Vivimos en ciudades densamente pobladas como Caracas, Barcelona o Maracaibo, llenas de individuos que interactúan, cada uno con sus propias actividades. Cuando vemos nuestras ciudades desde este punto de vista, es fácil establecer paralelismos con los insectos altamente sociales como las abejas y las hormigas. Nosotros, al igual que ellas, vivimos en ciudades y pueblos densamente poblados, moradas llenas de cientos a millones de personas que trabajan para apoyar a la “colonia”. Ellas también deben comunicarse y proporcionar servicios, algunas son productoras de alimentos, unas manejan recursos y otras “barren las calles”. Al igual que la humanidad, también están en altos niveles de riesgo cuando se trata de enfrentar la amenaza de enfermedades y epidemias. Recuerdo haber leído algunas de estas cosas en el libro El mundo de las Hormigas, del químico venezolano Klaus Jaffé Carbonell, quien ha dedicado su vida a estudiar la comunicación química y organización de las hormigas.
Los insectos han estado lidiando con las epidemias durante los últimos 100 millones de años. Esto les ha dado tiempo suficiente para desarrollar mecanismos que permiten combatir enfermedades, por ejemplo segregan sus propias sustancias ácidas que son antimicrobianas, semejante al efecto de los desinfectantes para manos que ahora usamos todos los días. Además, se limpian antes de entrar a su “hogar” y restringen el acceso a las áreas más concurridas. Estas prácticas para controlar las enfermedades incluyen la separación de grupos por rol dentro de su hormiguero, desinfectarse a sí mismos y sus viviendas, y mezclar la resina de árbol con su propio veneno para matar las esporas patógenas. Y no, no son humanos, ¡son hormigas!
Los investigadores han descubierto que las hormigas y otros insectos tienen comportamientos sociales que les permiten combatir enfermedades en la colonia, llamada “inmunidad social”. Mucho antes de que el distanciamiento social se convirtiera en un término familiar para nosotros, las hormigas estaban practicando su versión para evitar enfermedades en el hormiguero. Las hormigas son efectivas en prevenir epidemias dentro de sus colonias, a pesar de que viven en espacios reducidos con cientos o incluso miles de parientes cercanos, como si de nuestras guarderías, residencias y ancianatos se tratara. De hecho, las colonias enfermas rara vez se encuentran en la naturaleza. Gracias a esto, las hormigas son una de las especies más exitosas sobre la Tierra.
Las hormigas pueden tener algunas cosas que enseñarnos, como establecer suficiente separación entre nosotros, especialmente durante una pandemia. Un estudio de 2018, publicado en la revista Science, descubrió que cuando las colonias de hormigas estaban expuestas a un patógeno, cambiaban su comportamiento como respuesta. Las hormigas estaban divididas en dos grupos: las trabajadoras que se ocupan de la cría dentro del “nido” y las que buscaban alimento fuera de él. Después de que los investigadores expusieron a las hormigas a esporas infecciosas, vieron que estas comenzaron a interactuar menos con las hormigas de los otros grupos y más entre ellas. Los grupos efectivamente se separaron, lo que evitó la propagación de las esporas. Además, las hormigas protegieron lo que en el estudio llamaron individuos de “alto valor”: implementaron una forma de cuarentena donde las hormigas que estuvieron expuestas a la infección, no ingresaban a las cámaras donde se hospedaban la reina y las crías. Las hormigas infectadas se aislaban en la cámara del hormiguero más cercano a la salida de la colonia. De manera similar a la forma en que hemos implementado cuarentenas estrictas, estas hormigas evitaron que las contagiadas interactuaran con los otros miembros de la colonia que eran esenciales.
Podemos aprender más de las hormigas que solo sus formas de distanciamiento social. Un estudio publicado en el Journal of Evolutionary Biology describió cómo las hormigas usan sus propias versiones de limpieza y desinfección unas con otras. Otro estudio, publicado en 2018 por investigadores del Instituto de Ciencia y Tecnología de Austria, se basó en esto y descubrió que ajustaron la atención sanitaria en función del nivel de infección de sus compañeras de hormiguero. No solo se asean antes de entrar, sino que también se preparan mutuamente: extraen físicamente partículas infecciosas de los cuerpos de sus compañeras, aumentan el uso de su propio veneno antimicrobiano y reducen el contacto físico. También observaron que las hormigas con bajos niveles de esporas en sus cuerpos desarrollaban una mayor inmunidad, en una versión de la inoculación de “vacunas” contra enfermedades. Algunas tácticas de las hormigas, por supuesto, no funcionarían para nosotros, como una medida extrema de envenenar a sus crías cuando están infectadas o expulsarlas del nido, para salvaguardar a la colonia.
Las hormigas también usan productos químicos para evitar la entrada de patógenos antes de establecer un nuevo hormiguero. Muchas especies de hormigas producen una sustancia venenosa llamada ácido fórmico. Al igual que a los humanos les gusta mudarse a un departamento limpio, las hormigas usan este ácido fórmico para desinfectar un nuevo sitio antes de mudarse. También recolectan resina de árbol desde el exterior del hormiguero, lo mezclan con el ácido para crear un agente antifúngico más poderoso y lo colocan cerca de las crías.
Al igual que las hormigas, estamos protegiendo a los miembros más vulnerables de nuestra sociedad de la infección por COVID-19, garantizando que las personas mayores y con afecciones preexistentes se mantengan alejadas de aquellas potencialmente contagiosas. Pareciera que solamente nos hace falta su disciplina y “conciencia colectiva” para salvaguardar nuestros hormigueros humanos, superando finalmente a la pandemia.