Mucho hablamos de la aspiración democrática. Quienes enfrentan y se oponen al régimen chavista parecen tenerlo bien claro. Pero, ¿de qué democracia hablan? Cuando usan este término ¿a cuál democracia se refieren? Seguramente si hacemos un estudio sobre este particular, los conceptos serán disímiles entre unos y otros. Este no es un tema menor. Es en realidad de una importancia relevante porque dependerá de estos conceptos de los que se desprenderá el sistema de gobierno que tendremos cuando llegue el momento del cambio y la transformación.
Si nos remontamos a la Grecia antigua, cuando aparece el término, diremos que la democracia es el gobierno del pueblo, por su construcción etimológica. Dēmokratía se descompone así: Dēmo: pueblo y Kratía: Gobierno o Poder. La democracia se entiende como el “poder del pueblo” o el “Gobierno del pueblo”, es decir, la decisión de cómo ordenar la vida en sociedad queda en manos del pueblo. Sin embargo, “pueblo” puede ser cualquiera cosa dependiendo de quien lo conceptualice.
En Atenas el Demos o Demoi, que es su plural, se traduce como Asamblea, por tanto, lo que gobierna es el poder de las asambleas. Esas asambleas están integradas por los ciudadanos, solo hombres y solo hijos descendientes de atenienses, resultados de matrimonios legales entre dos atenienses. Ellos representaban el 5% aproximadamente de la población. El resto, se distribuía entre los esclavos que eran la mayoría y los extranjeros. Los ciudadanos que tenían buena posición económica, estudios y cultura, en tanto, su posibilidad de opinar y decidir sobre algún asunto se sustentaba también en su conocimiento y capacidad de análisis sobre ese asunto. Este es un punto importante para los atenienses, planteaban que debían opinar los que conocían del tema, de allí que la información y el conocimiento eran clave para la participación en asambleas.
Del pueblo y para el pueblo
Luego, avanzando en la historia de la humanidad a la época de las revoluciones burguesas, la revolución francesa será el cierre de ciclo de todo el proceso de instauración de una nueva forma de gobierno, que deja de lado el poder del antiguo régimen y desplaza a la Fe como poder absoluto. Esta revolución es la instauradora de los principios de Liberté, égalité et fraternité que han marcado el sistema liberal moderno y todas las luchas posteriores por derechos y libertades, hasta llegar los derechos humanos.
Pero esta misma revolución generó un cambio en el sistema económico y de producción, sustituyendo al feudalismo con el capitalismo, que tiene su auge en la revolución industrial. Pero, ¿cómo se conjugan libertad, igualdad y fraternidad con un sistema económico que fomenta la ética del individualismo, la explotación, la competencia y profundiza las desigualdades en la medida en que iguala en la pobreza como ningún otro sistema? complejo ¿no?
En el marco de este devenir revolucionario es como aparece la Democracia Liberal, la que hemos conocido hasta nuestros días, la que nos enseña en la Escuela, la que aparece en las leyes, la que nos invita desde cierta edad a ir a votar como deber y derecho, y en algunos países como obligación; hasta la única alternativa de participación.
El capitalismo fue el avance y libertad en materia económica para la burguesía; pero la conquista del poder político permitió la estructura de un Estado con división de poderes y democracia representativa como forma de gobierno, para sostener y mantener el poder económico, sus leyes y su ética superestructurales.
Esto se ha modificado. El concepto de democracia es entendido como el poder de las mayorías, ya que la democracia liberal se instrumentaliza solo a través del voto. Cuando se vota, los que emiten la mayor cantidad de votos serán representados por el ganador, de allí el término. Cada año son menos los que acuden a las urnas de votación, aumentando los porcentajes de abstención y de votos nulos. La democracia representativa parece tener cada vez menos apoyo.
¿El Gobierno de la mayoría?
Ahora bien, con los niveles de abstención, habría que evaluar si realmente puede decirse que la democracia es el poder de la mayoría, porque siendo mayoría los votos a favor de una opción, no necesariamente son mayoría en la totalidad de la población. Por ejemplo, en 1993 la población venezolana según la OCEI era de 20.913.452 personas, la población electoral estaba en 9.688.795 electores, hubo 5.616.699 votos válidos que representan la participación y entre votos nulos y abstención hubo un total de 4.072.096 personas. El presidente de la República de este año fue Rafael Caldera, electo con 30,46% de los votos, pero realmente eso se traduce en 8.2% de la población, 91.8% de la población no estuvo representada por ese candidato, convertido en Presidente.
En 2013, cuando fue electo Nicolás Maduro, actual presidente del país, la población era de 30.317.848 venezolanos, el padrón electoral era de 18.904.364 electores, hubo 14.990.543 votos válidos y 3.913.821 personas que, o votaron nulo o no asistieron a votar. Es decir, los que votaron representan el 49.4% de la población, no alcanzan a ser la mitad del país y el presidente fue electo solo por el 25% de la población. El 75% restante no estaría representado por este Presidente.
Si hacemos este análisis con los resultados de 2018, la cosa es más drástica aún, porque la abstención fue de 60.1% en relación al padrón electoral. Sin embargo, la elección de Nicolás Maduro se da con 19.5% de la población total del país y 80.5% de la población no estaría siendo representada por este Presidente.
Sin entrar en detalles de las artimañas electorales y desconfianza que recae sobre el CNE, no podemos decir que la democracia, tal como la conocemos, sea precisamente el gobierno de la mayoría, sino que los ganadores se asumen representantes de la mayoría, sin serlo realmente. En la realidad son minoría y si volvemos a la Grecia antigua, Aristóteles le llamaba Aristocracia al Gobierno de la minoría, que si se desviaba podía transformarse en Oligarquía. Sin embargo, se refería a minorías de virtuosos y ese no es el caso que nos compete.
La democracia es entendida como el mejor modelo de gobierno que se conoce en la modernidad. Es defendido por muchos como la panacea y es criticada por otros por las limitaciones que presenta su ejecución para que llegue a convertirse realmente en el “Gobierno del Pueblo”. Para Marx, por ejemplo, la Democracia liberal moderna o representativa es la «Dictadura de la burguesía». También fue catalogada por Platón como Demagogia. En este sentido, la democracia queda entendida como el menos malo de los sistemas, ya que se contrapone a la dictadura de una minoría y en oportunidades a la anarquía. Pero siendo el menos malo de los sistemas, no deja de ser malo.
Elementos contradictorios
Recientemente conocimos un documental titulado parecido a este artículo y que en gran medida lo inspiró. Es dirigido por Patricio Escobar, un cineasta argentino. En él se cuestiona la democracia desde distintos elementos y parece que atina en lo que consideramos ha generado el desastre «populista» o más exactamente demagógico que azota a Latinoamérica, en la desconfianza de la gente en este sistema y la necesaria búsqueda de un nuevo sistema en el que la participación de la ciudadanía sea el centro de la vida política y de la atención de los asuntos públicos. En principio, recomiendo el documental y que se den en torno de él discusiones sobre qué y cómo superar lo que allí se plantea. Entre tanto, veamos los elementos que parecen más relevantes a considerar.
Lo primero es reflexionar en qué consiste la representación. Cuando votas para elegir a un candidato, luego de electo, ¿cómo logras que esa persona te represente realmente? ¿cuál es el espacio para que esa persona a quien le delegas tu participación en las decisiones de asuntos públicos y políticos, te represente y plantee lo que particularmente opinas sobre tal o cual asunto? Ese es el primer elemento que habría que cuestionar. Cuando delegas tu poder, pierdes ese poder para decidir, estás dándoselo a otro que opinará y decidirá según sus propios criterios. En este sentido, cuando cedes el poder, ya no lo tienes más y se pierde el sentido democrático.
El segundo elemento tiene que ver con la “mayoría”, que ya hemos visto que nunca es mayoría realmente. ¿Qué sucede con los planteamientos de quienes no se ven representados por el candidato ganador? ¿cómo lograr incluir en la gestión de gobierno esos planteamientos? Pareciera que los que no se ven representados, aunque hayan ido a votar, no importan, porque son perdedores. Tampoco importan los que votan nulo y mucho menos los que no van a votar, esa masa de abstención no resulta trascendente para la democracia, aunque sea mayoritaria.
En muchos casos los que se autodenominan mayoría apuestan a la desaparición de la minoría que no ganó, que o representa una segunda minoría o a los que no votaron, que a fin de cuentas sumados son los más. En el documental plantea, por ejemplo, que el que no acude a la cita electoral, no cuenta, porque las reglas del juego son las que conocemos: hay elecciones y se debe ir a votar, por uno o por otro, pero se debe votar, “Ya lo sabían desde antes”, dice un funcionario del Estado que fue entrevistado.
Recientemente, hablando de la reconstrucción del país, alguien decía: “Ustedes que son minoría y se niegan a desaparecer”. ¿Les parece democrático este planteamiento? El objetivo es la desaparición del contrario, por ser «minoría». Se construye, bajo la ética de un sistema de representación de supuestas mayorías, una ética del aplastamiento, que es profundamente antidemocrática.
Aquí, unimos un tercer elemento, el “ya se sabía desde antes”, es cierto. El Estado se encarga de formar desde pequeños a los niños y niñas en reconocer y hacer sinónimos la democracia como el sistema electoral de representación. Se enseña que es un deber y un derecho, y por supuesto, los derechos son irrenunciables, en tanto crecemos sabiendo que cada tantos años se presenta una oportunidad para decidir el camino del país y nos preparamos, emocionados algunos, a dar nuestro voto.
El Estado y el sistema hacen uso de su poder y de las instituciones educativas para penetrar en la conciencia de la gente, para mantener el Statu Quo, y es esa una de las funciones de la Escuela. En el medio, mucho no hay qué hacer, salvo los pocos espacios de participación que se dan y que no siempre llegan a tener una incidencia real en la toma de decisiones. Entonces hay una mayoría que no es tal, pero es la que gobierna. Luego la minoría y los que no asumen el juego electoral, no importan a la Democracia y tercero, la educación promueve este sistema y no abre el espacio para dudar de su credibilidad, eficiencia y eficacia como sistema de Gobierno y la posibilidad de crear una alternativa.
El menos malo
¿Cuando votas, sabes realmente por quién lo haces? ¿Qué tanto conoces de las aspiraciones de los candidatos, de sus ofertas, de los planes de gobierno? Este es el cuarto elemento. No sabemos por quién votamos. En la realidad, es muy poco lo que podemos saber, porque las campañas electorales cada vez tienen menos contenido, se centran en la descalificación del contrincante y en ganar votantes.
Aquí unimos un quinto aspecto, el marketing político, vaya nombre. La manipulación de la audiencia es, en definitiva, eso del marketing. Mostrar lo que la gente quiere como candidato, parecerse a la gente, carisma, bailar, hablar como el pueblo, reír, sondeos y encuestas. Hacen encuestas para ver qué le preocupa a la gente y salen en la siguiente entrevista hablando de eso que a la gente le preocupa.
Pero, en caso de que haya propuesta y programa político para la campaña electoral, cuando llegan al poder, todo se desvanece. No hay candidato político que no incluyera en su propuesta, en la Venezuela contemporánea, combatir la pobreza, por ejemplo. Pero en el país, los pobres siempre han estado y cada año que pasa hay más pobres y en peores condiciones. Creo que esta estafa, que para algunos es populismo, pero se llama demagogia, es lo que más ha caracterizado a los candidatos y presidentes venezolanos y es lo que ha generado la desconfianza del pueblo en el sistema presuntamente democrático que tenemos.
No cualquiera logra ser un candidato para algún cargo de elección popular. Se requiere tener dinero, mucho dinero, porque la política se ha mercantilizado y ser candidato es también una mercancía en el caso y su sistema representativo, por eso no es cualquiera, y esto es de lo más importantes, porque de quien gane, dependerá que el poder siga estando en las mismas manos, que nada cambie de fondo, que todo permanezca. Es tanto el daño que ha hecho esta forma de hacer política, que ha permeado todos los espacios donde los que toman decisiones son seleccionados por votación. Es el caso de las universidades, centros de estudiantes, sindicatos.
Pero para la gente, la elección se convierte en seleccionar a un candidato, de los que haya a disposición, en la mayoría de los casos el análisis supone elegir el menos malo, no elegir al mejor, si no en el mal menor y tal como pasa con el sistema democrático, aunque es el menos malo, es malo, a fin de cuentas. Y la más novedosa perversión de esta ética, es la brutal «economía del voto». Votar por el que se perfila como ganador, independiente de quién sea.
Hacia una participación real
Para finalizar, como señala el genio de Treveris, de lo que se trata es de transformar la realidad. No podemos quedarnos en la contemplación. Vale preguntarnos ¿Cuál es la democracia que queremos? ¿Por cuál democracia vamos a luchar? También hay que preguntarnos ¿Qué estamos dispuestos a dar para lograr una Democracia Real? Siempre dependerá de la gente que logremos un sistema donde haya: 1) información suficiente y accesibles; solo informados podemos opinar y participar; 2) espacios de discusión, control y seguimiento de cada definición en los distintos ámbitos, en los que se incorporen los interesados y conocedores de cada tema; 3) la posibilidad de revocar, de forma inmediata a quien, siendo electo para un cargo, no cumpla sus funciones o no se someta a sus decisiones de la gente.
Que haya, en definitiva, una participación real y vinculante en todos los ámbitos de lo político y lo público. Que retomemos el Demos de la Grecia antigua, la asamblea como forma de organización de la gente, pero de toda la gente, sin exclusión, dispuestos a la diferencia, a entendernos y a construir desde los puntos de encuentros, no con base en el aplastamiento de las minorías. Porque participar es mucho más que votar y nuestras aspiraciones de una sociedad justa, inclusiva y humana, no caben solo en unas urnas electorales.
En los momentos de crisis en las sociedades, cuando se dan las condiciones objetivas y subjetivas para procesos transformadores, debemos prepararnos para comenzar su transformación los que creemos que tenemos capacidad como sociedad para decidir, opinar y mejorar el mundo. Quedarnos detrás de la pantalla de la tv o del teléfono no es una alternativa. Solo un mundo que invite a involucrarnos, a ser sociedad, a juntarnos a discutir, a organizarnos, a proponer, un mundo que nos aliente a participar, será un mundo mejor.
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