Los estudios publicados en prestigiosas revistas médicas han demostrado, una y otra vez, que la experimentación con animales desperdicia vidas y recursos valiosos al tratar de infectarlos con enfermedades que normalmente nunca contraerían. Cada año, según la organización internacional AnimaNaturalis, alrededor de 100 millones de conejillos de indias, perros, gatos y otros animales son empleados en investigaciones militares y cosmética, de los cuales 10% están sujetos a un dolor no aliviado. Estas estadísticas no preguntan por los millones de ratones y ratas que se utilizan en experimentos de laboratorio y se excluyen de las leyes de protección de los animales.
Mientras, que los científicos y sus instituciones dicen que están comprometidos a mantener el dolor o la angustia al mínimo en los animales de laboratorio. Pero, ¿cómo saber cuánto dolor siente un ratón o un pez? ¿Y quién decide cuánto dolor es demasiado?
El tema del sufrimiento animal estuvo en los titulares a principios de este año, cuando Suiza prohibió la práctica culinaria de cocinar a las langostas vivas. Nadie sabe con certeza si estos crustáceos de grandes tenazas, equipados sólo con un sistema nervioso rudimentario, experimentan dolor. Leí acerca de este hito sobre los derechos de los crustáceos con una fascinación desconcertada, y confusión cuando imaginé la hipotética situación de la langosta. Pero la movida suiza también me hizo preguntar: ¿Cómo los científicos miden y tratan el dolor animal en la investigación?
Los experimentos que utilizan animales para simular una enfermedad o lesión humana son un paso para los tratamientos médicos que todos usamos. En la mayoría de los países, los procedimientos contemplan aliviar el dolor o la angustia en los animales de laboratorio siempre que sea posible. Como los animales no pueden hablar, saber cuán “incómodas” son las pruebas es realmente difícil, pero a lo largo de los años, los investigadores han ideado formas estandarizadas para medir las reacciones a los estímulos dolorosos en roedores y otros animales, en las que se buscan los cambios de comportamiento para medir cuánto le “molesta” una situación dolorosa.
Aún así, los científicos no tienen formas de medir la incomodidad o angustia de los animales en todos los contextos experimentales, incluidos los que causan dolor crónico o ansiedad y ha sido controvertido si ciertas especies, no sólo las langostas, sino también los peces cuyos cerebros son tan diferentes a los nuestros, sufren de dolor. En este sentido, la ley establece que las cosas que son dolorosas para las personas también lo son para los animales, incluidos los peces. La tarea de decidir cuánto dolor se puede infligir en los experimentos debe recaer en un comité que supervisa el cuidado y el uso de los animales en cada institución de investigación. Estos comités aprueban o rechazan los protocolos de estudio propuestos, revisan si el dolor o el sufrimiento en los animales excederían los límites aceptables o podrían aliviarse con anestesia o analgésicos.
El dilema, es que en algunos experimentos, como los realizados para medir la efectividad de un nuevo medicamento para tratar el cáncer de hueso, son difíciles de hacer sin infligir dolor. En otros casos, los científicos tienen preocupaciones legítimas sobre el uso de analgésicos para tratar las molestias causadas por los procedimientos experimentales, que podrían sesgar los resultados. En un estudio que utilizó roedores para evaluar si un extracto de células madre podría ayudar a los pacientes después de un ataque cardíaco y en el cual, a los roedores se le dosificaron analgésicos, la respuesta a la terapia se vio afectada.
Por otro lado, el dolor en sí mismo puede desencadenar respuestas del sistema inmune, obstaculizar el sueño y los patrones de alimentación y posiblemente impedir la curación posquirúrgica, por lo que si no se trata el dolor de los animales, también podría sesgar el experimento. Entonces, ¿es mejor la calidad de un estudio de investigación cuando se alivia el dolor o no? Puede ser un enigma ético y científico real, a menudo sin respuestas claras. Tal vez resulta que para obtener datos útiles sobre una cuestión en particular, el dolor no tratado es inevitable. ¿Cada pregunta científica es lo suficientemente importante como para someter a los animales al dolor?
En un informe de marzo de la Universidad de Bristol, Pandora Pound y Christine Nicol proporcionaron una perspectiva general sobre si la investigación con animales vale la pena
En el primer estudio de este tipo, evaluaron de forma sistemática los daños frente a los beneficios de unos 212 estudios en animales relacionados con seis terapias farmacológicas, cuatro de las cuales están en uso clínico en la actualidad. Realizados entre 1967 y 2005, esas investigaciones utilizaron colectivamente alrededor de 27.149 ratones, ratas, cerdos, ovejas, monos y otros animales. La mayoría de los protocolos parecían infligir daños severos a los animales, con 13% que no informaron el uso de anestesia y 97% no mencionaban haber usado analgésicos.
En general, descubrieron que los estudios estaban mal diseñados. En tales casos, cualquier sufrimiento padecido por los animales pierde su justificación moral. En un estudio de 2016, los investigadores de UCSF descubrieron que 40% de los trabajos con animales que incluían cirugía mayor no mencionaban el uso de anestesia, aunque tales cirugías usualmente la utilizaban para tranquilizar al roedor. Muchos investigadores simplemente no se molestan en incluir la información en sus artículos. Al mismo tiempo, alrededor de 75% de los estudios no mencionaron la administración de analgésicos, lo que también sugiere que la incomodidad posquirúrgica se obvió. Pero sin datos detallados, es difícil sacar conclusiones contundentes.
Sin embargo, creo que debemos aplicar de manera obligatoria las 3R: reemplazo de los animales por cultivos celulares o simulaciones informáticas cuando sea posible, reducción del número de animales empleados a los estrictamente necesarios y refinamiento de los experimentos para mejorar el bienestar animal.
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