Emergencia profesional en Venezuela

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La migración de recursos humanos calificados por sus habilidades y experticias profesionales, ha sido un tema recurrente que sobreviene desde hace unas pocas décadas y se caracteriza por la emigración de personas calificadas a países industrializados. Esta mano de obra calificada incluye a profesionales, científicos, académicos y empresarios.

Según el World Migration Report de 2008, alrededor del 10% de las personas altamente calificadas del mundo en desarrollo viven en América del Norte y Europa. Sin embargo, no tenemos datos o indicadores actuales sobre el nivel educativo de los venezolanos que emigran, y mucho menos sobre la calidad del empleo que ejercen en el país de destino. La Fundación Nacional de Ciencias de los Estados Unidos posee información sobre unos 2.210 licenciados e ingenieros venezolanos con títulos de Maestría o Doctorado.

En paralelo con el descenso de la economía venezolana se ha puesto de manifiesto el movimiento migratorio de personas, particularmente en el sector más formado, existiendo tres grandes factores que motivan la migración: 1. Las diferencias salariales, 2. La disponibilidad de infraestructura y 3. La valoración social del profesional. Desde la primera década del siglo XXI, un número cada vez mayor de emigrantes calificados se han trasladado a diferentes partes del mundo.

El impacto de la inmigración internacional ha afectado a Venezuela en su capital humano. Los efectos de la migración calificada han sido ambiguos. En el lado positivo, el éxito de los migrantes venezolanos en el extranjero ha sido bueno para la reputación de la educación del país. Además, este segmento de la diáspora venezolana ha tejido una red de redes transnacionales que podrá impactar a futuro en las mejoras del comercio y la inversión.

Por otro lado, la pérdida de un número significativo de personas altamente cualificadas ha tenido efectos negativos, quizás más manifiestos en la reducción de la oferta de profesionales con capacidades administrativas y técnicas para dirigir instituciones y organizaciones, ya sean universidades, hospitales o centros de investigación. Lo que está generando una emergencia profesional en los sectores productivos y académicos del país.

Un ejemplo excelente de estos efectos adversos puede verse en el sistema de educación superior de Venezuela. En décadas anteriores las universidades, así como los institutos de investigación científica y tecnológica, se nutrieron de funcionarios que recibieron formación en el extranjero y regresaron al país inspirándose en los días embriagadores de la «Venezuela saudita». Pero a finales de la década de 1990, más y más de nuestros talentosos y brillantes compatriotas comenzaron a ir al extranjero, para nunca volver.

El número de personas que permanecieron fueron suficiente para mantener los altos estándares de las instituciones, pero no su expansión, y el número de graduados de estas instituciones de élite se mantuvo prácticamente sin cambios durante un poco más de una década. Mientras tanto, la reposición de talento en las universidades y los institutos de investigación comenzaron a disminuir a medida que pasaba el tiempo. Además, pocos veían a las instituciones públicas como una alternativa viable de carrera. Esta última ha sido una razón importante por la cual las universidades (prácticamente todas públicas) se han deteriorado, dejando que la mediocridad se atrincherara en nuestras instituciones, volviéndolas aún más impermeables al cambio.

Aunque hay muchas razones complejas para las dificultades que presenta la educación superior venezolana, éstas han sido amplificadas por la manera en que el sistema se ha transformado en un exportador de talento. Cualquier sistema que tenga una “hemorragia” de talento a largo plazo tendrá dificultades para sobrevivir y para prosperar.

Foto AFP

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