Rebelión, putch, golpe de Estado e insurrección

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Obligados, debemos decir algunas cosas a propósito del hecho político más trascendente de la semana. Dejamos a la lista de deudas la segunda parte del título adelantado como Cuánto tardaría la reconstrucción. Se trata de un asunto histórico que pudiese seguir la huella dejada desde la revolución burguesa en Francia de 1789 y la insurrección de octubre en Rusia de 1917.

La insurrección

Aquello de que la insurrección es un arte contiene una vieja polémica que enfrenta la posición de quienes creen en la fuerza de las masas, contra el blanquismo, el vanguardismo, el putchismo… procederes políticos que muchas veces se sustentan en el principio del derecho a la rebelión, y cuyo asiento teórico lo encontramos en el período de decadencia del feudalismo. Como vemos, no siempre se apoyan en el movimiento de masas, en la fuerza del pueblo. Tampoco en el principio de la rebelión.

De allí que, si de lo que se trata es de impulsar una insurrección, el asunto debe ser tratado con la delectación del orfebre frente al filigrana. Palpar con la agudeza del caso las determinaciones del momento. Ubicar las cuestiones que no obedecen a la conciencia de nadie. Esto es, que son objetivas: el estado de ánimo de la gente; la descomposición del bloque dominante, entre otras cosas. Y, con base en eso, ir organizando el asunto al ritmo de los acontecimientos y de las aspiraciones de quienes buscan el objetivo.

Eso requiere de talento y convicción. Cultura al respecto. El camino aparentemente más fácil no necesariamente conduce a la victoria. El camino seguro se basa en la confianza en las masas. Pero ciertamente requiere de algunas condiciones. El camino más sencillo, que deja fuera a las masas o las usa como auxiliar o señuelo, no es mayor garantía de triunfo. En 1992 Venezuela se vio sacudida por sendos eventos en los cuales estas cosas fueron debatidas ampliamente.

A propósito de la Comuna de París y la conquista del poder en Francia por parte de los obreros franceses, hubo una amplia participación de las masas trabajadoras, principalmente. Organizadas en comunas, buscaban la construcción de un nuevo poder; de nuevas relaciones sociales de producción. El ejercicio de la democracia directa fue la base de este primer intento de la clase para erigir un nuevo orden, buscando superar el ya vetusto poder de la burguesía en ruinas. Fue la experiencia de la Comuna, el primer intento de tomar el cielo por asalto. Deja una gran experiencia en el movimiento obrero a escala planetaria. De allí se realiza algo de los principios que se deben cumplir para que una insurrección alcance la meta.

Luego, 1917 marca un hito histórico aún mayor. Los bolcheviques, bajo la dirección de Lenin, realizan una triunfante insurrección que daría inicio a un período de democracia de los trabajadores y la dictadura contra los sectores contrarios a la edificación de nuevas relaciones sociales de producción. Exitosa experiencia en la que se pone de manifiesto un talento jamás conocido, por la exactitud con la que se puede actuar cuando la insurrección es el resultado de una dirección política que actúa con base en el análisis riguroso de las determinaciones del momento. El dirigente comunista logró precisar con gran exactitud el justo momento en el que se debía actuar. La organización de la operación en marcha triunfó con un saldo de heridos y muertos considerablemente bajo. Simultáneamente, se instalaba el nuevo poder de los soviet.

Previo a esta triunfante experiencia, Lenin define las cosas de manera precisa en una comunicación al Comité Central de su partido:

«La insurrección, vista así, demanda de tres cuestiones fundamentales. la insurrección debe apoyarse no en una conjuración, no en un partido, sino en la clase más avanzada. Esto en primer lugar. La insurrección debe apoyarse en el auge revolucionario del pueblo. Esto en segundo lugar. La insurrección debe apoyarse en aquel momento de viraje en la historia de la revolución ascensional en que la actividad de la vanguardia del pueblo sea mayor, en que mayores sean las vacilaciones en las filas de los enemigos y en las filas de los amigos débiles, a medias, indecisos, de la revolución. Esto en tercer lugar. Estas tres condiciones, previas al planteamiento del problema de la insurrección, son las que precisamente diferencian el marxismo del blanquismo».

Antes, Marx y Engels dejan estas letras:

«La insurrección es un arte, lo mismo que la guerra o que cualquier otro arte. Está sometida a ciertas reglas que, si no se observan, dan al traste con el partido que las desdeña. Estas reglas, lógica deducción de la naturaleza de los partidos y de las circunstancias con que uno ha de tratar en cada caso, son tan claras y simples que la breve experiencia de 1848 las ha dado a conocer de sobra a los alemanes. La primera es que jamás se debe jugar a la insurrección a menos se esté completamente preparada para afrontar las consecuencias del juego. La insurrección es una ecuación con magnitudes muy indeterminadas cuyo valor puede cambiar cada día; las fuerzas opuestas tienen todas las ventajas de organización, disciplina y autoridad habitual; si no se les puede oponer fuerzas superiores, uno será derrotado y aniquilado. La segunda es que, una vez comenzada la insurrección, hay que obrar con la mayor decisión y pasar a la ofensiva. La defensiva es la muerte de todo alzamiento armado, que está perdido antes aún de medir las fuerzas con el enemigo. Hay que atacar por sorpresa al enemigo mientras sus fuerzas aún están dispersas y preparar nuevos éxitos, aunque pequeños, pero diarios; mantener en alto la moral que el primer éxito proporcione; atraer a los elementos vacilantes que siempre se ponen del lado que ofrece más seguridad; obligar al enemigo a retroceder antes de que pueda reunir fuerzas; en suma, hay que obrar según las palabras de Danton, el maestro más grande de la política revolucionaria que se ha conocido: de l’audace, de l’audace, encore de l’audace!».

La insurrección, entonces, cuenta con principios que deben ser tomados en cuenta a riesgo de fracasar. Como señalan los teóricos y realizadores al respecto, la insurrección, siendo un arte, puede darse triunfante en medio de una situación concreta. En medio de la crisis general de un régimen político, por ejemplo. En períodos de transición de una forma de producir a otra, de crisis política dentro de un régimen, muchas veces producto, precisamente, de la decadencia de una forma de producir. Cuando ya no es posible un mayor desarrollo de las fuerzas productivas. Cuando se han visto frenadas en grado extremo.

Así, la crisis económica, como resultado de la decadencia de un régimen, de producción o político, brindan las condiciones objetivas para su superación. Crisis económica y de allí la agudización de las contradicciones propias del régimen de producción capitalista, las que se desprenden de la distribución desigual del producto social. El deterioro de los servicios públicos que desmejoran las condiciones de reproducción social. Crisis social expresada en la pobreza y sus secuelas.

El descontento social y las contradicciones en las alturas, entre los beneficiarios del régimen imperante, da paso a una circunstancia que debe ser aprovechada de manera precisa. No esperar a que se recompongan. Sobre todo, en una circunstancia en la cual las determinaciones internacionales parecen ser la principal.

Otro de los principios fundamentales es la confianza en las masas. La participación ciudadana para hablar en términos de las categorías dominantes, es el aspecto fundamental. Alejarse de la acción de masas o verlas como un sucedáneo es la muerte de una perspectiva insurreccional.

Luego, dadas las condiciones objetivas y subjetivas, se crean circunstancias para una salida de fuerza con perspectivas de victoria. Las indicadas anteriormente asoman un camino u otro. Insurreccionales o putchistas. Blanquistas, o sea, las que pretenden sustituir a las masas por una élite de conspiradores. Cuestión que obedece no tanto como señalan muchos de la idea mesiánica, como sí, del temor de la gente en acción ejerciendo su fuerza y protagonismo. Por eso se les da un “uso” pragmático que busca restarle protagonismo y fuerza. Se confía más en la acción de la fuerza capaz de actuar a renglón seguido contra el régimen moribundo.

El carácter del cambio, sea la vía que sea

En cualquier caso, cuando existe una situación revolucionaria, de deseos de cambiar lo establecido, la participación ciudadana está garantizada. Pero sin organización difícilmente haya salvaguarda de las reivindicaciones conquistadas. Es más, un “cambio” puede producir un mayor retroceso en derechos alcanzados. Como sabemos, los derechos son cosas escritas que las más de las veces no pueden ser realizados, dada la dinámica del orden basado en la explotación. Sin embargo, resumen referencias que permiten al menos exigir su cumplimiento en políticas sociales.  

De allí que, además de que se pueda configurar una dirección política, o una personalidad capaz de conducir —fabricada o no, con autonomía o no—, habiendo garantía de derrocar una forma de dominación ya agotada, no hay seguridad alguna de que las aspiraciones populares sean satisfechas. Así que, dependerá de la participación de las masas en el proceso político en su desarrollo, lo que permitirá sentar bases para la defensa de sus intereses.

Participación, organización y las bases políticas de un nuevo poder, nacional y popular resumen el secreto para que las cosas sean diferentes.

Por último, la propuesta alternativa, el programa político de quienes buscan dirigir la sociedad debe recoger las aspiraciones de la gente que participa en el mecanismo para el cambio.

La circunstancia es tan desesperada a momentos, que la gente bien apoya una u otra salida. Sea putchista, sea insurreccional. Con tal de salir de un régimen opresor. Su legitimidad está dada por la aspiración mera de la gente de salir de una dictadura. Aunque la salida deba ser, siempre, con base en la participación ciudadana.

A su vez, la alternativa debe contar con una propuesta que permita la superación de los grandes problemas nacionales y del pueblo. La salida debe ser nacional y popular. Eso permitiría que la gente participe no solamente para salir del oprobio y sin saber adónde vamos. De haber una propuesta que resuma los intereses de las grandes mayorías, la participación sería más entusiasta por la búsqueda y esperanza de alcanzar un mundo mejor. Eso le da más fuerza al movimiento. Eso permitirá una mayor garantía de triunfo.

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