El fin de la ciencia

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Hace veinte años, se afirmó que la ciencia, la búsqueda por comprender el universo y nuestro lugar en él, estaba por desaparecer. Los científicos no producirán revelaciones tan sorprendentes como la selección natural, el código genético, la mecánica cuántica, la relatividad o la teoría del Big Bang. Solo seguiría extendiéndose, depurándose y en la aplicación de sus conocimientos, pero no descubrirían nada que obligara a revisiones radicales de nuestros mapas actuales de la realidad. Ni podrían resolver los enigmas más profundos de la existencia. ¿Por qué hay algo en vez de nada? ¿Cómo comenzó la vida en la Tierra?

Desde que John Horgan publicó en 1996, El Fin de la Ciencia, la ciencia no ha logrado que se contradiga tal sombrío pronóstico. Tomemos la física como ejemplo. El descubrimiento del bosón de Higgs y las ondas gravitacionales confirman los paradigmas fundamentales de la mecánica cuántica y la relatividad general. Brillantes logros, sin duda, pero que no alteran fundamentalmente nuestra visión del universo.

A la biología le ha ido mejor en los últimos años, generando un sinnúmero de avances, en la clonación y el Proyecto del Genoma Humano. Pero todos encajan perfectamente en el marco de la genética basados en el ADN y el neodarwinismo. No hay nada aquí revelador.

De todos los campos, la neurociencia tiene el mayor potencial de descubrimientos que podrían poner nuestro mundo al revés. Imagínese si los investigadores demostraran de forma concluyente que las bacterias o los iPhones son conscientes, o tienen libre albedrío. Eso sería cambiar las cosas.

Los descubrimientos científicos tienen trascendencia en la medida que alteran el tejido de creencias y representaciones humanas. Ahora que el mundo está colmado de Ciencia, descubrir el fin de la ciencia nos lleva a una situación desconocida. ¿Podríamos entonces aceptar la tesis del fin de la ciencia? Las implicaciones de esta tesis son significativas y su análisis contribuye a hacer más lúcida la época que nos tocó vivir.

La mayoría de los colegas la rechaza vehementemente y con Bruno Latour responden: “no hay ni fin de la ciencia, ni fin de la historia, y que no lo habrá nunca”.

Aún cuando eventualmente se alcanzara el “final”, ello no significaría la desaparición de la ciencia ni de la investigación básica. La propuesta de John Horgan de que las ciencias puras estén llegando a su fin, análoga a la que hace Francis Fukuyama en El Fin de la Historia, es muy prematura, pues aún quedan misterios por resolver.

Así, la ciencia nunca podrá terminarse pues para cada respuesta que se obtenga, siempre surgirá otra pregunta. Todo indica que las revoluciones científicas no han terminado y que la ciencia continuará existiendo mientras el ser humano tenga curiosidad e imaginación. Por ahora, el fin de la ciencia nos parece lejano.

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