Si le parece que ha habido más y más brotes de enfermedades virales extrañas en los últimos años, está en lo correcto. A menudo leemos sobre las consecuencias de la globalización como una mayor frecuencia de pandemias, además del K-pop (Gangnam Style), el Brexit o la presidencia de Nicolás Maduro.
Nadie sabe cuándo ni dónde ocurrirá la próxima plaga, o si será natural o un ataque terrorista. ¡Pero viene! La próxima plaga puede ser un agente infeccioso recién descubierto o una mutación natural que produzca una nueva versión de un viejo microbio, o un microbio que, habiéndose vuelto resistente a los antibióticos, se propague rápidamente. Incluso puede escapar de un laboratorio.
En los últimos 40 años, los científicos han identificado un desfile constante de nuevos agentes infecciosos, principalmente virales. Esa experiencia sugiere una mayor probabilidad de que la próxima plaga sea causada por un virus en lugar de una bacteria. Los microbios cambian implacablemente sus genes para escapar de las defensas inmunes humanas e infectar a las personas.
A medida que la población humana crece, el desarrollo industrial se expande y el cambio climático modifica los patrones en las infecciones y sus huéspedes, nuevos patógenos están invadiendo y cada vez que uno lo hace, está claro que no estamos preparados. Y surgen otros motivos, incluido el aumento de los viajes a lugares exóticos y el crecimiento de la población en áreas escasamente habitadas, que albergan microbios que pocas personas han enfrentado.
Es así que la Organización Mundial de la Salud enfrentó el SARS (síndrome respiratorio agudo y grave) con fuertes medidas de control de infecciones, restricciones de viaje y cuarentenas. Las medidas detuvieron al virus después de causar 8.098 casos, incluidas 774 muertes, este año. No hay forma de saber si el SARS se convertirá en una plaga este año, o una epidemia de gripe, o si surgirá algo totalmente inesperado.
Los científicos durante décadas han predicho la aparición de una pandemia de influenza similar a la que mató a 40 millones de personas entre 1918 y 1919, hasta la fecha se han producido dos pandemias mucho más pequeñas: la gripe asiática en 1957 y la gripe de Hong Kong en 1968. Una nueva pandemia de gripe en humanos es inevitable. Si algo mata a más de 10 millones de personas en las próximas décadas, es muy probable que sea un virus altamente infeccioso. Ya la humanidad lo sufrió en 1918, cuando un virus de la gripe H1N1 arrasó el mundo, matando a más de 50 millones de personas. Para llegar a una cifra como esta, se necesitaría una gran cantidad de meteoritos, volcanes o terremotos.
Entonces, ¿qué hacer? Jonathan Quick, miembro de la Organización Mundial de la Salud, ha escrito un libro sobre la mejor forma de enfrentar estas amenazas. Después de todo, los brotes de patógenos nuevos no dejarán de suceder ya que son parte de la ecología humana. En The end of epidemics, Quick y el coautor Bronwyn Fryer detallan las siete cosas más importantes que necesitamos para evitar que esos brotes se conviertan en epidemias, es una impresionante “lista de deseos”.
En la parte superior se habla de un liderazgo urgente y agresivo en la aplicación de medidas en salud pública.
Luego está el desarrollo de sólidos sistemas nacionales de salud para detectar y atacar nuevas enfermedades.Los programas globales para la prevención de enfermedades van desde promover el lavado de manos hasta eliminar los mosquitos. Las buenas comunicaciones entre las autoridades y las personas en riesgo también son vitales, como lo es una mejor investigación y desarrollo en diagnósticos, tratamientos y vacunas. También debe existir una presión social para obligar a los gobiernos a que inviertan más en políticas que permitan enfrentar estas epidemias. Finalmente, por supuesto, necesitamos mucho más dinero e inversión.
Pocos expertos en enfermedades estarían en desacuerdo con que necesitamos todo lo anterior. Los autores brindan historias de éxito de cuando estaban presentes algunos elementos de la lista de deseos: El liderazgo que desterró la viruela y el SARS, la investigación científica que condujo a una vacuna eficaz contra el ébola o el tratamiento del VIH. Y recuerda lo mal que pueden ir las cosas cuando no se tomó en consideración, especialmente durante la epidemia de ébola en el África Occidental en 2014.
Pero, ¿cómo nos aseguramos que la lista se cumpla? Por ejemplo, si en los países pobres, como el nuestro, que albergan muchos patógenos preocupantes, se pudieran recaudar 15% de su PIB -en lugar de perder tanto dinero en paraísos fiscales– y usarlo en asistencia sanitaria, tendríamos ciudadanos sanos y seríamos más capaces de detectar y detener la próxima pandemia. Pero los funcionarios de salud han indicado que Venezuela y muchas otras naciones están mal preparadas para lidiar con amenazas como la gripe, debido a la falta de camas de hospital y a la incapacidad del sistema de salud para manejar un repentino brote.
A pesar de los importantes avances en inmunología y microbiología, los países pobres estamos rezagados en el desarrollo de vacunas.
Pero más que cualquier tecnología, lo que el mundo necesita es cooperación, incluso las mejores herramientas del mundo no serán suficientes si no contamos también con un sistema efectivo de preparación y respuesta. Venezuela, en particular, puede ver sus éxitos del pasado, en la casi erradicación de la poliomielitis, el sarampión, el paludismo y la iniciativa contra el VIH como hojas de ruta para la preparación. Debemos retomarlo porque nuestras vidas dependen de eso.
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