El fraude que infectó a Isaac Asimov

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En 1981, un grupo de jóvenes comenzaron a aparecer en las salas de emergencia del hospital de Los Ángeles con ganglios linfáticos inflamados, un tipo raro de neumonía y un recuento de células T (linfocitos T) altamente suprimido. Durante el siguiente año se repitió en otras partes, mientas los médicos observaban la propagación del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA).

Hasta que en 1983, los científicos del Instituto Pasteur de París, fueron los primeros en descubrir el virus del SIDA, aislarlo exitosamente en varios pacientes, describirlo en un artículo científico y usarlo para realizar un análisis de sangre que permitía detectar el virus. El equipo conformado por los profesores Luc Montagnier, Jean-Claude Chermann y Françoise Barré-Sinoussi, presentaron en Londres una solicitud de patente, sobre las aplicaciones diagnósticas de las proteínas que permitían identificar el Síndrome en muestras de sangre.

Posteriormente, en diciembre de 1983, realizaron la misma solicitud, pero esta vez, en la Oficina de Patentes de los Estados Unidos. Cuatro meses más tarde, una solicitud de patente similar llegó al mismo organismo, y su solicitante era el profesor Robert Gallo investigador del Instituto Nacional del Cáncer de los EE. UU., quien sorpresivamente llegó a los titulares en abril de 1984 como el “descubridor” del virus del SIDA. Su solicitud fue aceptada inmediatamente, mientras que la patente de inmunoensayo francesa permaneció suspendida en el tiempo.

Asimov contrajo SIDA

El VIH, que no es ciencia ficción, se introdujo en la vida de Isaac Asimov, tras una operación para instalar un triple bypass. Su viuda, Jannet Jeppson, recordó que después de la operación, “al día siguiente tuvo mucha fiebre… solo años más tarde, en retrospectiva, nos dimos cuenta de que la infección por VIH después de la transfusión se había manifestado”. A mediados de la década de 1980, su esposa notó que tenía algunos síntomas de SIDA y llamó la atención de su internista y cardiólogo, quien se enfadó y se negó a someterlo a la prueba.

Finalmente, se le realizó un análisis en febrero de 1990, antes de una nueva cirugía, cuando fue declarado VIH positivo con sus células T a la mitad del nivel normal. Esta enfermedad siempre ha estado rodeada de un halo de miedo, estigmas y tabúes. La serofobia ha estado y sigue presente en la sociedad, por el desconocimiento de los métodos de transmisión, y eso llevó a Asimov y a su familia a ocultar tanto la enfermedad como la causa de la muerte del autor en 1992.

Es posible que haya sido demasiado temprano para que la prueba de sangre del Instituto Pasteur se haya utilizado en los Estados Unidos. No obstante, existía para la época y, en las circunstancias adecuadas, podría haber evitado que el escritor de ciencia ficción recibiera sangre infectada. Pero el control de Gallo sobre el establecimiento médico en su país, se lo impidió. Aquí es donde la “ciencia ficción” de Gallo puso fin a la ciencia ficción de Asimov. Hubo muchos otros menos conocidos que Asimov que también sufrieron y en muchos casos murieron como consecuencia de los fraudes de Gallo. Otros pacientes fueron diagnosticados con SIDA cuando en realidad estaban libres del virus. Algunos de los diagnósticos erróneos terminaron trágicamente en suicidio.

Un informe detallado presentado por el Inspector General del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los EE. UU., afirmó que Gallo obtuvo su patente al ocultar información relevante al abogado de la oficina de patentes. Llegó a decir que “las dos pruebas no eran iguales, ya que la francesa era específicamente para el despistaje en el diagnóstico clínico, mientras que la suya era para ser usada en las donaciones de los bancos de sangre”.

A pesar de ello, Robert Gallo, acreditado como el pionero de casi todos los descubrimientos importantes relacionados con el SIDA, fue mostrado como un oportunista que robó muestras de laboratorio del Instituto Pasteur, falsificó sus artículos científicos y contó además con la complicidad de la administración Reagan. Además, el kit desarrollado por Gallo no era tan efectivo como el elaborado por la contraparte francesa. Fue así que se mantuvo a los pacientes en riesgo de contraer el virus del SIDA durante casi una década, a pesar que el resto del mundo había comenzado a utilizar las pruebas válidas de sangre para el virus. Esta prueba defectuosa significó que miles de pacientes contrajeron SIDA de suministros de sangre contaminada.

Francia y Estados Unidos de Norteamérica mantuvieron una dura lucha por los beneficios económicos de estas patentes. La pelea por la paternidad del descubrimiento se hizo tan encarnizada que en 1987, el entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, y el primer ministro francés, Jacques Chirac, emitieron un comunicado común que pretendió poner fin a la controversia sobre el mérito del descubrimiento del nuevo virus. A partir de ese momento ambos científicos Gallo y Montagnier fueron descritos como los co-descubridores del VIH, además le otorgó a los franceses un porcentaje de las regalías estadounidenses sobre los kits de prueba.

Fraude y mala conducta

A año siguiente, Gallo y Montagnier publicaron un artículo conjunto en el Scientific American en el que parecía que querían dar por terminada la polémica. Sin embargo en noviembre de dicho año el diario Chicago Tribune descubrió que los trabajos de Gallo se basaron en unas muestras de sangre que le había mandado Montagnier. El asunto fue investigado por la Oficina de Integridad Científica del Instituto Nacional de Salud, que dictaminó que Gallo había realizado un fraude e incurrido en mala conducta. Reconociendo luego que “su virus” procedía de una muestra recibida del Instituto Pasteur. Desprestigiado, pasó al Instituto de Virología Humana de la Universidad de Baltimore, donde descubrió tres factores susceptibles de impedir la replicación del virus del SIDA, lo que podría conducir en el futuro al hallazgo de la tan ansiada vacuna.

Este breve resumen histórico es un claro ejemplo de lo complicada que puede ser la historia de la ciencia. Donde el fraude académico se convierte en un crimen costoso y sus víctimas nunca deben ser olvidadas. Nos recuerdan que el fraude, incluso en los reinos más abstractos de la ciencia, tiene consecuencias reales para nuestra vida cotidiana.

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