Desde que existimos, la humanidad, ha tenido una necesidad de responder a las preguntas sobre la propia existencia y la realidad que nos rodea. El deseo de saber, la capacidad de plantearnos problemas, es algo que nos caracteriza. Al principio, se recurrió a los mitos, a dioses, para explicar los distintos procesos y fenómenos naturales, es así que surgieron las religiones y creencias de las diferentes culturas. Con el paso del tiempo las explicaciones míticas y religiosas, perdieron sentido frente a las teorías comprobables, fundamentadas en la racionalidad. Pero a medida que avanzamos, tenemos más preguntas para responder, que se suman a los problemas que nunca se han logrado explicar mediante la razón.
Ahora pensamos, como Isaiah Berlin, que vivimos en la Edad de la Razón. Una vez acabadas las tinieblas medievales e iniciado el pensamiento crítico del Renacimiento y el propio pensamiento científico, consideramos que vivimos en una edad dominada por la ciencia. A decir verdad, esta visión de un predominio ya absoluto de la mentalidad científica, se anunciaba en el Himno a Satanás, de Carducci, y más críticamente, en el Manifiesto Comunista.
Para poder analizar las relaciones entre ciencia y religión es importante definir y caracterizar cada dominio. La ciencia nos ofrece un tipo de verdad, determinada mediante el uso de métodos científicos; sus afirmaciones son comprobables de forma racional y empírica. La religión, según los devotos, nos ofrece en cambio un tipo de verdad espiritual que trabaja a un nivel superior, en un plano que trasciende la lógica y la experimentación. Partiendo de estas definiciones, surge el enfrentamiento.
Algunos escépticos consideran que las afirmaciones solo son verdaderas cuando cumplen con los requisitos de verificación y justificación. Debido a esta diferencia metodológica ponen en tela de juicio las afirmaciones de la religión, las que están basadas en tradiciones orales cuestionables.
Por su parte, y desafortunadamente, las religiones a lo largo de la historia también han usado frecuentemente sus creencias para censurar o impedir el desarrollo de la investigación científica, son conocidas las posturas de la Iglesia Católica Romana frente a científicos como Galileo y Darwin. El debate entre ciencia y religión ha sido prolongado debido a que existen muchas áreas donde científicos y religiosos hacen afirmaciones radicalmente diferentes. Entre estas discusiones podemos nombrar por ejemplo la existencia del alma, la vida después de la muerte, el origen del universo, el origen del hombre, la reencarnación, etc.
A pesar de esto cabe preguntarnos hasta qué punto son la ciencia y la religión dos actividades humanas contrapuestas. La forma en que algunas personas logran compatibilizarlas de una u otra manera, siempre despierta curiosidad. Georges Lemaître, un religioso católico y astrofísico belga, quien jamás intentó explotar la ciencia en beneficio de la religión, estaba convencido de que ciencia y religión son dos caminos diferentes para llegar a la verdad.
Al cabo de los años, declaraba en una entrevista concedida al New York Times: “Yo me interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he encontrado en la ciencia y en la religión, me ha inducido jamás a cambiar de opinión”. Lemaître dejó clara constancia de sus ideas sobre las relaciones entre ciencia y fe. Para él, el hecho de ser científico y a la vez religioso no le presentaba ningún tipo de limitación.
El conflicto entre ciencia y religión en los últimos tiempos, se da principalmente debido al avance en investigaciones sobre temas como la clonación, la experimentación con células madre embrionarias, entre otros. Muchas instituciones religiosas se oponen a estas prácticas, ya que van en contra de sus convicciones sobre las “reglas éticas y morales” que las personas “deberían seguir”.
En mi opinión, creo que la cuestión es otra: ¿hace falta ser religioso para hacerse estos planteamientos éticos? Mi respuesta es no. Me parece que es necesario hacer una separación entre ética y religión. Se pueden formar juicios éticos basados en un cuestionamiento racional, a partir de la lógica y basados en las experiencias. Es posible desarrollar conocimiento en ética, determinar reglas de decisiones efectivas por ejemplo. En otras palabras, no hace falta estar involucrados en un marco religioso para ser moral, para hacer lo que es “correcto” o actuar según nuestras convicciones, siendo fieles a nosotros mismos, a lo que creemos que está bien.
Pero entonces, si no es la ética ni la moral, ¿cuál es el campo apropiado para la religión? ¿Existe tal campo? Y, por otra parte, ¿el desarrollo de la religión en este espacio es compatible con el desarrollo científico? Creo que tanto ciencia como religión son compatibles, dependiendo de cómo se opere la religión. Aunque no haya sido de forma intencionada, creo que las teorías científicas, en vez de “hacer desaparecer a Dios”, lo han llevado hasta el límite de los conocimientos físicos: hablo de la Singularidad, el Tiempo Cero, donde “el Creador” se hace inmensamente fuerte detrás de la barrera que la ciencia no logra traspasar. Las ecuaciones de la física explican el universo primitivo con gran eficacia pero, a medida que se retrocede en el tiempo y se aproxima al momento cero, las matemáticas se desintegran y todo pierde sentido.
El científico británico Stephen Hawking habló el 25 de noviembre en el Vaticano sobre la expansión del Universo y afirmó que preguntarse sobre qué había antes del Big Bang carece de sentido, pues «es como cuestionarse qué hay más al sur del Polo Sur». Hawking realizó estas reflexiones durante el encuentro «Ciencia y sostenibilidad: impactos del conocimiento científico y de la tecnología en la sociedad humana y su ambiente», organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias en la Casina Pio IV del Vaticano.
Es a ese momento al cual la religión se aferra para decir que allí se encuentra lo divino, en lo inexplicable del origen del universo y propone la teoría del Big Bang. Ésta no solo ha sido declarada posible desde el punto de vista científico, sino recreada también. Muchos encuentran en esto la clave para considerar que tanto teorías científicas como religiosas sostienen una única verdad. Esta sería la creación de la materia a partir de una formidable fuente de energía, de un punto de energía sumamente concentrado: ya sea Dios, Buda, la Fuerza, Yahvé, la Singularidad, o el Punto Único.
Alejándonos un poco de la teoría sobre el origen del Universo, se podría decir también que de alguna manera la religión “llena” los espacios vacíos, las incógnitas que la ciencia va dejando a su paso.
Se atribuye a G. K. Chesterton la frase: “Cuando un hombre deja de creer en Dios, no es que no crea en nada. Es que cree en cualquier cosa”. Tiene razón. Se supone que vivimos en una época de escepticismo. De hecho, vivimos en una era de escandalosa credulidad y el hecho de que muchos científicos sean escépticos con respecto a la existencia de un ser superior, no quiere decir que en el caso de todos, sea igual. Además, que no se haya podido comprobar aún la existencia de Dios no quiere decir que éste no exista. Para los creyentes fortalece más aún la idea de algo inalcanzable, ya que tampoco se ha probado que no existe.
Finalmente, recalco que para mí, ciencia y religión convivirán juntas por mucho más tiempo. Las religiones no desaparecerán fácilmente, porque son propias de las sociedades, es algo que las caracteriza. Por su parte, la ciencia avanza rápidamente, describiendo un camino único e importantísimo. La clave para no generar conflicto entre ambas es saber cómo y cuándo recurrir a nuestras creencias, y también manejarnos con ética en el campo científico. Esto sería un gran avance en la convivencia de estos dos eternos “vicios de la sociedad”.