¿Podemos alimentar a 10 millardos de personas?

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Todos los padres recordamos el momento en que abrazamos por primera vez a nuestros hijos: La cara pequeña y arrugada, una persona completamente nueva, emergiendo de la manta del hospital. En ese momento, estaba tan feliz que apenas podía pensar. Luego, una idea se me vino a la cabeza: Cuando mi hijo tenga mi edad, casi 10 millardos de personas caminarán por la Tierra y pensé: ¿Cómo va a funcionar eso?

En los años 80, aproximadamente una de cada cuatro personas estaba hambrienta. En la actualidad, la proporción se ha reducido a uno de cada diez, menos en países como el nuestro. En estas más de tres décadas, la esperanza de vida promedio mundial aumentó sorprendentemente en más de 11 años, la mayor parte del aumento ocurrió en lugares pobres de Asia, América Latina y África, que han surgido de la pobreza. Esta mejora no se ha producido de manera uniforme o equitativa: Millones y millones no son prósperos.

Hoy el mundo tiene aproximadamente 7,6 millardos de habitantes. La mayoría de los demógrafos creen que alrededor de 2050, ese número llegará a 10 millardos o un poco menos. Pero en el estacionamiento de la clínica, esto de repente parecía poco probable. Diez millardos de bocas, pensé. ¿Cómo podrían estar satisfechos? Pero eso es sólo una parte de la pregunta. La interrogante completa es: ¿Cómo podemos proveer para todos sin hacer que el planeta sea inhabitable? Alrededor de este tiempo, nuestra población probablemente comenzará a estabilizarse. Como especie, estaremos en el «nivel de reemplazo», es decir las parejas tendrán los hijos necesarios para suceder a sus padres.

Mientras, mi hijo crecía, hablé sobre estas cuestiones con un experto venezolano, el doctor Rómulo Orta. A medida que las conversaciones se fueron acumulando, las respuestas parecían clasificarse en dos grandes categorías, cada una asociada (al menos en mi mente) con una de dos personas que fueron responsables de la creación de los modelos intelectuales básicos para comprender nuestros dilemas poblacionales. Desafortunadamente, sus planos ofrecen respuestas radicalmente diferentes a la cuestión de la supervivencia. Las dos personas eran William Vogt y Norman Borlaug.

Vogt, presentó las ideas básicas para el movimiento ambientalista moderno, que llamó “ambientalismo apocalíptico” con la creencia de que a menos que la humanidad reduzca drásticamente el consumo y límite la población, devastará los ecosistemas globales. Si continuamos tomando más de lo que la Tierra puede dar, el resultado inevitable será la devastación a escala global. ¡Reducir! ¡Reducir! era su mantra.
Mientras Borlaug, se ha convertido en el emblema del “tecno-optimismo”, la visión de que la ciencia y la tecnología nos permitirán producir una salida a nuestra situación. Fue la figura que creó la Revolución Verde, combinación de variedades de cultivos de alto rendimiento y técnicas agronómicas que aumentan las cosechas en todo el mundo, ayudando a evitar decenas de millones de muertes por hambre. Para Borlaug, la humanidad podrá crear la ciencia que resolverá nuestros dilemas ambientales. ¡Innovar! ¡Innovar! era su lema.

Ambos hombres pensaban que estaban usando los conocimientos científicos para enfrentar una crisis planetaria. Pero ahí es donde termina la similitud. Pienso en los seguidores de estas dos perspectivas como «magos» y «profetas». Los magos, siguiendo el modelo de Borlaug, que revelan soluciones tecnológicas y los profetas de Vogt, que condenan las consecuencias de nuestra negligencia. La agricultura industrial al estilo Borlaug de alta intensidad, dicen los profetas, puede dar sus frutos en el corto plazo, pero a la larga hará que el cálculo ecológico sea más duro. La ruina del suelo y el agua por el uso excesivo sin cuidado conducirá al colapso ambiental, que a su vez creará una convulsión social en todo el mundo. Los magos responden: ¡Esa es exactamente la crisis humanitaria global que estamos evitando!

Desde el final de la segunda guerra mundial, la mayoría de los gobiernos han dirigido intencionalmente la mano de obra lejos de la agricultura.

El objetivo era consolidar y mecanizar las granjas, lo que aumentaría las cosechas y reduciría los costos, especialmente para la mano de obra. Los trabajadores agrícolas, que ya no se necesitan, se mudarían a las ciudades, donde podrían obtener empleos mejor pagados en las fábricas. En esta idea, tanto los propietarios de las granjas como los trabajadores de las fábricas ganarían más, los primeros cultivando más y mejores cultivos y los segundos obteniendo empleos mejor remunerados en la industria. La nación en su totalidad se beneficiaría: Mayores exportaciones de la industria y la agricultura, alimentos más baratos en las ciudades y una abundante oferta de mano de obra. Pero, hubo inconvenientes: las ciudades de los países en desarrollo adquirieron barrios marginales completos con familias desplazadas y en muchas áreas, incluida la mayor parte del mundo desarrollado, el campo se vació.

En Venezuela, la proporción de la fuerza de trabajo empleada en la agricultura pasó de 31% en 1930 a 2% en 2000. Mientras tanto, en el mundo se establecieron redes de incentivos fiscales, planes de préstamos, programas de capacitación y subsidios directos para ayudar a los agricultores a adquirir maquinaria agrícola a gran escala, abastecerse de productos químicos y cultivar rubros favorecidos por el gobierno para la exportación. Para los seguidores de Vogt, la mejor agricultura cuida primero del suelo, un objetivo que implica parcelas más pequeñas de cultivos múltiples, difíciles de lograr al concentrarse en la producción en masa de un solo cultivo.

Mi hijo ya tiene 15 años de edad. En el 2050, él será de mediana edad y dependerá de su generación establecer las instituciones, leyes y costumbres que cubrirán las necesidades humanas básicas en un mundo de 10 millardos. Cada generación decide el futuro, pero las elecciones hechas por la generación de mi hijo resonarán en el tiempo.

Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera rsponsabilidad de sus autores