La historia de Venezuela está en trabajo de parto. Estamos viviendo lo que puede convertirse en el episodio más importante, tanto como definitorio, de estas dos décadas. Se cumple un principio que venimos alertando y promoviendo, y que puede marcar el comienzo de la edificación de una nueva democracia.
Las asambleas modernas, hijas directas del desarrollo capitalista, aparecen en circunstancias concretas. En las bases del ejército de Cromwell ya se produce el fenómeno que, a la postre, da pie a la creación de un espíritu asambleario. Incipiente, pero es el inicio del parlamentarismo con relativa participación de los de “abajo”. De las clases y sectores subalternos. Hegemonizadas en su oportunidad por los terratenientes, se crean reglas de participación aún imperantes.
Luego, la revolución burguesa en Francia contó con la comuna en París como centro de toma de decisiones. Fue escenario de la contradicción entre la democracia directa, expresada en las comunas que se propagaron desde 1789, y la democracia representativa. La Asamblea Nacional termina destinando a la guillotina a los principales dirigentes comuneros e impone la representatividad como ejercicio trunco de la democracia. Se reduce, así, la democracia a la delegación. Con ello se marca el inicio no solamente de la democracia burguesa como forma de dominación por antonomasia del capitalismo, sino de la democracia parlamentaria representativa.
La Comuna de París de 1871, primer intento serio de los trabajadores de hacerse del poder, deja una huella importante en la historia. La democracia directa, con todo y la poca madurez política de los proletarios
Más adelante, en 1917, la revolución de octubre marca el inicio de una nueva etapa en la historia de la humanidad. Una República de soviets (asambleas), se instaura y funciona de manera eficaz. A un país feudal lo convierte en potencia capaz de derrotar la maquinaria nazi a los pocos años.
Las asambleas representan una forma de participación de la gente. Son condiciones concretas las que van estimulando este deseo. Así, hasta que se crea una cultura. Se perfila una metodología. Es por eso que la asamblea es una forma de participación en la toma de decisiones que nace con la sociedad misma. Con la aparición de las clases y del Estado, va desapareciendo hasta que condiciones históricas la hacen renacer. En la modernidad es un reencuentro con el sentido pleno de la convivencia humana. Es nuestro caso.
Venezuela y la asamblea como base de la nueva democracia
Ya existe un movimiento nacional por el cambio. De eso hay suficientes evidencias. Han sido multitudinarios los encuentros. Cada vez más nutridos. Los Teques, San Cristóbal, Valencia, Lecherías, entre otras, las masas dejan su huella. Ese espíritu colectivo deja una impronta en la conciencia de la gente. Es una expresión política de su voluntad para cambiar este estado de cosas.
Es 2014 el año de la primera rebelión democrática. El saldo trágico de jóvenes asesinados por la dictadura no puede evitar que en 2017 se produzca la segunda rebelión. En esta oportunidad, el saldo es aún mayor en muertes, heridos, torturados y presos. Son las cuotas de sacrificio de un pueblo que luchando por su libertad encuentra como respuesta la represión de quienes ejercen el poder para beneficios particulares, antinacionales y mafiosos.
Fueron episodios en que las formas de lucha y organización se diversificaron. Se combinaron en función de mantener vivo el movimiento. Las carencias en la dirección política, sin embargo, no permitieron canalizar el movimiento hacia objetivos y metas concretas. No permitieron la superación del espontaneismo. La unidad de acción en torno de un plan fue el gran ausente. No basta atizar lo espontaneo. Es responsable dirigirlo.
Este renacer del movimiento de masas, este despertar por el cambio, debe ser atendido de mejor manera. No debe ser negociado. Es más, no es negociable. Es superior a todo episodio anterior. Por eso debe ser atendido con la delectación y pasión del orfebre tallando su obra. Que no aparta la mirada, casi no espabila viendo su desarrollo. Que la acaricia pensando cada paso que da, para no estropear lo que va tomando cuerpo. Teniendo un objetivo final no se detiene un momento. No descansa. Así debe ser tratado este movimiento.
En medio del fragor, de la tragedia, quienes buscan dirigir a este portentoso movimiento, deben aguzar el sentido de la política nacional y popular. Labrar la unidad desde abajo, democratizarla. Hacerla de todos. No secuestrar las instancias unitarias. Pensar en el interés de los pobres, de los trabajadores, de los productores de la riqueza. Con eso, pasarán a la historia como hombres probos y de honor.
El orfebre, en nuestro caso, es colectivo. Por lo que el objetivo debe ser trazado por un grupo de hombres de pensamiento diverso, que le indique a la gente el camino a seguir. El tiempo es corto. En ese espacio debemos definir un plan. La forma de organización sobre la cual se anuncia la nueva democracia, debe ser afianzada. Las asambleas no deben seguir siendo aisladas unas de las otras. De allí que, además del objetivo, salir de Maduro, debe crearse la coordinación de las asambleas por estado hasta instancias superiores donde la representación real nazca de ellas.
En definitiva, debe ser visto en su justa dimensión este esperado fenómeno. El cabildo, la asamblea, representan el más alto escalón de la democracia. Espacio en el cual se eleva cualitativamente la conciencia de la gente. Experiencia que resume una democracia más acabada que cumple con aquello de poder de decisión y cultura en torno de lo que se decide. Es por eso que las asambleas deben gozar de la mejor metodología. No se deben reducir a discursos de quienes «dirigen». Debe garantizarse la participación del ciudadano y deben servir para idear salidas a la problemática nacional y de las cuestiones cotidianas. Así, echaremos las bases de la nueva democracia.
Vivimos tiempos en los cuales bien vale rememorar aquello de la predicción del justo momento para asestar el golpe principal. Estamos cerca. Contamos con la fuerza. Quienes no se pongan al lado del pueblo en estas circunstancias, sea un ente individual o colectivo, será juzgado por sus semejantes. Una correcta dirección política, que sea capaz de dirigir el descontento y las ansias de cambio de las grandes mayorías, coronará con éxitos la empresa, si tiene este asunto claramente definido.
El torrente popular, esa genuina realización del movimiento de masas, capaz de arrollar la más sólida de las dictaduras, se manifiesta en las asambleas y en las calles de Venezuela con la bravura necesaria para un despertar distinto, el del cambio urgente para bien de las mayorías y del país. En eso estamos.
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