Huellas en la Luna

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El 20 de julio de 1969, según datos de la NASA unas 650 millones de personas vieron la transmisión televisiva en vivo de la hazaña histórica del Apolo 11. Ese día mi familia estaba, sentada frente a un televisor en blanco y negro, mirando maravillados el evento. Mi madre, con 89 años de edad, recuerda con claridad haber visto la salida de los astronautas: “vi pisar y dar los primeros pasos en la Luna, fue un momento emocionante para todos”. Y ante mi interrogatorio agregó con nostalgia: “Lo vimos por Radio Caracas Televisión y el presentador fue Renny Ottolina”. Casualmente anteayer, el conocido locutor Miguel Arias (de La X 89.7 FM) me comentaba que lo vivió e incluso llamó al “Noticiero Lunar”, que se transmitía por la Televisora Nacional, canal 5, para hacerle una pregunta a Oscar Yánez.

La verdad es que aun cuando no recordemos dónde estábamos ese día, ¡todos estábamos en la Luna! ¡Fue un gran paso para la humanidad! Pero, más de medio siglo de exploración lunar ha dejado su huella en la luna.

Desde la primera observación científica con telescopio (aumento de 20 veces) de Galileo en 1609, comenzó nuestra historia lunar. Según la teoría más popular de la formación de la luna, hace unos 4.500 millones de años, un misterioso mundo rocoso del tamaño de Marte se estrelló contra la Tierra. Debido al impacto, los fragmentos se arremolinaron y se fusionaron en un nuevo mundo sin aire.

En ausencia de elementos naturales como la lluvia y de actividad tectónica, se preservaron todas las abolladuras en la superficie lunar. Y luego, un día, entre los cráteres, aparecieron dos astronautas y pisaron su superficie, haciendo nuevas marcas con sus botas. “Buzz” Aldrin, al llegar a la luna por primera vez, la describió como una “magnífica desolación”. No quedó tan desolado cuando partieron. Los astronautas del Apolo 11 descartaron aparatos, herramientas y el artilugio que movía, una por una, las cajas con muestras de polvo y rocas lunares desde la superficie al módulo.

Dejaron atrás objetos conmemorativos, una bandera estadounidense, parches de misión y medallas en honor a astronautas y cosmonautas caídos, un disco del tamaño de una moneda que lleva mensajes de buena voluntad de los líderes mundiales del planeta Tierra. Y dejaron cosas que no se anunciaron al público, por razones comprensibles, como los dispositivos de recolección de defecación (96 bolsas con heces, orina y vómitos). Algunos científicos, con curiosidad por examinar cómo les va a los microorganismos en baja gravedad, han propuesto regresar por las bolsas.

Cincuenta años después, de todo lo que quedó en la zona de alunizaje, la bandera llevó la peor parte. La bandera ya no está en pie, de hecho, ha estado en el suelo desde el momento en que Aldrin y Armstrong despegaron. Cuando el módulo Eagle encendió sus motores y se elevó, desprendiendo los gases de escape, Aldrin vislumbró desde su ventana como se caía. Además, a la luz ultravioleta no le tomó mucho tiempo para degradar el colorante y blanquear la bandera.

A diferencia de la Tierra, la Luna carece de una atmósfera capaz de bloquear los rayos del sol. La evidencia fotográfica llegó décadas más tarde, gracias al Orbitador de Reconocimiento Lunar de la NASA, una nave espacial que aún circunda la luna en la actualidad. La cámara de la nave fotografió varios sitios de aterrizaje de las misiones Apolo. En las fotos se pudo ver una pequeña mancha blanca entre el terreno gris y, justo al lado, una mancha negra: una bandera desteñida por el resplandor del sol y su sombra. Aun cuando la resolución de las cámaras del orbitador no fue lo suficientemente buena como para distinguir las huellas de los astronautas del Apolo 11, sin duda estas habían desaparecido por efecto de los motores del Eagle contra el regolito lunar.

Sin embargo, es probable que las huellas fuera de la zona de explosión de los motores no se hayan perturbado y casi cualquier cosa hecha de metal como la mitad inferior del módulo Eagle, un sismómetro, las placas conmemorativas y herramientas, probablemente han permanecido en la Luna. Las fotos también proporcionan pruebas contra la teoría de la conspiración, donde se postula que el aterrizaje en la luna fue falso. Armstrong y Aldrin colocaron en la superficie una gran variedad de espejos diseñados para reflejar la luz. Varias veces al mes, se programa a un telescopio en Nuevo México para que emita un láser, los fotones del láser rebotan de vuelta en dos segundos y medio. Los espejos aún proporcionan buenos datos sobre la gravedad de la luna y su influencia sobre la Tierra, pero no funcionan como antes porque están cubiertos de polvo.

El Apolo 11 es parte de la historia

Si creemos que nuestra especie algún día se aventurará en las estrellas, la luna se convertirá en el primer escalón de nuestro viaje cósmico. Si habitamos en la luna, podríamos considerar al sitio de aterrizaje del Apolo 11 como un punto de referencia. Aunque nadie ha regresado al sitio de aterrizaje del Apolo, ni estado en la superficie de la luna desde 1972, los gobiernos, las empresas comerciales y las organizaciones sin fines de lucro esperan lograrlo. En preparación para una posible oleada de misiones lunares, la NASA ha creado pautas para futuras naves espaciales comerciales que incluyen zonas de exclusión aérea y advertencias para mantener una distancia.

El sitio del Apolo 11 es un hito histórico, y debe tratarse como tal. Las huellas del Apolo merecen las mismas protecciones que los sitios patrimoniales existentes en la Tierra. Existe la posibilidad tentadora de que el primer paso humano en otro mundo podría estar en perfectas condiciones. Puede estar cubierto por una fina capa de polvo, pero aún podría estar allí, reconocible para los futuros viajeros del espacio.

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