En cuestión de meses, el mundo se ha transformado. Miles han muerto y cientos de miles más se han enfermado debido a un coronavirus desconocido que apareció en China en diciembre de 2019. Para las millones de personas que nos encontramos en cuarentena, nuestro estilo de vida también ha cambiado. Todo esto se hace por una buena razón, para frenar la propagación del nuevo coronavirus.
Al momento que escribo estas líneas, las muertes globales por el virus ya han pasado de 58.000, con más de un millón de casos confirmados en todo el mundo. Además del número de muertes prematuras, la pandemia ha provocado pérdidas generalizadas de empleos y amenazado el sustento de millones, mientras las empresas luchan por hacer frente a las restricciones establecidas.
Pero todo este cambio también ha tenido algunas consecuencias inesperadas. A medida que las industrias, las empresas y los sistemas de transporte han cerrado, se ha producido una caída repentina en las emisiones de carbono. La actividad económica se ha estancado y los mercados bursátiles se han desplomado junto con la caída en estas emisiones, exactamente lo contrario de la economía “descarbonizada” y sostenible que muchos hemos defendido durante décadas.
En comparación de esta fecha con respecto al año pasado, los niveles de contaminación en Caracas se han reducido apreciablemente debido a las medidas para contener el virus. En China, las emisiones cayeron en casi un 25% a principios de año y el uso de carbón disminuyó en las seis centrales eléctricas más grandes de ese país. La proporción de días con “aire de buena calidad” aumentó en más de 11% en comparación con el mismo período del 2019 en las principales ciudades de China, según su Ministerio de Ecología y Medio Ambiente. En Europa, las imágenes satelitales muestran cómo las emisiones de dióxido de nitrógeno (NO2) se desvanecen. Una historia similar se está desarrollando en muchos países del Mundo.
Disminución de las emisiones de carbono
Solo una amenaza inmediata y existencial como el COVID-19 podría haber llevado a un cambio tan profundo y rápido. Una pandemia global que reclama la vida de las personas no debería verse como una forma de provocar un cambio ambiental. Pero, cuando la pandemia finalmente disminuya, ¿las emisiones de carbono y contaminantes “rebotarán”, como si este entreacto de cielo despejado nunca hubiese ocurrido? ¿O podrían los cambios que vemos hoy tener un efecto más persistente? ¿Qué sucederá cuando se levanten las medidas? Lo primero a considerar son las diferentes razones de por qué las emisiones han disminuido.
Tomemos el transporte, por ejemplo, que representa el 23% de las emisiones globales de carbono. Estas se han reducido en países donde se han aplicado medidas de salud pública, como mantener a las personas en sus hogares, lo que ha reducido los traslados en carro. Sabemos que mientras dure la pandemia, estas emisiones se mantendrán bajas. En términos de viajes de rutina como los traslados diarios, esos kilómetros que se dejaron de recorrer durante la pandemia no van a volver, implicando una reducción en la totalidad de gases de efecto invernadero emitidos, nuestra “huella de carbono”.
Esta no es la primera vez que una epidemia ha dejado su huella en los niveles atmosféricos del dióxido de carbono. A lo largo de la historia, la propagación de enfermedades con altas tasas de mortalidad se ha relacionado con menores emisiones, incluso mucho antes de la era industrial. La Profesora Julia Pongratz, descubrió que epidemias como la Peste Negra ocurrida en Europa en el siglo XIV y la viruela traída a Suramérica con la llegada de los conquistadores españoles en el siglo XVI, dejaron marcas en los niveles de CO2, al medir las pequeñas burbujas atrapadas en antiguos núcleos de hielo. Otros estudios han encontrado que grandes extensiones de tierra previamente cultivadas fueron abandonadas tras la muerte de pueblos enteros, surgiendo en su lugar bosques que absorbieron grandes cantidades de CO2.
No se pronostica que el impacto del brote actual provocará el mismo número de víctimas y es poco probable que genere un cambio generalizado en el uso de la tierra. Sus impactos ambientales son más parecidos a los acontecimientos mundiales recientes, como el colapso financiero de 2008 y 2009. Para entonces, las emisiones globales cayeron durante un año debido a la reducción de la actividad industrial, que contribuye a la producción de gases de efecto invernadero en una escala comparable al transporte. Pero se recuperó rápidamente en 2010 cuando la economía creció, llegando a un máximo histórico.
Hay indicios de que el coronavirus actuará de la misma manera. Por ejemplo, la demanda de productos derivados del petróleo, hierro y otros metales ha caído más que otros productos. Pero hay existencias récord, por tanto la producción se recuperará rápidamente. Si el brote de coronavirus continúa hasta el final del año, la demanda podría seguir siendo baja debido a la pérdida de salarios. Es posible que la producción y el uso de combustibles fósiles no se recuperen tan rápidamente.
Una respuesta al brote de coronavirus es la forma en que muchas comunidades han dado grandes pasos para protegerse mutuamente de la crisis de salud. La velocidad y el alcance de la respuesta han dado cierta esperanza de que también se puedan tomar medidas rápidas sobre el cambio climático si la amenaza que plantea se trata con la misma urgencia.
Es indudable que nadie hubiera querido que las emisiones se redujeran de esta manera. COVID-19 ha tenido un costo global sombrío en vidas, servicios de salud, trabajos y salud mental. Pero, en todo caso, también ha demostrado la diferencia que las comunidades pueden hacer cuando se cuidan entre sí y esa es una lección que podría ser invaluable para enfrentar el cambio climático.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Sobre nuestros miedos