A escasos días del fin de año los invito a la siguiente reflexión, preguntándonos: ¿Cuánto vivirá nuestra especie sobre el Planeta?
Los eones son largos trozos de historia de miles de millones de años. Los cambios profundos del Planeta definieron estos trozos de tiempo. Desde las condiciones infernales del eón Hadeano, la tierra cambió a un eón Arqueano mucho más “fresco”, que permitió el surgimiento de la vida. Lo siguió el eón Proterozoico, donde los microorganismos se convirtieron en la fuerza que alteró al planeta, llenando la atmósfera con oxígeno fotosintético.
Este cambio en la química atmosférica envenenó gran parte de la biosfera, permitiendo el florecimiento de la vida multicelular, marcando el comienzo de nuestro eón actual, el Fanerozoico.
El Antropoceno, aún en discusión, puede ser el comienzo de otra transición fundamental, la cual se ha propuesto a su vez como el inicio de un nuevo eón denominado Sapiezoico.
Este quinto eón podría ser definido por un tipo radicalmente nuevo de cambio global en el cual los procesos cognitivos (los pensamientos, hechos y creaciones de los seres humanos) se convierten en una parte clave del funcionamiento de nuestro planeta.
Por primera vez en la historia de la Tierra, una fuerza geológica autoconsciente está dando forma al planeta. Pero una época sólo se convierte en un eón si perdura por cientos de millones de años o más. Para que suceda, tenemos que resistir ese tiempo. ¿Estamos a la altura del reto?
Nuestros desafíos más inmediatos para el futuro son estabilizar la población y construir sistemas energéticos y agrícolas que puedan aprovisionarnos sin destruir los sistemas naturales.
No hay duda de que nos alejaremos de los combustibles fósiles, pero la velocidad con la que lo hagamos puede determinar si el sufrimiento causado por la alteración climática en el siglo XXI rivalizará o superarán a los causados por las guerras y hambrunas del siglo XX.
El calentamiento global nos reclama nuestro ineludible papel como operadores de escala planetaria, pero no es el único desafío de gran nivel que enfrentaremos. En los próximos siglos, por ejemplo, tendremos que diseñar defensas efectivas contra los asteroides y cometas, además de sortear las tentaciones de caer en una guerra nuclear.
En una escala de tiempo más larga, decenas de miles de años, debemos llegar a aprender cómo prevenir los cambios climáticos naturales y eventos catastróficos. Nuestra civilización se ha desarrollado durante lo que es esencialmente un período de clima inusualmente cálido y estable pero en el futuro, la Tierra atravesará por ciclos de glaciación y calentamiento global.
Otra era de hielo acabaría con la mayor parte de nuestra agricultura y por lo tanto con nuestra civilización, causando la extinción de innumerables especies. Quizás la ciencia, a través de técnicas de geoingeniería, podrá enfriar (o calentar) artificialmente el planeta liberando al Sapiezoico de estas fluctuaciones destructivas del clima.
Si es así, además de dar forma al bienestar de toda la vida futura en la Tierra, nuestras decisiones influenciarán el destino de la vida sensible en el universo. ¡Esa es toda una responsabilidad! La historia ofrece la esperanza de que podamos manejarla. Una de las huellas más antiguas de la humanidad es nuestra capacidad de responder a las amenazas existenciales.
Estos días del año, nos permiten viajar hacia el pasado y el futuro reflexivamente, presentándonos lo que deseamos, sin olvidar que los cambios deben construirse, aquí y ahora. “Todo lo que le ocurra a la Tierra, le ocurrirá a los hijos de la Tierra”, dijo el Jefe Indio Seattle.