El mundo parece haber cambiado de manera muy rápida. Aquello de los cambios cuantitativos a los saltos cualitativos se pone de manifiesto en el mundo moderno. El capitalismo, que en esencia el mismo, ha dado un nuevo salto. Además de la nueva fase de la revolución científico tecnológica, la hegemonía mundial imperialista ha pasado a nuevas manos con las mismas condiciones.
En este contexto, una de cuyas determinaciones fundamentales, la implantación, en tendencia, de nuevos patrones energéticos e industriales, no termina de realizarse. Este proceso demanda nuevos materiales. Nuevas materias primas. Y es que el capitalismo en condiciones monopolísticas, frena aún más el desarrollo de las fuerzas productivas, expresado en la no sustitución del patrón energético dominante basado en el petróleo.
Muy a pesar del dominio alcanzado de nuevos procesos, como el fundado en el uso de hidrógeno y el torio, entre otras fuentes de energía limpia y, a la postre, menos costosa. Perspectiva que agudiza las contradicciones interimperialistas por la posesión de las zonas geográficas reservorios de estas materias primas. China, uno de cuyos procesos más ambiciosos es una nueva arquitectura energética basada en plantas nucleares de torio, busca hacerse de las fuentes principales de ese material, que encuentra en Venezuela un buen asiento.
Los cambios en la realidad, sin embargo, han sido tan acelerados, que la apologética en favor de las relaciones imperantes no parece haber tenido tiempo para adecuarse. Los economistas apologetas del orden parecen sufrir lo que los neuropsicólogos denominan velocidad de procesamiento lenta. La realidad los supera.
La circunstancia da como para que se imbriquen ideas propias del llamado neoliberalismo con el keynesianismo y el proteccionismo. Macri es la expresión más acabada de la política a favor de los acreedores internacionales y la ideología del endeudamiento. Abultar el crédito, garantizar la honra del compromiso contraído con cargas fiscales y tributarias, mientras se sustituye la producción interna con importaciones, parece ser la fórmula. Repite lo dado en Venezuela en tres décadas, sobre todo con el chavismo. De allí el adjetivo de neoliberal. En realidad, políticas del Fondo Monetario Internacional (cada vez más influenciada por China, primer acreedor mundial) y todas las instituciones usurarias del mundo, que mantienen los mismos criterios de cualquier prestamista. Aunque puede haber variantes.
Pero, con brexit y Trump, renace el proteccionismo y arranca la guerra comercial. Por eso, la transición se vive, como es de rigor, con confusión y nuevas aproximaciones.
En cualquier caso, deberán hacer recreaciones sobre las viejas tesis que se adaptan en cada caso al proceso de acumulación de capitales. Históricamente, la protección y la libertad de comercio han convivido durante siglos. A momentos, prevalece la protección. En otras etapas el liberalismo. Depende de la potencia hegemónica. Inglaterra, Estados Unidos y ahora China, en su momento, cada cual, al asumir la condición hegemónica, busca liberalizar el comercio mundial, dada su competitividad. En las potencias que se rezagan prevalece la protección. Sin embargo, la potencia hegemónica, que jerarquiza la “libertad”, también se protege donde no alcanza mayor capacidad competitiva. Por no alcanzar mayor composición de los capitales, por materias primas caras, por fuerza de trabajo costosa, o pocos mercados, internos y externos. Combina, pues, la dominante liberalización con protección. Al rezagarse se pasa a la protección como dominante sin abandonar la libertad para colocar sus productos en el mercado.
La protección de siglos, durante el naciente capitalismo, dio paso al liberalismo implantado por Inglaterra, ya iniciada la manufactura y más, con la revolución industrial. A. Smith, su ideólogo principal, dio teoría a la tendencia dominante que favorecía abiertamente a los ingleses. Así, la sustitución de la protección por la libertad de comercio, supuso un proceso y un andamiaje institucional que hoy revive su complejidad con el Brexit. Nada fácil que los ingleses se les escapen a los alemanes (principalmente) y franceses, hegemones de la Unión Europea.
De allí que la ideología de la globalización hace aguas. Comenzando porque son los países que sirvieron de cuna de estas ideas justamente las que reniegan de sus “principios”.
Así, nuevamente, viviremos la emergencia de ideas recreadoras de viejos principios. Pero, por tratarse de una transición, la cosa se hace muy confusa. China, país supuestamente socialista asume a ultranza el liberalismo. Estados Unidos e Inglaterra, paladines del liberalismo de viejo y nuevo cuño, buscan protegerse. Gente de “izquierda”, enfrenta al proteccionismo de los yanquis y defiende la “libertad” china. Vaya escenario.
Las ideas de la protección y la guerra comercial, se ven inmersas en lo que resulta unánime para todas las potencias imperialistas, la ideología y realización de la deuda pública. La deuda china se pierde de vista. Estadounidenses y alemanes hacen lo propio. El gigante asiático presenta, en estos momentos, una deuda total equivalente al 248% del PIB. La deuda corporativa, pese a haber descendido durante 2018, marca un 128% del PIB. La deuda pública, por otra parte, se sitúa en torno al 68%. Y la deuda de los hogares, pese a seguir aumentando, se mantiene en niveles cercanos al 50%. Estados Unidos, por su parte, alcanza más de 120% en su deuda pública. Más de 22 billones de dólares.
Se quedan, los apologetas de una u otra corriente, con las “verdades absolutas” de lo que definen como «condición natural» de la especie humana: el egoísmo, la ambición, el sentido de propiedad, como guía de la producción social de los bienes que satisfacen necesidades. Solo que sustentado el decurso del proceso en una que otra tendencia de acuerdo a lo que determine el proceso de acumulación de capitales, basado en el despojo a los trabajadores.
La evidencia empírica como «fuente de verdad», como corroboradora de lo que se afirma, es el sustento de estas palabras. De allí también la capacidad predictiva. La academia, por su parte, se vio inmersa en esa charada axiomática liberal, o neo, posmoderna y globalizadora, que hizo repetir a tantos “verdades absolutas” de las que no oímos la más mínima autocrítica. Aun cuando para nada alcanzaron vaticinio importante alguno.
Ninguna apología capitalista resuelve sus problemas crónicos
Los problemas inherentes a las relaciones de producción basadas en la propiedad capitalista sobre los medios de producción no pueden ser resueltos por ninguna política económica. Keynes, cada vez más en boga nuevamente, planteó la quimera del pleno empleo. Pero, razón tuvieron los franceses de acuñar que la propiedad es un derecho natural, no así el trabajo. Mientras se desarrolla el proceso de acumulación, mientras se crean dos polos en la sociedad, crece el desempleo. El desarrollo de la composición de los capitales, esto es, la relación entre las máquinas (cada vez más avanzadas para competir mejor el capitalista en cuestión) sumadas a las materias primas (cada vez más absorbidas por esas máquinas), frente al uso de la fuerza de trabajo, conduce a que se prescinda de trabajadores. Esto es, el aumento de la composición de los capitales incrementa la voracidad del proceso. Traga más materias primas. Pero, a su vez, requiere menos obreros. Se produce más, pero no se crean demandantes en correspondencia. Aumenta el ejército de reserva. Aumenta el desempleo. Aumenta la oferta de fuerza de trabajo. Cae el salario por debajo de esas condiciones mínimas de reproducción. Eso no lo resuelve Keynes. Con todo y la participación del Estado, creando trabajos improductivos, no da para acabar con esa tendencia objetiva, propia de las relaciones capitalistas de producción. Además, cuando aumenta el gasto por encima de los ingresos fiscales, se ven obligados a limitar la creación de empleo del Estado o, de lo contrario, alimentan la inflación.
La pobreza es otro asunto imposible de ser resuelto con la implantación de una u otra política económica. Puede ser mayor o menor, pero es un asunto ingénito al capitalismo. Razón tuvieron Smith y Ricardo en señalar que el salario siempre debe quedar en el límite de las condiciones mínimas de reproducción del trabajador y su familia. Claro, si se coloca por debajo, mejor para el Capital. La competencia capitalista, a su vez, que motiva el desarrollo de la composición de los capitales, como hemos visto líneas atrás, conduce a que se reduzca la capacidad de empleo productivo.
La crisis cíclica -este si es un asunto exclusivo de Marx- es otro aspecto que tampoco Keynes pudo resolver. Rompe con el axioma de Smith acerca de la no intervención del Estado para aumentar la capacidad de demanda. Pero las leyes de la economía resultan inexorables. Aquello de la producción ilimitada que no va acompañada de la capacidad de demanda en correspondencia, conduce a la crisis. Por más que intervenga el Estado con políticas para manipular las propensiones, en la jerga de Keynes, no cumplen el cometido. Las crisis cíclicas se han seguido realizando tercamente. Es más, estamos en medio de una más, a pesar del freno que ha supuesto la política de incremento de la deuda pública mundial.
La división internacional del trabajo, lejos de ser atendida por las orientaciones liberales o de protección, tampoco dan cuenta de la problemática que supone para los países débiles y dependientes. Por el contrario, tienden a afianzarla. Aprovechan los países más desarrollados, las ventajas que obtienen de la explotación de materias primas que abaratan mediante negociaciones leoninas. Sobre todo, cuando se trata con Gobiernos dóciles que se entregan a un imperialismo u otro. Venezuela resulta, en este sentido, un ejemplo emblemático. Se vendió el país a chinos y rusos con tal de mantener una mafia en el poder.
La caída del rendimiento del capital, de allí la agudización de la problemática de las cuestiones anteriores, buscando el capital frenar el descenso, es otro asunto irresoluto con cualquier política. En el capitalismo se produce para crear plusvalía a ser apropiada por el dueño de los medios de producción. Proceso objetivo que se da en medio de una brutal competencia. Para competir, el capitalista, la corporación, el Estado nacional, deben hacerse competitivos. Para ello deben aumentar la composición de los capitales. Inexorablemente cae el rendimiento. De allí las contratendencias para frenar su caída. Procesos tan objetivos como el de la producción de plusvalía. Eso no lo resuelve ninguna política económica. Sobrevienen las crisis, las luchas por mercados, por obreros baratos, por territorios para hacerse de materias primas. Alimentando siempre, esas formas de conciencia que la apologética la hace «natural a la especie»: el egoísmo y la avaricia. La literatura universal nos deja emblemas sobre el amor, la envidia, entre otros valores, sentimientos y principios. Shakespeare, Moliere y Brecht, nos dejan a Shylock, Harpagón y Peachum, como personalidades que resumen la avaricia, el egoísmo, el espíritu de revancha y los sentimientos innobles que reproduce la sociedad. Pero también el espíritu guerrerista se engendra bajo estas tendencias de la sociedad de la explotación, la usura y la estafa.
Antes que la elaboración teórica del gran economista inglés, se le adelantó en la práctica Benito Mussolini. Más adelante Hitler. La intervención del Estado italiano es vanguardia en este sentido. Mussolini lo redujo a la afirmación según la cual: “La nostra formula è questa: tutto nello Stato, niente al di fuori dello Stato, nulla contro lo Stato” (Nuestra fórmula es esta: todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado). Frase que tuvo, y tiene, cierta recreación con el chavismo a propósito de la Constitución, vista a su manera, claro está. En 1926, la idea corporativa lleva al régimen fascista de Mussolini a su máxima expresión favoreciendo de manera clara a las grandes corporaciones como Fiat. Logran los fascistas italianos reducir el desempleo, pero no evitan los efectos de la crisis mundial de 1929.
Así, las políticas económicas, que buscan afianzar el proceso de acumulación de capitales bajo el orden imperante, no solucionan los problemas ingénitos a él. Los perpetúan. En las condiciones de monopolio, siempre en favor de la oligarquía financiera internacional. Bajo el yugo de la democracia representativa liberal o bajo formas fascistas y más dictatoriales.
Los problemas los atemperan cuando las condiciones permiten que se desarrolle un tanto más la concentración. Se agudizan cuando la centralización absorbe a los menos competitivos. Cuando los expropiadores son expropiados por los más sólidos en su composición de capitales; por los que frenan más la caída de su rendimiento; los que han centralizado más capitales para invertir más en innovaciones; los que cuentan con mejores condiciones para explotar y abaratar el uso de la fuerza obrera.
En las condiciones actuales apuntalan la tendencia a la confrontación interimperialista. Venezuela luce como un buen pasto para que se enfrenten grandes colosos. Sus riquezas, de gran componente estratégico, así lo determina. Está en nuestras manos una salida autónoma y soberana. Unir al pueblo y a todos los venezolanos patriotas bajo un Programa que contemple medidas que aseguren el desarrollo y el bienestar es la tarea del momento. Salir de la dictadura por un mundo mejor, de verdad. La rebelión en curso debe dar paso a una etapa superior, bajo una dirección única y nacional.
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