El majestuoso Museo Nacional, que una vez fue el hogar de la familia real de Brasil, seguía ardiendo al amanecer del pasado lunes cuando decenas de investigadores, trabajadores de museos y antropólogos comenzaron a reunirse afuera, vestidos de negro. Algunos lloraron cuando empezaron a hacer un inventario de las pérdidas irremplazables: miles, tal vez millones, de artefactos significativos se habían reducido a cenizas la noche del domingo en un incendio devastador. La sala que contenía el cráneo y la pelvis de 12.000 años de una mujer que fue desenterrada en 1975 y conocida como Luzia, los restos humanos más antiguos descubiertos en nuestro continente, fue destruida.
Cientos de residentes se unieron a ellos bajo un cielo nublado que coincidía con su estado de ánimo. Venían no solo a llorar, sino también a protestar por el casi abandono de los museos y otros servicios públicos básicos por parte del gobierno de Brasil. Muchos vieron el fuego como un símbolo de una ciudad y una nación en apuros. Mirando las imágenes del museo, me evoca el recuerdo de las líneas finales de Ozymandias:
Nada además permanece: alrededor del deterioro
de esa ruina colosal, desbordante y desnuda,
la solitaria y lisa arena se extiende a lo lejos.
Así como el poema de Percy Shelley trataba sobre las consecuencias de la arrogancia, las ruinas del museo podrían verse como un testimonio del abandono.
El edificio quemado fue el museo de historia natural más grande de América Latina, pero nunca había sido completamente renovado en sus 200 años de historia. Durante mucho tiempo sufrió problemas de infraestructura, como fugas, infestaciones de termitas y, lo que es más importante, ningún sistema de extinción de incendios en funcionamiento.
Reconociendo estos problemas en la década de 1990, el personal del museo comenzó a trasladar la colección a un sitio diferente, pero sin un financiamiento estable, esos planes procedieron de manera intermitente. Durante los últimos años, el museo enfrentó severos recortes económicos y ni siquiera recibió todos los fondos asignados por la Universidad Federal de Río de Janeiro. Recientemente se vio obligado a reunir fondos para reparar la base dañada por las termitas de uno de sus dinosaurios más grandes en exhibición.
Lamentablemente, este no es el único museo, que ha sido destruido por la negligencia miope y la consiguiente tragedia previsible. Hace apenas dos años, el Museo de Historia Natural en Nueva Delhi perdió gran parte de su colección a causa de un incendio.
El tiempo dirá qué más sobrevivió, y algunas pérdidas ya están claras: el piso debajo de la colección de entomología se derrumbó, por ejemplo, y los 5 millones de mariposas y otros artrópodos dentro se perdieron. La colección arqueológica del museo tenía frescos de Pompeya y cientos de artefactos egipcios, incluido un sarcófago pintado de 2.700 años de antigüedad. Albergaba arte y cerámica de culturas indígenas brasileñas. Más antiguo todavía era el rico tesoro de fósiles del museo, desde parientes de cocodrilos como Pepesuchus hasta uno de los más antiguos de los escorpiones actuales.
Michel Temer, presidente del país, dijo por Twitter: “Las pérdidas son incalculables para Brasil”.
“Doscientos años de trabajo, investigación y conocimiento se han perdido”. Mientras, Marina Silva, candidata en las próximas elecciones de Brasil, describió el incendio como “una lobotomía en la memoria brasileña”.
Hace solo unos años, Río de Janeiro parecía estar en la cúspide de la era dorada. Mientras se preparaba para los Juegos Olímpicos de 2016, la ciudad sufrió una transformación multimillonaria. Los precios de los bienes raíces se dispararon, el sistema de transporte público se renovó y las grúas fijas de construcción se alzaron en gran parte de la ciudad. Se suponía que era el momento brillante de Brasil en el escenario mundial. En cambio, un gran escándalo de corrupción que ha embestido a innumerables figuras nacionales, combinado con una recesión devastadora, puso en marcha un período de inestabilidad política. Pronto, esos sueños parecían poco más que un espejismo.
En los últimos años, los gobiernos estatales y municipales en Brasil no han pagado a los policías y médicos a tiempo. Las bibliotecas públicas y otros centros culturales se han cerrado. Bajo este escenario, ¿cómo reconstruyes un museo desde cero? Quizás la respuesta la dio Maurilio Oliveira, que ha trabajado como paleoartista en el museo durante 19 años, mientras se paraba frente al devastado edificio. “Solo podemos esperar recuperar nuestra historia de las cenizas». “Ahora, lloramos y luego nos pondremos a trabajar”.
Y es que, además de conocer y defender la herencia patrimonial, nuestra sociedad y nuestros políticos necesitan de una sensibilidad afectiva y de un respeto colectivo hacia estos bienes culturales. Por ello, considero que nuestra matriz educativa debería manejar con inteligencia una mirada verdaderamente transversal y con capacidad para integrar el patrimonio en el quehacer responsable y comprometido de los ciudadanos. Nuestras prioridades están muy alejadas de los principios y comportamientos propios de una sociedad sensible y culta.
Más bien, con los recortes y políticas recientes, sin capacidad financiera y sin entusiasmo social, asistimos lamentablemente a una nueva fase de abandono y de expolio del patrimonio latinoamericano que raya en la estupidez e insensatez más inadmisibles.
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