Un fetiche, antes que nada, es una construcción social. Más allá de los asuntos psicológicos propios de la individualidad y su origen histórico antropológico, el fetichismo supone la asignación de poderes a entidades diversas. Las mitologías y religiones, resumen una enorme diversidad de fetiches. Mientras más se desarrollan las ciencias, este fenómeno tiende a amainar. Sin embargo, en el campo de la política la cosa se nutre. No solo se trata del subjetivismo tan virulento entre los opinadores y gente vinculada al oficio y prácticas adláteres, sino de su exacerbación producto del grado alcanzado en la confrontación política.
El primer fetiche, el que hace desbordar al movimiento de masas, sin dudas, es la Constituyente. La Rebelión no se hizo esperar. El pueblo no compró el engaño. Más que una maniobra política es una salida que busca imponer el chavismo asignando poderes mágicos a este instrumento. Si no cuenta con la fuerza popular de otrora, no saldrá de allí, fetiche inútil. De darse, más que un mecanismo para legitimar la dictadura, será una parodia que exacerbará la rabia de la gente.
Pero del lado de la oposición también hay quienes le asignan una fuerza que no tiene. El fetichismo de la Ley, del llamado estado de derecho, lo extrapolan o lo extienden a la Constituyente. Por eso temen que, de ser aprobada una nueva carta Magna, el chavismo se sostenga en el poder. Ven el 30 de julio como la fecha límite para el cambio, o no.
Eso no supone que plantear la Constituyente no sea una política capaz de atemperar una crisis de gobernabilidad o general como la que vivimos. Pero eso debe ser el resultado de un consenso y aceptación de la mayoría social o, al menos, del sector social más activo en política. Pero no es nuestro caso. Por lo que esperar las bondades del fetiche se asemeja a los cánticos al tótem para que haga llover en medio de la época de sequía.
No puede faltar el anticomunismo. El espectro aquél sigue por allí, ciertamente. Por lo que su combate es permanente. Y, sobre todo, para darle trancazos a una eventualidad que ponga en peligro intereses nobles del capital financiero. No necesariamente una opción comunista, pero sí nacional y popular. Recordemos experiencias como la de Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954, quien apenas encabezó un proceso de reforma agraria y de enfrentamiento a la United Fruits. De allí que le brinden, los anticomunistas, el calificativo en cuestión, a todo aquel que reivindique cosas que atenten contra la necesaria confianza a la inversión extranjera o a ese sentido común que solamente parece favorecer a los ricos de hoy y de siempre. Fetiches por antonomasia de la apologética burguesa como base del futuro.
El fetiche del líder es otro de los más en boga. La figura de Chávez deja una impronta en mucha gente, del chavismo y de quienes lo adversan. Para muchos es la corroboración de que sin líder no hay nada, por eso no rematamos la rebelión. No hay perspectiva alguna. Se ha hecho virulenta esta especie, de lado y lado. Lógico que sea así, cuando la idea de la historia desde la perspectiva subjetiva hace ver que los hechos son el resultado de grandes personalidades que nos guían hacia derroteros discrecionalmente por ellos establecidos. Para nada cuentan los procesos sociales y el papel de las masas.
El fetiche del diálogo, la negociación, con base en el reconocimiento del otro ha tomado mucho cuerpo. Es el más inextricable y muy propio de una intelectualidad que no logra despojarse de la telaraña idealista y metafísica. Se extrapola la teoría de los juegos a la política. Esta teoría, que nace de otro fetichismo, el de la mercancía, pretende romper con la idea smithiana del bien común a partir egoísmo. Próximo a la teoría del costo de oportunidad, el asunto se reduce a una idea pragmática en la decisión u orientación. Propio de la cosificación de las relaciones humanas y la humanización de las relaciones entre las cosas, esto es, del fetichismo de la mercancía, es que se parte de una naturaleza humana metafísica a partir de la cual los acontecimientos están sujetos a una predicción relativa.
Parecen descartar la naturaleza de las contradicciones. Es tan fuerte la idea que anula la contradicción y su carácter, por lo que no logran observar que la crisis general que vive la sociedad venezolana es de tal suerte que solamente la eventual renuncia de Maduro pudiese atemperar momentáneamente la rebelión democrática. Para nada cumplen, quienes así analizan las cosas, con aquello del análisis de las circunstancias objetivas como las cuestiones económicas. O la descomposición ética y moral del chavismo. O el nivel de conciencia de las masas.
La rapiña de las riquezas del suelo y subsuelo al capital financiero, parece no incidir en la rebelión, siempre según esta perspectiva. No aprecian que todo esto conduce inexorablemente a la crisis en desarrollo al hacerse antagónicas las contradicciones económicas por el reparto de la riqueza; las propias de las políticas por el ejercicio del poder y en favor de quiénes; las de la sociedad, entre las grandes mayorías empobrecidas y quienes han usufructuado de las riquezas nacionales y del trabajo hoy y desde siempre.
El fetiche, cualquiera, busca explicar y esconder. En nuestro caso, parecen coaligarse para explicar la crisis general de la sociedad venezolana y esconder el papel de las masas en este proceso histórico. Su protagonismo es inaceptable para muchos. Le temen. Luego, se apela al fetiche. Cualquiera sea y desde diversos intereses políticos. Desde aquellos que reconocen el papel de la participación popular, desde una perspectiva utilitaria, hasta quienes, desde el chavismo y sectores que enarbolan uno u otro fetiche, niegan su capacidad y nivel de conciencia, partiendo de la consideración de que son simples borregos que siguen las pautas del comando sur, del uribismo, del departamento de Estado, entre otros. Pero nunca reconocen que estamos en presencia de un proceso político que avanza cada vez más en cuanto a participación ciudadana, a disposición por mantenerse en pie de lucha contra la tiranía, además que da pasos firmes en la idea de que el futuro debe ser popular y nacional. Por lo que se configura como un movimiento que mete miedo a quienes ven en Venezuela un suculento botín a ser repartido una vez más.
Porque es un torrente popular que para nada aceptará un nuevo engaño. Que no aceptará una salida al estilo griego. Tiene, y mucho, un futuro que puede significar en verdad un nuevo amanecer. Que creará, y lo viene haciendo, su personalidad individual y colectiva. Quienes alcancen liderazgo en este movimiento popular, el más importante en la historia venezolana, serán aquellos que no solamente arriesguen al lado de las masas, sino que deben interpretar la magnitud de sus aspiraciones de bienestar, desarrollo y soberanía.
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