“Al día siguiente [no volvió la luz]. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme, efectos a todas luces justificado…”
Así inicia Las intermitencias de la muerte del premio Nobel de literatura (1998) José Saramago, con la diferencia que su musa fue la muerte y la nuestra, la luz. No volvió al día siguiente, ni al otro, ni al día siguiente del siguiente. Situación que abrió paso a la muerte, para convertir el hecho en uno nunca visto, al menos en la historia reciente de Venezuela por la magnitud en la que lo vivimos desde el jueves 7 de marzo, cuando inició el gran apagón.
Aquel jueves se fue la luz. Esperábamos que volviera a las horas. Quienes nos quedamos sin señal -también- nos acostamos pretendiendo amanecer con la luz. Eso no pasó. Quienes tenían señal, en la noche ya sabían que había sido un apagón nacional y la preocupación aumentó.
En la novela de Saramago, cuando la muerte decide no hacer su trabajo, comienza una crisis inimaginable. Es difícil pensar un día en el que no muera una sola persona. Al escritor portugués se le ocurrió y es una genialidad conocer, desde su perspectiva, qué pasó en un país remoto con ese hecho inaudito. Una crisis total. La creatividad de los empresarios de funerarias y seguros de vida para seguir en el negocio, las familias yendo a la frontera a enterar clandestinamente familiares moribundos que no terminaban de fallecer, la mafia aparece negociando con el Gobierno, cada quien arreglándoselas como podía.
Cuando la oscuridad llegó y pasaron las primeras tres horas, pensé en todas las complicaciones que se generan en un mundo guiado por la tecnología y lo electrónico. Aviones que no podrían aterrizar y otros que no podían despegar. El sufrimiento de la gente hospitalizada, de sus familiares. Bebés recién nacidos en incubadoras. Gente en el Metro, en el tren que no llegó a su destino. Gente que vive al día. Luego, la oscuridad de la noche, la violencia social.
A los dos días pensé en los niños y niñas que lloraban de hambre o de fastidio, que se quejaban, con madres, padres o cuidadores preocupados porque la comida se dañara, porque se acababa el agua potable, aparecía la violencia familiar. Por dónde lo veamos, el hecho generaría caos y violencia.
Yo estuve los 5 días totalmente incomunicada. Me enteré de todo lo que pasó el día que la luz decidió volver y quedarse. La crisis de la que habla Saramago, cuando la muerte desapareció, no tiene nada que envidiarle a la crisis que vivimos los venezolanos… bueno, algo sí. Aquella fue solo la imaginación, la nuestra fue realidad, vaya detalle.
Lo inusitado invita a investigar. Apagones ha habido en distintos países. Sin embargo, este es el único apagón que ha afectado a todo un país y el único que ha durado tanto tiempo. En los casos más emblemáticos, India en 2012 y 2001 y Brasil-Paraguay en 2009 el retorno de la energía se dio a las 15hr, 20hr y 30min respectivamente. Hay experiencias en EEUU/Canadá en conjunto, en Indonesia y también en Italia. En esos casos, el apagón se dio en algunas zonas, en el peor de los casos la mitad del país. Pero nunca el país entero.
Además del tiempo de la oscuridad, las consecuencias que ocasionó el apagón en un país hecho trizas, son incalculables. Aquí, a la par de la reparación eléctrica, había que atender sus implicaciones en el sistema de salud, en la población que está en situación de pobreza extrema, las limitaciones de acceso al agua potable, a alimentos, etc. Hubo pérdidas humanas. En los casos mencionados en otros países no hubo muertes asociadas. En India, el ministro responsable renunció inmediatamente y la investigación la hicieron con un nuevo responsable a cargo. Aquí no hay responsables al parecer, Motta Domínguez siguió allí, Maduro también, ambos por ética debieron renunciar, pero sabemos que esa palabra le es ajena.
Ha sido una crisis dura. Que intensifica la crisis humanitaria compleja que está latente en la vida de los venezolanos. El estado Zulia fue de los más afectados, casualmente es Maracaibo la primera ciudad latinoamericana y venezolana en tener electricidad para 1888 y hoy es la que menos tiene, con unas características climáticas adversas, que generó que fuese el Estado con más situaciones de violencia social y represión.
La velocidad de la luz desapareció y cinco días parecieron semanas, sin teléfonos inteligentes, sin televisión, sin computadora, todo eso que nos acelera la vida y que nos permite estar en tantos sitios a la vez, tener que hacer tantas cosas que las 24 horas del día parecen poco y que de un segundo a otro todo se detenga, que no podamos hacer nada, hizo que sintiéramos que las horas pasaban más lento. Es como estar en el espacio. Uno sintió que flotaba, nada era para ya, no había apuro, todo enlentecido, la noche parecía que duraba mucho más.
A fin de cuentas, cuando todo volvió a la normalidad, la cosa fue tal cual como estar en el espacio, una caída libre constante aunque sintiéramos que flotábamos. Los daños materiales y las pérdidas humanas son irreparables, pero los daños emocionales son incalculables para quienes estábamos en casa, pero más para quienes estaban en la calle, en hospitales, en cárceles. Para quienes fueron saqueados, reprimidos, quienes tuvieron que hacer colas interminables para surtirse de agua. Fue un apagón de luz y de agua. Dos servicios que deben ser prioridad.
El Plan País y el apagón
En el artículo anterior Lo que no aparece en el Plan País, escribí sobre la corrupción como un elemento fundamental para justificar el deterioro del país. Y dije que escribiría dos artículos más analizando el contenido de ese plan. Obviamente la realidad nos supera. No podía dejar de decir lo que he dicho hasta ahora. Pero este episodio terrorífico que vivimos, me permite retomar un asunto medular de esa propuesta.
Para muchos, incluidos quienes diseñaron el Plan País, la solución al drama que vivimos pasa por una política económica fiscal y monetaria, la privatización de las empresas y el reimpulso de la empresa petrolera, ya no solo en manos del Estado, sino con inversión privada. Nos enfocaremos en la privatización.
Plantean la privatización como solución como si lo privado supone necesariamente buen servicio y acceso. Lo plantean como sinónimos: privado y eficiencia. En el documento analizado para conocer la propuesta de la Asamblea Nacional, además de plantear la necesidad sine qua non de endeudarnos, aparece la idea recurrente de privatizar. Por ejemplo, dicen que “las empresas del Estado serán reestructuradas, explorándose mecanismos de transferencia de activos al sector privado” y que “sectores como la electricidad y el servicio de agua potable, serán sometidos a medidas de emergencia que permitan su recuperación, incluso, a través de asociaciones público-privados”. Servicios que fueron protagonistas de nuestros últimos días ante su ausencia y que colocaron la vida de muchos a pender de un hilo, en el plan está planteada su privatización. Son servicios básicos que inciden directamente en el ejercicio de los derechos humanos, la salud, la vida y la educación y son derechos que a su vez determinarán al resto, es complicado pensarlos como servicios privados.
El agua desde 2010 es considerada un DDHH, por tanto, su gestión, administración y acceso deben planificarse con enfoque de derechos. ¿No puede ser que no creamos que hay la capacidad humana de gestionar desde el Estado un servicio eléctrico y de agua potable de calidad y con transparencia?. Yo estoy convencida que sí.
Pensemos por un minuto en la población más marginalizada, esa que Encovi ubica en 48%. Si el servicio eléctrico y de agua son privados y unos meses no lo pudieron pagar, esas familias se quedarán sin el servicio básico. Ya hoy en su mayoría los venezolanos han vivido la ausencia de ambos servicios. Así como pasa cuando no pagas el DirecTV, o no tienes para pagar la renta del celular, así pasará con cualquier servicio que sea privado. Las empresas privadas, aunque brinden un servicio a la población, tienen como fin la acumulación de capital, no son obras de caridad. Si no pagas el servicio, no tienes el servicio.
Si el problema es de gestión y de corrupción, y de no haber logrado el desarrollo de las fuerzas productivas y su diversificación, son estas cosas las que hay que atender. La solución de la crisis no pasa por la privatización, depende de que quienes asuman cargos del poder político lo hagan pensando en administrar los recursos humanos, económicos, energéticos, minerales, pecuarios y acuíferos del país, con un sentido ético, nacional y transparente, de forma tal que la ciudadanía pueda disfrutar todos sus DDHH, vivir con calidad humana y pueda a partir de su esfuerzo y trabajo lograr movilidad social. Para ello es necesario un país productivo, en distintos rubros, no solo en el área petrolera. Pero, un exterminio real a la corrupción es una pieza clave para lograr lo anterior. Que el ejercicio del poder deje de ser la alternativa individual de enriquecimiento para los políticos, sus familiares y amigos, es algo principal a erradicarse. No es la privatización la que nos salvará. (2 de 3).