués, repetimos, en cualquiera de sus expresiones, siempre ha estado guiada por la perspectiva de cambio revolucionario. Recordemos que el poder burgués es una totalidad, síntesis de muchas instituciones que van desde aquellas que crean y reproducen las condiciones objetivas para la reproducción de las relaciones capitalistas, hasta aquellas que se expresan en una diversidad de órganos legislativos y deliberantes.
Relajamiento de la lucha ideológica y laxitud en la realización
del centralismo democrático
La lucha política —y dentro de ella la política de alianzas y la unidad impuesta por la circunstancia histórica— ha conducido a dos cuestiones inobjetables. De una parte, al encuentro con sectores políticos que representan de manera clara los intereses de la oligarquía financiera y el imperialismo. Es más, se trata de factores que buscan ser alternativa frente al chavismo, con una que otra variante, claro está. En esencia buscan ser opción para seguir administrando los intereses de la burguesía mientras hacen uso para su interés del botín que representan las riquezas que resume el Estado venezolano. Elemento que no por controversial es evitable, si nos ubicamos en la táctica definida y la perspectiva estratégica revolucionaria. En segundo lugar —luego de definir la política, la táctica, los objetivos—, hemos andado en una dinámica que absorbe buena parte de la vida partidista, de su cotidianidad. Ello nos afecta en dos sentidos: vinculación con maneras de hacer política propias de partidos burgueses, por lo que algo de ello permea la vida partidista; y, en segundo lugar, la penetración de ideas y categorías que las acompañan.
La intensidad en el desarrollo de la política se convierte en una determinación que facilita la morigeración en la formación doctrinaria, así como en los debates teórico e ideológico. La exigencia avasallante de la política ha conducido al descuido de la formación y educación marxista, que hubiese podido facilitar un mejor tratamiento de algunos problemas de cara a toda la militancia, que formaban parte de las posiciones expresadas en el discurso que enarboló la fracción en una que otra oportunidad, así como en su práctica concreta. Hemos de reconocer que el partido supo atender buena parte de estos asuntos en la realización de la Conferencia Nacional Ideológica (2009) cuyos frutos son inobjetables y fue escenario para combatir posiciones que esgrimieron quienes luego blandirían lanzas contra la vida del partido. Pero ello no obsta para que lleguemos a la conclusión de que la situación política nos ha colocado en un permanente trajinar que nos lleva a descuidar aspectos formativos fundamentales.
A esto hay que sumar que el despotismo chavista, al encontrar en el revisionismo su complemento —lo que ha conducido a la configuración de un régimen concreto, y por ende a una superestructura en correspondencia—, ha sembrado un elevado grado de confusión, de lo cual no ha escapado el partido. En la primera etapa, y aun en los últimos desarrollos, cuestiones fundamentales del revisionismo en general —y del revisionismo de izquierda en particular— se han entronizado de manera tal que conducen a alguna gente a articular resentimientos y oportunismo para levantar discursos que se van aproximando a la negación de la política de unidad y alianzas del momento, de los objetivos tácticos, y que terminan haciéndole el juego al gobierno, atentando contra los acuerdos de la unidad democrática. No extraña que a la postre terminen rendidos ante el régimen y militando en sus filas. Ya de eso hay varios ejemplos.
Sabemos del oportunista que se esconde tras la fraseología “revolucionaria”. También de quien espera el mejor momento para dar el salto. Sin embargo, debemos reconocer que estas circunstancias no han debido afianzar, hasta el nivel alcanzado, el descuido en la formación doctrinaria, base para la lucha ideológica y la comprensión de esta problemática.
Eso sí, encontramos en la búsqueda de acuerdos y convenimientos con quienes a la postre se configuraron como fracción el tratamiento correcto de la problemática, de cara a los métodos y estilos propios de la organización revolucionaria, sin descuidar en ningún momento el combate ideológico.
Su expresión en lo organizativo o la creación de espacios inexpugnables
Los métodos y estilos de dirección de los fraccionalistas repiten, una vez más, lo que es común en todo grupo en que se entroniza el irracionalismo. El espíritu de cuerpo, el trato arbitrario y humillante, el permanente complot en cuestiones de distinto tenor, desde las más nimias hasta las de significación, resumen en buena medida los métodos de los fraccionalistas.
Uno de los rasgos de los métodos y estilos de la fracción fue el de convertir algunos regionales en cotos cerrados, que no podían ser atendidos por la dirección del partido, mucho menos por la Comisión de Organización Nacional. Los asuntos de esos regionales se trataban de manera tal que las cosas quedaban “en casa”. En general, se repite una vez más aquello del sectarismo organizativo, ya realizado en el marco de los procesos de desarrollo de otros grupos fraccionales. Circunstancia que impide la necesaria proyección y sistematización del desarrollo de la política partidista ni una correcta política de formación cuadros, de su desarrollo y promoción.
La asunción de la dirección de un regional o de un local como un espacio propio —con sentido de propiedad sobre él, y sobre los cuadros, militantes, amigos, simpatizantes, colaboradores, e incluso de las relaciones políticas— es una propensión que debemos combatir, sin que ello suponga el relajamiento de la disciplina y los criterios de la organización del partido. De esto ya tenemos mucha experiencia y como un ritornelo aparece de manera recurrente una y otra vez. En esto la fracción en cuestión hizo gala de manera clara.
La política de formación de cuadros, en este contexto, conduce a la promoción de quienes se identifican con los fraccionalistas, tanto en el caso en cuestión como en otros anteriores, de una manera por demás arbitraria a tal punto que sin que exista mayor identificación con la doctrina en la que se sustenta nuestro desarrollo, se les coloca en «posiciones de vanguardia» y jefatura, sin que medie proceso democrático alguno y en detrimento de la promoción de cuadros de quienes sí resumen inclinación teórica y practica con la doctrina revolucionaria hasta el fin. En esto obviamente pesan los criterios pragmáticos de la fracción, que inevitablemente van acompañados de la creación de solidaridades automáticas e irracionales con quienes buscaron y buscan a toda costa destruir al partido. Junto a esto, a la hora de hacerse el partido de algún espacio, se premia a quienes forman parte del séquito del dirigente, de sus adláteres o amigos fieles, quienes, además, comparten las posturas de la secta en cuestión. No se toma en cuenta ni se valora a quien asume posiciones distintas.
La realización de estos métodos y estilos, así como criterios y prácticas sectarias, nos lleva a un momento en el cual se produce la confrontación y la crisis a partir de lo cual la aplicación de correctivos genera aún más controversia. Junto a procedimientos arbitrarios en el tratamiento de diversos asuntos, la fracción hizo y hace gala de la mentira, el chisme, la maledicencia, la vulgarización de los problemas, el desprecio por el trato respetuoso y equilibrado, aunque a la hora de relacionarse con personalidades de connotación parecen ser invadidos por un espíritu melifluo. Asuntos subalternos todos ellos, pero que reflejan algunos de los problemas que hubimos de enfrentar en el trato con estos señores.
Naturaleza de clase de la fracción
Consideramos que este es uno de los asuntos a atender. Si queremos dejar las cosas bien claras, debemos ubicar la naturaleza de este factor cuya perspectiva fenoménica no podemos, por lo pronto, vislumbrar con suficiente claridad, que no sea el de producir el mayor daño posible al partido. Con ello, a su vez, contribuiríamos a que se produzca el deslinde necesario para algunos militantes que no logran distinguir entre las cuestiones sentimentales, de amistad, y la cuestión ideológica y política desde la perspectiva marxista y revolucionaria.
Este es un asunto que causó “ruido” en buena parte del V Congreso: cuando señalamos que se trataba de una agrupación fraccional con componentes lumpen. Con ello no estamos indicando que todos quienes integran la fracción lo sean. Es más, reiteramos que esta fracción es una sumatoria de grupos cuya “unidad” se alcanza por la identidad en torno del pragmatismo, el rechazo a la teoría, al debate teórico, el desprecio por la cultura y los sentimientos nobles que deben guiar a un revolucionario. Pero sobre todo se unifican en torno de la aspiración por controlar la estructura partidista con fines inconfesables.
Sin embargo, el componente lumpen en algunas cuestiones se hace dominante toda vez que alcanza eficacia en relación con objetivos subalternos que se planteó la fracción. El espíritu lumpen, con su carga de resentimientos, es capaz de producir daños de manera artera, sin titubeos y en magnitud desproporcionada. De ello asomaron algunas muestras en relación con decisiones basadas en una mayoría circunstancial en algún organismo, que no tomaba en cuenta nada que obedeciera a la razón revolucionaria como sí a intereses inscritos en lo que ha devenido en un plan para destruir al partido. Pero este espíritu fue fundamental a la hora de realizar “tareas”, bajo la excusa de enfrentar la moral burguesa, que permitieron algunos beneficios nada colectivos.
Estos “pilares” configuran una subjetividad que hizo cuerpo en la vida del partido, en las reuniones del Comité Central, del Comité Político Nacional, en algunos regionales, principalmente en Anzoátegui y Caracas, que hoy día parece tomar cuerpo en una sola dirección: sabotear al partido, su política y su desarrollo.
Ahora bien, el pragmatismo —como indicamos en su oportunidad mediante un escrito presentado al colectivo partidista, enfrentando a quienes encabezan esta fracción— es una ideología que nace de las entrañas del mundo oligárquico, que siembra el concepto y la práctica maquiavélica según la cual para alcanzar determinados objetivos se han de arriar cuestiones de principios y cualquier acción está justificada.
Sin embargo, en el caso que nos ocupa, se trata de un pragmatismo bastante primitivo y con poca eficacia hasta ahora. Quienes lideran este grupo buscaron realizar sus ideas principalmente en una que otra negociación electoral, pero no mostraron mayor eficacia que no sea en la labor fraccional a lo interno del partido. Veamos cómo les va en sus nuevas aventuras, en las que rinden un servicio cierto a favor del gobierno, buscando confundir a la gente que se inclina hacia la oposición y a quienes forman parte de la órbita partidista.
Estas ideas de carácter claramente abyectas se articulan a elementos primitivos, a sentimientos subalternos, que terminaron por crear una mezcla explosiva difícil de ser sorteada, toda vez que, como era de suponer, estuvieron y están inscritas en una perversa irracionalidad. Con ello terminan por convertirse en una traba para el desarrollo de la política del partido y en una fuerza que buscaba llevarnos por el camino de la mercantilización y el pragmatismo. En definitiva, colocar al partido al servicio del mejor postor. A decir de alguno de estos señores, lo importante es “alcanzar cuotas de poder”.
Eso resume su naturaleza de clase. Por no haber tenido ni el talento, ni la cultura para hacerlo, no fueron capaces de elaborar ideas que les permitieran fundamentar diferencias con el partido. Además, nuestra consolidación como vanguardia proletaria encuentra en la consolidación de la teoría revolucionaria su principal arsenal para abrir caminos hacia la revolución venezolana y mucho más para defenderse de quienes intenten desviar el camino trazado. Somos fieles herederos de Marx y Lenin y de todos quienes contribuyeron a forjar la conciencia científica del proletariado, y también somos fieles herederos de quienes con su talento y su acción hasta el sacrificio mayor quedaron en el camino y lo nutren con su ejemplo, sólo igualable en tanto mantengamos en alto las banderas por las cuales lucharon.
El pragmatismo y la ética de la fracción
En el momento en el cual el cuerpo de la fracción era un hecho, produjimos un material acerca del pragmatismo, como indicamos líneas atrás. Somos de la idea de que la práctica de este grupo encuentra en el pragmatismo su sustento. Eso no significa que estos señores hayan estudiado esta perspectiva u otra similar, sólo que la elaboración teórica desde cualquier perspectiva recoge y resume la práctica social en sus múltiples facetas, en sus diversas perspectivas, sin que ello suponga conciencia de quienes la realizan, como es el caso que nos ocupa. Son pragmáticos por instinto, por naturaleza, por haber perdido el rumbo revolucionario.
No se trata de “inventarle teorías a la fracción”. Es más, una de las cuestiones de las que estamos convencidos es que el primitivismo de esta gente no les da como para que puedan formular una teoría concreta en relación con nada. Pueden existir ideas que les permiten antes justificar algunas prácticas totalmente alejadas de la conducta revolucionaria. Pero de allí a hacernos la idea de que este grupo pueda tener alguna teoría de algo hay una gran distancia. Ahora bien, eso no significa que no existan bases ideológicas que expresan claramente su orientación.
Existen claras evidencias de que la fracción está liderada por personas que, a todas luces, han perdido la perspectiva y han incurrido en cuestiones ajenas a la moral y conducta revolucionarias. Hacerse de recursos para beneficio personal, bajo el argumento del desconocimiento y desprecio de la legalidad burguesa, hacer pactos y negociaciones con el gobierno, recurrir a órganos del Estado para dirimir asuntos del partido luego de haber violado abiertamente su legalidad, entre otros aspectos, corroboran esta afirmación. Incluso algunos de estos sujetos —bajo el argumento de la “conducta revolucionaria” que confronta la moral burguesa— ejecutaron expropiaciones para ser “más eficientes en la labor política”, cuando en verdad era una mascarada para tapar la descomposición alcanzada.
La experiencia y los correctivos
El afianzamiento de la lucha ideológica desde la perspectiva marxista es el primer elemento a reivindicar en estos casos para su atención. Esto es, se trata de problemas naturales en el partido revolucionario que sustenta su accionar en la teoría marxista. Comprender estos asuntos despojados de pensamientos subalternos requiere hacer uso del arsenal que nos brinda el marxismo-leninismo. No sólo se trata de la cuestión teórica, también es necesario ubicar la experiencia histórica. El movimiento comunista desde su aparición ha sufrido innumerables experiencias que recuerdan la que hoy vive el partido. No es de extrañar por tanto que este tipo de cosas suceda. Esa experiencia nos indica que la atención de estos asuntos debe basarse en la lucha ideológica y el afianzamiento de la posición de clase del partido. Cuestiones administrativas, sancionatorias, entre otros procedimientos formales, no resuelven la esencia del asunto, sobre todo en la atención de sus secuelas luego de producido el deslinde.
Los correctos métodos y estilos en el enfrentamiento de este tipo de circunstancias deben seguir prevaleciendo. Por ejemplo, la persuasión para atender algunas confusiones que puedan presentarse en uno que otro militante o cuadro del partido. Pero siempre con la firmeza en los criterios partidistas y sin descuidar la lucha ideológica desde la perspectiva marxista. Puede darse el hecho de que, al no haber en algún colectivo partidista el arraigo de rigor de la conciencia marxista, del materialismo dialéctico, las categorías y la lógica capitalistas conduzcan a generar confusión. De allí la importancia de la necesaria profundización desde la perspectiva marxista en la atención del problema.
En algunos espacios del partido sigue prevaleciendo cierto desprecio por la cuestión teórica expresado, a propósito de la cuestión fraccional, en el hecho de que no se sacan conclusiones esenciales al respecto. Por el contrario, se argumenta en contra de ubicar alguna cuestión de carácter ideológico, político, mucho menos filosófico. Pero sucede que la práctica política refleja estados y niveles de conciencia concretos. Luego ¿cómo atender cosas de este tipo sin ubicar estos aspectos? Por ello no es de extrañar que algunos afirmen que debe buscarse una relación con la fracción y una eventual reinserción de algunos de ellos al partido.
Ahora, bien, la atención de este asunto correctamente supone ubicar en primera instancia las ideas que guían y orientan a este grupo fraccional. Existe conciencia en el colectivo partidista de que se trata de un grupo unificado en torno del oportunismo y el pragmatismo, la desmoralización y el revanchismo, sin embargo, estas cuestiones deben ubicarse de la manera más especifica posible en los diversos espacios del partido, en nuestras organizaciones, sin que ellos suponga una eexie de cacería de brujas pero desarrollando el combate a sus manifestaciones en retirada. De otra parte, posiciones que se reproducen a partir precisamente de ideas primitivas en torno de la revolución, el partido y la política, y más en términos generales en torno del marxismo, deben ser combatidas con base en el debate la y la profundización de la educación doctrinaria.
De otra parte, hay que profundizar en torno de la materialización de toda subjetividad y de su se realización mediante personalidades concretas. Entendemos aquello de atacar la enfermedad y no al enfermo. Sólo que existe una relación dialéctica entre estas categorías que debemos atender. A fin de cuentas, la responsabilidad en la realización de la ideas es de personas concretas. Lo contrario se inscribe en el idealismo en general, y en el idealismo hegeliano en particular. Recordemos el concepto según el cual la idea absoluta prende en la conciencia de determinadas personalidades y se convierte en fuerza material, por lo que los hombres son presa de ella, de su desarrollo, de su objetivación. Por el contrario, desde la perspectiva marxista, los hombres expresan las ideas, posiciones políticas, o cualquier forma de expresión práctica como resultado de las condiciones de reproducción de la sociedad. Del papel que se ocupa en esas condiciones, de los intereses de clase que se asumen. Más en términos generales, el ser social,no la idea absoluta, determina las formas de conciencia. En concreto, cada circunstancia histórica determina su personalidad. Determina el papel que se va a jugar en la dinámica de la lucha de clases en cualquiera de sus expresiones a partir de la posición que se asuma en cuanto a los intereses con los cuales cada quien se identifica. Así, los juicios terminan siendo tanto respecto de las ideas como de quienes las realizan en la práctica política. Más cuando se trata de cuadros dirigentes del partido, al menos los principales, que realizaron un largo trayecto en nuestras filas, pero que terminan por expresar ideas ajenas al marxismo, desprecian la teoría y dan muestras claras de descomposición ética y moral que los lleva extremos imposibles de ser aceptados por un partido comunista. No se trata de retaliación ni de venganza. Se trata de un asunto que alude cuestiones esenciales de la vida revolucionaria. De la ética. De las definiciones fundantes del partido marxista-leninista. De su transgresión y del peligro en el cual se coloca al partido por la entronización en un sector nada despreciable de la dirección de ideas y prácticas que encuentran en el pragmatismo más rampante su sustento general. Esas cosas deben ser sancionadas. El solo hecho de haber colocado en peligro la vida del partido es suficiente elemento como para sancionar a este grupo. No reducimos esto a la sanción disciplinaria. Más que eso, nos referimos a su sanción en el sentido ideológico, político e histórico. Sirvan estas líneas para dejar sentada una posición desde la óptica de quien defiende al partido de manera radical.
Por último, estas consideraciones, suficientes para ubicar lo esencial de la fracción, son base para concluir en que a estas alturas no cabe ninguna expresión romántica —una nominación un tanto ingenua a quienes esto plantean— que busque una posible reconciliación o intento por acercar a esta gente al partido. Incluso dejando a un lado aspectos que resultan aún más bochornosos en el terreno de la ética comunista, los indicados son suficiente argumento como para deslindar radicalmente de quienes integran este grupo. Y es que no estamos frente a revolucionario alguno. Estamos frente a gente descompuesta que se coloca al margen de la revolución. Se trata de políticos que se han venido deslizando a posturas que favorecen al régimen, y algunos se han convertido en sus agentes abiertos o encubiertos. Podremos encontrarlos en algún momento en cualquier escenario político en el cual se debatan cuestiones unitarias a distinta escala y nivel, de eso tenemos esta larga experiencia de convivencia unitaria con gente que nada tiene que ver con el partido desde el punto de vista de clase, ideológico o doctrinario. Mientras, el partido se depura de gente, más que inestable, descompuesta y en camino de saltar abiertamente al campo de quienes prefirieron las dádivas del momento que mantener la conducta vertical de los comunistas.
Un nuevo tropiezo, pero Bandera Roja seguirá su camino arraigando firmemente su misión histórica por construir la nueva sociedad, nuevas relaciones sociales de producción sustentadas en un nuevo poder, el poder de las asambleas, el poder del pueblo, manteniendo siempre su condición de vanguardia.
Carlos Hermoso
Caracas, 4 de julio de 2013
[1] En justicia y honor a la verdad histórica, debe quedar claro que Ernesto Virla no formó grupo fraccional alguno. Se fuerza la ruptura motivado a que se hicieron públicas las diferencias políticas que tenía Ernesto con el partido. Aparte de lo cual, con Virla se mantuvo un amplio debate que abarcó distintos asuntos de la táctica, la estrategia, entre otros aspectos de la lucha revolucionaria y de la vida del partido. Distantes la majestad de esta polémica con quienes apenas han esbozado ambiciones primitivas.