Cuál crisis, cuál salida

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Ha tomado cuerpo la interrogante acerca del origen de la crisis venezolana. Y, aunque resulta evidente que el asunto es de producción, se repiten tesis que atienden el asunto desde una perspectiva subjetiva. Se afirma, para citar la tesis más reiterada, que la crisis obedece a los controles aplicados por el régimen y la falta de confianza. Luego, salir de la crisis es un asunto sencillo, se levantan los controles y se siembra confianza.

Por eso pensamos que resulta saludable que hayan aparecido varios foros a este respecto. Además del debate en el Frente Amplio Venezuela Libre, se han configurado escenarios en diversos sectores políticos y sociales.

Reflejan preocupación acerca del futuro de Venezuela en dos sentidos. De una parte, hay convencimiento de que una de las falencias más importantes de la oposición venezolana es no haber contado con una propuesta que despierte esperanzas en los venezolanos de un futuro mejor.

En segundo lugar, se indaga acerca del mejor camino a seguir, haciéndose a un lado parte de la ortodoxia que durante años ha privado en buena parte de la oposición. Lo que refleja la incidencia que tiene el derrumbe de la axiomática liberal a raíz de las tendencias proteccionistas lideradas desde los centros de poder de donde nació el llamado neoliberalismo. EEUU e Inglaterra ahora encabezan una ofensiva por el rescate de la protección de sus respetivos mercados internos, rompiendo la espina dorsal de una dogmática que imperó durante cerca de cinco décadas. Son nuevos tiempos al punto de que hasta Francis Fukuyama, aquel que enterró las ideologías y contribuyó con las bases del llamado posmodernismo, se desdice de manera clara y abierta en reciente entrevista publicada en un importante medio estadounidense.

Sin embargo, son muchos los sectores que siguen repitiendo buena parte del arsenal liberal para atender la crisis venezolana. Es lógico, apenas andamos en la transición a otra etapa del capitalismo mundial. El nuevo arsenal no termina de armarse. Con todo, por ser tiempo de cambios en el pensamiento económico, resulta propicio como para abrir caminos desde nuevas perspectivas. Además, resulta alentador oír a economistas hablando con un sentido un tanto más humano acerca de las condiciones de vida de las mayorías, por lo que la salida a la crisis no debe suponer, según ellos, más cargas en las espaldas de la gente. Aunque, a renglón seguido ubiquen que la confianza a los inversionistas es lo principal, con lo que construyen un oxímoron. Lógico, se deben al capital, no al trabajador.

Origen de la crisis

Así, la crisis es analizada desde distintas tendencias. Lo que no supone el alcance de rigor y menos de validez en las conclusiones. La crisis, en esencia, es el resultado de un proceso de desertificación del aparato productivo. De sustitución del producto nativo por el producto importado. La política de apertura del mercado interno en condiciones inmejorables para el producto importado, obviamente conduciría a la quiebra de buena parte del aparato productivo. El otorgamiento de dólares preferenciales representa un beneficio adicional a la mayor competitividad del producto importado. Agotados los dólares por la caída de precio y producción, era lógico que viniese la debacle.

No se percatan algunos de que el análisis debe ser concreto, por lo que resulta imprescindible atinar en las determinaciones de la crisis y su ordenamiento. A las más importantes y fundamentales, se les debe dar el tratamiento correspondiente en relación con la propuesta a definir como alternativa.

Pesa la idea de que la propuesta debe despertar más confianza en los inversionistas que en los trabajadores. Que deben brindar confianza a los dueños de los medios de producción, del capital y del inversionista extranjero. Se deja a un lado a la principal fuerza productiva, el hombre trabajador. Error que no siembra entusiasmo en las mayorías nacionales. Pueden despertar entusiasmo en el capital, pero no en el trabajo.

El inversionista demanda de propuestas que le faciliten las cosas y les garantice una mayor explotación del trabajador. Además, el inversionista está inscrito en las perspectivas concretas del capital en general y en el papel de cada economía en la división internacional del trabajo. Por lo que no es automático que inviertan en nuestra economía a menos que sea en deuda, petróleo o minería. No necesariamente en inversión directa, esto es, en inversión en empresas productoras de bienes y servicios. De allí que, a momentos, se presenta el economista como más papista que el Papa o no muy sincero en relación con su sensibilidad frente a la penuria del trabajador. El conflicto de intereses lo agobia en política.

Mientras, los trabajadores demandan salarios que le permitan mejorar sus condiciones de vida. Los trabajadores buscan empleo seguro y de calidad. En aumento del salario real. En mejoramiento de los servicios básicos. Entre otras cosas. Contrario en esencia a las aspiraciones del capital en términos históricos. Por lo que se trata de conciliar intereses que, siendo antagónicos, como el caso que nos ocupa, pueden encontrar un punto de equilibrio a partir de colocar los intereses superiores por encima de los particulares. Lo que supone un tratamiento a la plusvalía a obtener el capitalista. Seguridad laboral y salarios que permitan mejoría en las condiciones de reproducción del trabajador y su familia, entre otros aspectos.

Además, no ubican muchos de los opositores que la propuesta debe ubicarse en las circunstancias venezolanas. La crisis es el resultado de la caída de la producción. Sobrevenida la crisis económica no se deja esperar la crisis general. Siendo atendida por el chavismo afianzando la dictadura y, buscando una alternativa para atemperar la crisis, aparecen nuevas determinaciones como la producción minera. Buscan ganar tiempo hasta hacerse de recursos para seguir en el poder. Entregan el país a los chinos, principalmente para sortear el vendaval.

El ojo mundial

Además, existen limitaciones a la hora de establecer el peso que guardan las determinaciones internacionales.
Recientemente, entre amigos economistas, se discutía acerca de este asunto internacional y salta a la vista que son muchos de quienes se mueven en este oficio, que ven la cuestión internacional como un mero asunto geopolítico abstracto. No logran ubicar que las cuestiones internacionales resumen las determinaciones fundamentales de los procesos económicos y políticos de nuestros países. La condición de dependencia en la que se encuentran, hace que, limitada la soberanía, la toma de decisiones debe contar con el aval u orientación del acreedor o socio mayor. Del imperialista de turno pues.

En ese sentido es importante ubicar el problema de la dependencia de Venezuela frente a los chinos y rusos. El mundo se encuentra en ebullición, precisamente por la emergencia del bloque encabezado por esas potencias imperialistas, para consolidarse como bloque hegemónico mundial. Mientras, EEUU busca recuperar terreno perdido. Venezuela es una pieza fundamental en la disputa. Así lo determinan sus riquezas y posición geográfica. La soberanía en cuestión, debe ser recuperada.

Sin embargo, hay quienes, en este contexto, ven el problema internacional como subalterno. Por ello acuñan la expresión de la geopolítica. Lo presentan como algo ajeno y sucedáneo respeto de la crisis. No aprecian que la alternativa debe contemplar la conquista de la soberanía. Esto es, el desarrollo de la economía.

La propuesta

Es así como muchas de las propuestas que se debaten, si bien cada una de ellas resumen líneas programáticas, no guardan relación con la estructura de un programa político. En su mayoría, buscan sembrar confianza en el capital y no en el trabajador.

En la historia mundial, desde la revolución francesa, pasando por la revolución rusa, hasta llegar a la República en España en 1936, está llena de experiencias que evidencian lo que debe significar el programa de unidad. La revolución burguesa en Francia resumió su programa en las palabras libertad, igualdad y fraternidad. No es el resultado de un mero sentimiento generalizado en la sociedad francesa el que fue recogido por los revolucionarios franceses de entonces. Tales palabras se inscriben en una tendencia objetiva. Las relaciones feudales se convirtieron en una férula que impedía el desarrollo de las fuerzas productivas. Derruirlas suponía el principio de la libertad y la igualdad burguesas. La nueva esclavitud se basa en la libertad del trabajador de vender su fuerza de trabajo al mejor postor. Si no la vende, muere de hambre. Pero es el precio de la fuerza de trabajo y las leyes del mercado las que determinan el salario. Relación que debe darse en el marco de ese tipo de libertad.

La revolución rusa también recogió un sentimiento generalizado en la sociedad en ese entonces y, más importante, inscribió el lema paz, pan y tierra, en hechos objetivos. El despotismo zarista y las relaciones enfeudadas frenaban el desarrollo de las fuerzas productivas. La primera gran guerra, la participación rusa en esa conflagración, enfrentada a Alemania, agudizó la crisis hasta elevarla a la condición revolucionaria. Circunstancia que aprovecharon los bolcheviques para acelerar el proceso. Superado el corto período democrático burgués se aventuraron a tomar el cielo por asalto.

En Venezuela son tiempos en los cuales debemos levantar un programa para salir del chavismo. Para unir fuerzas sociales y políticas debe cumplir con la bondad que tuvieron en experiencias históricas del pasado. El derrocamiento de Pérez Jiménez tuvo como acicate las ideas de democracia, libertades democráticas y la libertad de los presos políticos.

Un programa político, esa es una tarea fundamental. Que recoja el sentimiento de la gente. Que brinde confianza en la unidad social y política para salir del régimen. Un programa, también, que eche las bases para la liberación de las fuerzas productivas, hoy frenadas por las relaciones imperantes y el papel de Venezuela en la división internacional del trabajo. De allí que la soberanía es una meta fundamental a ser alcanzada. Y no hay soberanía sin desarrollo diversificado. No aprovechar el potencial de nuestros recursos en función de la diversificación hasta lograr la revolución industrial es una tontería imperdonable.

Esa meta sería un estímulo a los sectores productivos del capital y del trabajo. Base sólida para erigir una nueva democracia que haga valer el ejercicio directo de la ciudadanía en la toma de decisiones.

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