Comunicación sin evidencia científica

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Hace poco tiempo, la profesora de farmacología Susan Greenfield (Oxford), anunció que los juegos de computadora podrían causar demencia en los niños. Este comentario sería muy preocupante para la comunidad científica, pero fue dicho durante un discurso y no en una conferencia académica. La misma profesora, hace unos meses atrás, vinculó el uso del Internet con el aumento en los diagnósticos de autismo y luego se contradijo cuando las organizaciones de autismo y un profesor de psicología de Oxford, expresaron su preocupación. Pero realmente me causa más inquietud que alguien se haga eco sobre las afirmaciones de la profesora Greenfield.

A partir de esto tengo una humilde pregunta: ¿por qué, en tantos años de aparecer en los medios de comunicación planteando estas graves preocupaciones, nunca ha publicado sus afirmaciones en un documento académico?

Un científico con inquietudes persistentes sobre un riesgo serio y generalizado normalmente expondría sus preocupaciones con claridad, a otros científicos, en un documento académico y por una razón simple: la ciencia tiene autoridad, no por las batas blancas o los títulos, sino por la precisión y la transparencia.

Usted explica su teoría, expone su evidencia y hace referencia a los estudios que respaldan su caso. Otros científicos pueden leerlo, ver si usted ha presentado concienzudamente la evidencia y decidir si los métodos de los artículos que ha citado realmente reproducen resultados que apoyen de manera significativa la hipótesis.

Un artículo científico es el lugar para describir claramente los vacíos en nuestro conocimiento y definir nuevos experimentos que podrían resolver estas incertidumbres. Pero el valor de una publicación científica va más allá de este simple beneficio, de toda la información relevante que aparece, inequívocamente, en un solo lugar. También es una forma de comunicar sus ideas a los colegas científicos e invitarlos a expresar una opinión informada.

Pero no me refiero a la revisión por pares, el sistema «menos malo» establecido para decidir si vale la pena publicar un artículo, donde otros académicos deciden si es preciso, novedoso, etc. Esto a menudo se representa como algún tipo de sistema policial para la verdad, pero en algunos casos se escapan y publican algunas tonterías espantosas como esta: “las personas que beben hasta siete tazas de café al día pueden reducir significativamente la depresión”.

No quiero ahondar sobre este estudio en específico, pero basta con decir que fue una buena pieza de trabajo observacional y sobreinterpretada por algunos. Las personas que beben mucho café pueden ser diferentes a las personas que no beben café en todo tipo de formas interesantes y cualquier relación aparente entre beber café y tener un menor riesgo de depresión podría deberse a muchos otros factores. Tal vez las personas ansiosas evitan el café y tienen más depresión. ¿Quién sabe?

Así que algunos trabajos pueden aparecer publicados en la literatura profesional donde los lectores académicos están entrenados para evaluar críticamente un caso científico y hacer su propio juicio. Y es esta segunda etapa de revisión por sus pares, después de la publicación, lo que es tan importante en la ciencia. Si hay fallas, las respuestas se pueden escribir, como cartas o incluso documentos completamente nuevos. Si hay mérito en su trabajo, se desencadenarán nuevas ideas e investigaciones.

Ese es el verdadero proceso de la ciencia. Si un investigador elude a sus colegas científicos y opta por llevar un tema académico aparentemente aterrador (ejemplo, relación internet y autismo) directamente al público, entonces esa es una decisión deliberada que no debe pasar desapercibida por la comunidad científica.

El público puede encontrar un tema atractivo, pero es posible que no pueda juzgar los méritos técnicos. Podría estar equivocado, pero debemos exigir que se hagan más y mejores ensayos académicos.

Fotografía: news.com.au

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Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.

 

 

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