Si todas las verdades son iguales, ¿a quién le importa lo que la ciencia tiene que decir? El pensamiento posmodernista ha sido usado para atacar la visión científica del mundo y socavar las verdades irrefutables. Una tendencia inquietante que nos ha pasado desapercibida a la mayoría de los científicos. Las dudas posmodernistas acerca de la objetividad y la neutralidad de la ciencia surgieron a mediados del siglo XX, en los libros de Michael Polanyi, Personal Knowledge y Thomas Kuhn, La Estructura de las Revoluciones Científicas.
El método científico ha sido nuestra guía para investigar los fenómenos naturales, pero el pensamiento posmodernista está empezando a amenazar este fundamento. La visión racional del mundo ha sido cuidadosamente construida a lo largo de los siglos para garantizar que la investigación pueda tener acceso a la realidad objetiva: el mundo, para la ciencia, contiene objetos reales y está gobernado por leyes físicas que existían aún antes de nuestro conocimiento de estos objetos y leyes. La ciencia trata de describir el mundo independientemente de la creencia buscando verdades universales, sobre la base de la observación, la medición y la experimentación.
La escuela posmodernista de pensamiento ha cuestionado la validez de las afirmaciones de la verdad científica. Si no hay una verdad universal, como afirma la filosofía posmoderna, cada grupo social o político debe tener el derecho a la realidad que mejor les convenga. ¿Cuáles son, entonces, las consecuencias de aplicar el pensamiento posmodernista cuando se trata de ciencia? Un ejemplo, del impacto posmodernista, es la idea de que los organismos genéticamente modificados son perjudiciales para el ambiente y los seres humanos, que surgió principalmente de la oposición a la biotecnología por parte de grupos de agricultores y ambientalistas.
Estos agricultores, se sintieron amenazados por la globalización y temían que la tecnología y la investigación científica pudieran aumentar el poder empresarial en detrimento de ellos. Si bien los grupos ambientalistas plantearon inicialmente preocupaciones sensibles sobre posibles daños ambientales, pronto cambiaron a una posición ideológica de oposición, ya que la ciencia demostró que tales riesgos eran a menudo insignificantes. Dada la falta de evidencia científica para apoyar los supuestos efectos sobre la salud o el ambiente, pasaron a atacar a las autoridades científicas socavando su credibilidad y la honestidad de sus expertos, cerrando filas junto a los posmodernos, sobre el método científico y su universalidad.
En el marco postmoderno, estas afirmaciones políticamente construidas sobre los peligros de los transgénicos tienen tanta “verdad” como la evaluación de los riesgos basados en la ciencia. Es tan así, que las encuestas de opinión indican que después de 20 años de debate, la mayoría -74%- piensa que los cultivos transgénicos son peligrosos. Razón por la cual la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) se ha convertido en objeto de ataques, con el fin impedir que los Estados miembros de la Unión Europea puedan llegar a un consenso sobre los cultivos transgénicos.
Así, los activistas antitransgénicos están siguiendo la «última estrategia» de Schopenhauer: ¡descalifique a su contrincante! En este contexto, algunos discursos posmodernos han tratado de socavar la evaluación de riesgos basada en la ciencia, acusándola de llevar “un falso manto de objetividad, único e irrefutable”. De esto se desprende que si la ciencia no es objetiva y sus verdades están fuertemente influenciadas por las opiniones de los científicos, entonces las conclusiones científicas son simplemente un «cuadre» de la verdad por un grupo de personas con presupuestos compartidos, que puede ser contrarrestado por cualquier grupo de personas con su propia “verdad”.
De manera más insidiosa, tal pensamiento puede convencer a las autoridades políticas de abandonar la rígida división existente entre el conocimiento científico y el no científico, abriendo así la puerta a lo que se llaman las políticas “participativas”. Sin embargo, si estas políticas «participativas» y la intervención de las partes interesadas pueden considerarse pertinentes y legítimas en el ámbito de la toma de decisiones, no pueden ni deben interferir en lo que son en última instancia cuestiones científicas.
De ahí el peligro de un acercamiento posmoderno a la ciencia, que intenta incluir todos los puntos de vista como igualmente válidos, pues retarda o impide la muy necesaria investigación científica. Por supuesto, este enfoque posmoderno, que eleva el valor de las opiniones «independientes» al mismo nivel que las científicas, suele justificarse por la aparentemente razonable necesidad política y democrática de la expresión plural de las opiniones. De hecho, algunos políticos abiertamente apoyan a los activistas contra la tecnología en nombre de la democracia y la libertad de expresión.
En realidad, sólo existe una ciencia, definida por la aplicación del método científico de manera objetiva e imparcial. La ciencia posmoderna es anti-ciencia en muchos aspectos. Algunos posmodernistas alegan que la ciencia no es realmente conocimiento. En cambio, hablan en términos de la teoría del caos, lo imprevisible, la indeterminación, o incertidumbre de la evolución, etc.
A diferencia de la ciencia regular, la “ciencia paralela” (o posmoderna) sirve a objetivos políticos y se describe a sí misma con términos positivos como la ciencia para la sociedad, la ciencia “responsable”, “independiente” y “ciudadana”. Esta forma de asalto posmodernista a la ciencia nos ha sido difícil de entender para muchos científicos, porque viene disfrazada de democracia, libertad de expresión y derecho de opinar. Su objetivo es sustituir a los científicos, por “expertos” simpatizantes de una causa.
Los métodos empleados en las ciencias han producido explicaciones poderosas acerca de cómo funcionan las cosas e innumerables aplicaciones útiles, incluyendo tecnología sin la que hasta sus más acérrimos críticos no podrían vivir. Ciertamente, los posmodernistas utilizan todas las conveniencias que proporcionan la ciencia y la tecnología moderna, pero al mismo tiempo, niegan las premisas fundamentales sobre las que está establecida la ciencia. Esto revela las contradicciones dentro de la cosmovisión posmodernista y la muestra poco confiable.
Si todas las ideas tienen igual validez, estamos perdidos, porque entonces, me parece, ninguna idea tiene validez en lo absoluto. Carl Sagan