De lo que se trata es de crear riqueza. La destrucción de la economía no fue el resultado de una depresión luego de un período de sobreproducción. Fue producto de una política que ya lleva tres décadas y que fue erosionando el aparato productivo. Desde 1989 a acá se fue destruyendo sistemáticamente. La quimera de la llamada globalización, ideología que afianza una división internacional del trabajo en favor de los países más desarrollados, nos condujo al desastre. Por eso, para salir de la crisis, además de salir del régimen chavista, hay que diseñar una política que permita producir riqueza.
Este largo período supuso un freno al proceso de concentración de capitales. Se le brinda el mercado interno a la importación. La política bancaria la orienta a la especulación y a la tenencia de papeles del Estado. De allí el incremento inusitado de deuda interna.
La tragedia venezolana ha sido escenario para que se pongan de manifiesto todos los principios del capitalismo. Uno de los más evidentes es el de la especulación. La hiperinflación es un estimulante. Quien vende no lo hace con base en el precio del momento sino en el precio de mañana o pasado. Trata de alargar lo más posible, a sabiendas de que quien compra está presionado por el tiempo. Presión de demanda por hiperinflación y por escasez permite llevar la especulación a escalas más que inhumanas. Se especula con todo, qué decir con fármacos para atender enfermedades graves. Productos que arrancan las mafias de las bolsas Clap hacen lo propio.
Cuando el Estado salva al sistema
Ahora bien, el Estado, como capitalista total ideal, resume las salidas burguesas a la hora en que esté en peligro el orden imperante. El sistema. No se trata solamente de un régimen en particular o de un Gobierno. Es el sistema que, cuando se encuentra en peligro, encuentra en el Estado su orientador y ejecutor de políticas que se colocan por encima de segmentos específicos de las clases dominantes hegemónicas en una situación concreta. Se imponen políticas que afecta a algunos y los obliga a cambiar de orientación en el uso de sus capitales.
Actuando como capitalista total ideal, también puede el Estado aplastar a sangre y fuego a un pueblo en aras de salvar un régimen o el sistema en su conjunto.
Este principio explica el cambio de política económica de Estados Unidos. De ser el paladín del liberalismo y la llamada globalización, hasta convertirlas en la base de una religión, da un giro importante y va minando los mercados comunes estimulados por él mismo en su oportunidad. Ante la pérdida de la hegemonía frente a China ─con una crónica balanza comercial deficitaria; pérdida en la primacía de la producción manufacturera en la que destaca la producción de vehículos; rezago en la industria bélica y aeroespacial, entre otras─ EEUU adelanta una política de rescate de su mercado interno y de un aparato industrial maltrecho, buena parte del cual fue localizado en la propia China, México, entre otros países.
Resulta interesante, aunque previsible, el cambio de posiciones de los economistas burgueses. Interesante, porque de una dogmática liberal o neoliberal como se le conoció, ahora pasan al rescate de las máximas keynesianas y mercantilistas. Cada vez es más notorio eso del cambio de paradigma, para usar la jerga posmo. La asunción de ideas y propuestas que toman en cuenta la demanda de la gente conduce a ejercicios acrobáticos. Ya veremos cómo quienes criticaban lo que les dio por llamar «populismo», ahora comiencen a defenderlo. Se les verá algo de rostro humano. Todo en aras de adecuarse para salvar el sistema.
La configuración del Fondo Monetario Internacional (FMI) ha cambiado. Cómo no hacerlo cuando el principal acreedor del mundo es China. En buena medida el fondo depende de China tanto como Estados Unidos. De allí que hasta desde el FMI nos llegan “nuevas” ideas.
Se realiza aquello de que las formas de conciencia son concretas. Obedecen a cambios en la base material y la correlación de los capitales a escala internacional.
Estado venezolano, régimen chavista
En el caso venezolano, la inexistencia del sentido nacional impide a este régimen y a factores de la oposición y la academia, a pesar de que el sistema está en peligro, simpatizar con medidas con sentido nacional y mucho menos que favorezcan al pueblo.
Dentro de una política de mafias y atendiendo a las demandas del imperialismo ruso y chino, arriesga el sistema y no produce medidas que saquen al país de la aguda crisis que padece. Se ha centrado en la misma orientación de tres décadas, mantener la capacidad de pago a los acreedores. Pago de la deuda externa así el pueblo se muera de hambre. De eso se siente orgulloso Maduro. Por eso afianza la condición de Venezuela de ser el eslabón más débil de la cadena imperialista.
El régimen chavista ha apostado por la minería para salvarse. Sin embargo, la debacle de la producción petrolera, resultado de la corrupción y la ineficacia, además de las pocas divisas que logran dejar en Venezuela (las más se van en el contrabando), no permiten que el objetivo se alcance en el plazo previsto. Pero mantienen el rumbo y no cambian nada de la política económica. Cocinan medidas para hacerse de más recursos arrancándole a la gente del bolsillo para llenar el pote y seguir pagando la deuda. Muy poco hacen en la perspectiva de hacer crecer la economía.
La concentración de capitales es el fundamento de la acumulación capitalista. El encuentro del dueño de los medios de producción con el hombre dispuesto a vender su fuerza de trabajo, supone no solamente que el capitalista tenga capital. Implica otras cosas. Mercado interno. Protección, así como su estímulo. Un sistema de créditos para tales efectos, entre otros aspectos. Todo esto ha sido frenado por el régimen chavista para favorecer a los importadores y las naciones que nos proveen.
Así, la concentración de capitales en nuestras condiciones implica afectar determinaciones que la han frenado.
El freno al desarrollo de las fuerzas productivas ha sido de tal magnitud que, expresado en la destrucción de capitales, supone la mitad del pib. De los 400 mil millones de dólares de 2013, se ha esfumado buena parte ante la caída de alrededor de 50% del pib para finales de 2018. La deserción escolar a todos los niveles educativos, primaria media y universitaria, es abrumadora. La migración de millones de venezolanos en su mayoría egresados universitarios, se hace notoria en buena parte de las capitales latinoamericanas.
Es en estas circunstancias que el programa de reconstrucción nacional busca la unidad de los sectores proclives a salir de esta catástrofe con un sentido positivo. Esto es, buscando armonizar sectores contradictorios para superar lo establecido. Lo que implica el restablecimiento del proceso de concentración de capitales para producir riquezas. Así, además de los objetivos y metas planteados, sobre todo la superación de la emergencia alimentaria, debe implementarse una nueva política económica que supere radicalmente la perspectiva de tres décadas, centrada en preservar la capacidad de pago del Estado frente a los acreedores e incrementar el financiamiento externo.
Aprovechemos que hasta los economistas comienzan a ver posibilidades en políticas diferentes a la ortodoxia. Aunque siguen preservando la sentencia del financiamiento externo como condición sine qua non para salir de la crisis, ya comienzan a ver otras posibilidades en relación con la necesidad de que la gente tenga capacidad de demanda. Que crezca la demanda efectiva pues. O sea, que haya un incremento significativo del salario real de los trabajadores. Hacia allá debemos empujar.
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