En contraste con otras disciplinas de las ciencias, como la física, la matemática y la biología, la química es la única ciencia «fundamental» que tiene una industria específica que se le atribuye. La química, como disciplina, ha tenido una importante contribución a la riqueza, la prosperidad y la salud de la especie humana. Durante los últimos 5.000 años es la química, más que cualquier otra disciplina, la que ha hecho a nuestra civilización posible. Los descubrimientos químicos han llevado a las revoluciones tecnológicas -desde la Edad de Piedra, pasando por las de Bronce y Hierro- hasta el acero, plástico, petróleo, silicio, ADN y, más recientemente, el grafeno.
Las primeras civilizaciones aprendieron a extraer metales simples y procesarlos, lo que proporcionó una ventaja militar, y a largo plazo superioridad económica. Del mismo modo, las civilizaciones que desarrollaron la pólvora ganaron ascendencia en el mundo. Los materiales como el cemento, mortero y hormigón, vidrio y plástico han dado lugar a su vez a un aumento de la urbanización. La revolución industrial fue posible gracias a las rápidas mejoras en la comprensión de la termodinámica de la combustión de los combustibles fósiles, y esto originó que las potencias globales fueran capaces de poner en práctica estas innovaciones a escala industrial.
La larga historia de la química a menudo lleva a la gente a subestimar su fuerza actual, tanto como disciplina científica como su capacidad para la manufactura. Para 2014 la industria química contribuyó al 4,9% del PIB mundial y el sector tuvo ingresos brutos por 5,2 millardos de dólares. Eso correspondió a 800$ por cada hombre, mujer y niño del planeta. Durante el siglo XXI, la química seguirá definiendo las direcciones del cambio tecnológico. Por ejemplo, la investigación y el desarrollo en química contribuirán a la energía LED eficiente, celdas solares, baterías para vehículos eléctricos, tecnología de desalinización del agua, biodiagnóstico, materiales avanzados para la ropa, tecnología aeroespacial, agricultura y medicina.
El futuro de la química es alentador y es hora de reconocer públicamente el hecho de que, en un país donde se pueden encontrar la casi la totalidad de los 92 elementos químicos, Venezuela puede ofrecer una prosperidad económica sostenible. Sin embargo, la enseñanza de la química, que debería relacionarse de forma más estrecha tanto con la investigación como con la industria, está desvinculada de ellas. Mirando al futuro podríamos preguntarnos, ¿Podrá nuestra industria, nuestros investigadores y universidades alcanzar en los próximos años un nivel adecuado de calidad? La respuesta es negativa si continuamos como hasta ahora, y positiva si logramos conjuntar una serie de cambios.
Para el cambio, se requieren de estrategias a largo plazo y un enfoque nacional para mantenerlo. Se necesita un gran esfuerzo en varios frentes. En primer lugar, es evidente que todos los procesos de fabricación tienen que prestar atención a los residuos y al reciclaje. El desarrollo de novedosos sistemas de manufactura aumentará la vida útil de las materias primas y minimizará el impacto ambiental. Métodos químicos propios que permitan, por ejemplo, explotar el Arco Minero (Estado Bolívar) minimizando el daño (a la ecología, a las etnias, cuerpos de agua, etc.) o nuevas técnicas para el reciclado y reuso de plásticos, polímeros y caucho, que puedan abrir nuevos mercados. En segundo lugar, los investigadores venezolanos necesitan conectarse mejor con la industria, y la industria, a su vez necesita invertir más de sus ingresos en I + D, que sigue siendo muy baja respecto a los estándares mundiales. En tercer lugar, necesitamos estrategias nacionales para ayudar a las industrias nacientes.
A la industria química nacional (integrada por más de 460 empresas) no le ha interesado generar tecnología propia, por lo que cada vez se depende más de la innovación extranjera; peor aún, el Gobierno hace poco para cambiar esta situación. Mientras que el 40% de las empresas en muchos países tienen interacciones con las universidades, solo el 4% de las empresas venezolanas reportan dichos enlaces. Venezuela puede hacer mucho más en la explotación de su fuerte base de investigación. La comunidad química debe trabajar unida de manera más eficaz para crear una «cadena de valor agregado» genuina. Las empresas de base química rentables crean puestos de trabajo de calidad, que a su vez atraen a los estudiantes a permanecer en labores de Ciencia y Tecnología.
Entre 2011 y 2015 la caída de los precios de los productos energéticos experimentó un desplome del 24%, los metales un 21% y los productos agrícolas un 10%. Este panorama entreabre la puerta a una salida clásica para las crisis: las exportaciones. Hay desafíos a mediano plazo como hacer un cambio estructural para producir manufacturas con más valor agregado, donde la ciencia y la tecnología química deben contribuir a una mayor competitividad del país y a un mayor bienestar social de la población. Por ello Venezuela debe empeñarse en la producción de bienes capaces de satisfacer las necesidades nacionales, y la exportación.